El rey Aerys y lord Tywin.

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Estamos de regreso. En esta ocasión, Aryan/Harry llega con Ned a Desembarco del Rey para jurar lealtad al rey, tras el fallecimiento de su padre. 

Si les gusta, les agradecería si me dejan su estrellita y uno que otro comentario.

-X-

Ned II.

-¡Abran paso!-gritaba Ser Martyn Cassel-. ¡Abran paso a mis señores de Stark!

La ciudad de Desembarco del Rey no se parecía a nada que Ned hubiese visto antes, y el asombro fue tal que se quedó sin palabras. Había mansiones, glorietas, graneros, almacenes de ladrillo, posadas de madera, tenderetes callejeros, tabernas, cementerios y burdeles; cada edificación apoyada en las contiguas. Hasta sus oídos, pese a la distancia, llegaba el griterío del mercado de pescado. Entre los edificios había calles anchas bordeadas de árboles, callejuelas serpenteantes y callejones tan estrechos que dos hombres no los podían recorrer hombro con hombro.

En la cima de la Colina de Visenya se alzaba el Gran Septo de Baelor, con sus siete torres de cristal. Al otro lado de la ciudad, en la Colina de Rhaenys, se divisaban los muros ennegrecidos del Pozo Dragón, cuya enorme cúpula estaba derrumbada y no era ya más que una ruina, tras las puertas de bronce que llevaban más de un siglo cerradas. La calle de las Hermanas iba de una estructura a la otra, recta como una flecha. A lo lejos se alzaban los muros de la ciudad, altos y fuertes.

A lo largo de la dársena se alineaban un centenar de muelles, y el puerto estaba lleno de barcos. Continuamente iban y venían botes pesqueros de altura y fluviales, los barqueros realizaban una y otra vez el trayecto entre las dos orillas del Aguasnegras, y las galeras mercantes descargaban productos de Braavos, Pentos y Lys, vigilados por una docena de ornamentadas galeras de guerra del rey.

Y dominándolo todo, observándolo todo de forma amenazadora desde la Colina Alta de Aegon, estaba la Fortaleza Roja: siete torres enormes, achatadas y coronadas por baluartes de hierro; una inmensa barbacana de aspecto macabro; salas abovedadas, puentes cubiertos, barracones, mazmorras y graneros; gruesos muros horadados de aspilleras para los arqueros... todo en piedra de un color rojo claro.

-Apesta-Aryan, que cabalgaba a su lado en un magnifico palafrén blanco, rodo los ojos con disgusto-. ¿Esta es la capital de los Siete Reinos, la sede del rey?

-Es un olor...-Ned busco un término educado-, nauseabundo.

-Es una forma de decirlo-replico Aryan con humor-. No entiendo porque Bran quería venir aquí.

Había sido difícil, y requirió de una gran discusión, pero Bran había accedido a quedarse como el Stark de Invernalia en ausencia de Aryan... Cosa que no lo tenía muy feliz. Bran era un muchachito inquieto, muy dado a desobedecer las órdenes que le daban y a desaparecer con su huargo, Colmillo de Sangre, en el Bosque de los Lobos. Otras veces, desaparecía solo, y en esas ocasiones, Ned sabía que estaba visitando una de las casas de placer de Inviernas. Y desde la muerte de su señor padre se había vuelto, si cabe, incluso más salvaje.

Para asegurar su obediencia en su ausencia, Aryan lo había obligado a jurar con una mano sobre Hielo, sabiendo que ni siquiera Bran rompería una promesa así. Pero había dejado bien claro su disgusto de ser el Stark de Invernalia y la niñera de Ben, sobre todo después de la partida de Lya a la Isla del Oso y de que Aryan insistiese en llevarse a Ned con él.

Muchas veces, Ned pensaba que era el favorito de Aryan, y aquella perspectiva lo alegraba de sobremanera, porque todo niño merecía un hermano mayor como el suyo.

-¡Abran paso a Lord Stark y su hermano, Lord Eddard!-gritaba Ser Martyn, en medio de una inmensa multitud de curiosos.

Habían entrado a la ciudad por la Puerta del Río, que daba al puerto, donde su barco, el Sueño de Verano, estaba amarrado. Las capas doradas estaban allí para escoltarlos hacía la Fortaleza Roja, pero ellos no iban desprotegidos: Aryan había traído doscientos soldados desde Invernalia, la crema y nata de la guardia, todos sobre caballos grises moteados, con armaduras de cota de malla, cascos de acero con crestas en forma de lobo y capas de lana blancas, bajo altos estandartes con el huargo cenizo corriendo sobre campo de plata, que ondulaban con el viento.

Se Acerca el InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora