La princesa y el dragón.

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¡Buenas! Como dije, no tardaría mucho en volver a actualizar, y aquí esta.

Disfruten.

-X-

Aryan XXXI.

-¿Lord Stark?

-¿Sí?-pregunto Harry mientras se volvía hacía la puerta, donde Ser Arthur Dayne aguardaba respetuosamente.

-Su Majestad lo mando a llamar-dijo la Espada del Amanecer-. A usted y a su hija.

-Muy bien, Ser-declaro él-. En un momento vamos.

Se volvió hacía Joanna. Su hija había corrido a su lado tan pronto ocurrió el incidente en el patio de entrenamientos, y se desplomo en su regazo, sollozando. Tregar y Desmond venían con ella, de manera que se enteró de todo muy rápidamente.

-Lo siento, padre-dijo Joanna. Hacía varias horas que había dejado de llorar pero aún tenía el miedo reflejado en su rostro-. Lo siento, lo siento.

La abrazo. Qué pequeña la sentía entre los brazos, no era más que una niñita menuda y delicada. Era incomprensible que fuera parte de tantos problemas.

-Ya lo sé, Joanna-dijo Aryan-. Tú y yo vamos a bajar a ver al rey pero te quedaras en silencio, ¿está claro?-Espero a que asintiera-. Sí te ordenan disculparte, aun así te quedaras en silencio, porque no fue tu culpa... Pero tampoco esperes una disculpa para ti.

Joanna se sobresaltó.

-Pero Emperatriz...-Su labio templo-. Ser Arys la mato.

-Ser Arys cumplió su deber protegiendo a Su Alteza Real-le indico Harry, en un tono cariñoso-. Igual que tu loba trato de protegerte a ti. Aquí no hubo culpas.

Su hija pareció desdichada, y Harry se sintió peor, pero tampoco había mucho que hacer. Sí, la loba de su hija había perdido la vida... pero Su Alteza Real podría perder toda la mano.

«Y lo peor es que ninguno de los dos comenzó esta pelea».

Se volvió hacía el capitán de su guardia.

-Que Joff y Tommen no salgan de sus habitaciones sin mi permiso.

-A la orden, mi señor.

Bajaron los dos. Estaba atardeciendo, y habían pasado ya varias horas desde que había tenido lugar el altercado pero todos habían acordado que era mejor esperar a que se atendiese al príncipe Aegon y a la princesa Visenya.

-Frente en alto, Joanna-murmuro Harry-. Nos observan.

Cada ojo de la Fortaleza Roja estaba fijo en ellos, padre e hija, mientras cruzaban los pasillos aunque nadie trato de detenerlos ni siquiera para conversar. Los Hombres del Rey se miraban entre sí, murmuraban, se preguntaban qué haría el Gran Lobo.

La sala privada de audiencias del Rey resultaba mucho más pequeña que la inmensa Sala del Trono, pero aun así tenía espacio suficiente para acoger a unas ciento cincuenta personas con facilidad. Cuando entro vio hombres de los Stark, de los Tully, de los Targaryen y de los Martell, con lo que la tensión en el ambiente era más que obvia.

Lyanna conversaba en voz baja con Brandon, y Aryan se apresuró a unirse a ellos. Joanna se reunió en el centro de la sala con Sara Nieve y Visenya (su sobrina tenía la nariz inflamada y roja, inclinada en un extraño ángulo), tan lejos como les era posible de la princesa Rhaenys. No vio al príncipe Aegon en ningún sitio.

-¿Cómo está Su Alteza?-Fue lo primero que pregunto.

La reina hizo una mueca.

-En estos momentos está dormido, porque le dolía mucho así que le dieron la leche de la amapola-Lyanna parecía desdichada-. Ha perdido el dedo índice y anular de la mano derecha, pero los dientes de la loba desgarraron más allá. Pycelle confía en lograr salvar el resto de la mano, pero sí no, habrá que amputarla.

Se Acerca el InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora