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Con una mirada desafiante y un destello de satisfacción en sus ojos, Tiamat se plantó frente al poderoso devorador de dioses, un ser cuya reputación precedía su formidable poder. El Fenrir, con su imponente figura y su furia apenas contenida, fulminaba a Tiamat con una mirada llena de enojo y resentimiento.

La herida provocada por el ataque de Tiamat había dejado una marca indeleble en el pelaje del Fenrir, una mancha roja que contrastaba con la oscuridad de su piel. Era el símbolo tangible de la vulnerabilidad de aquel que es considerado uno de los mas fuertes del mundo sobrenatural, la prueba irrefutable del poder y la determinación de Tiamat.

Ante la presencia desafiante de Tiamat, el Fenrir gruñía con furia, su ira palpable en el aire que los rodeaba. Sin embargo, a pesar de su enojo, no podía ignorar el hecho de que había sido herido por la misma criatura a la que menospreciaba. Era un recordatorio doloroso de que, incluso los más poderosos, podían ser derrotados por aquellos que poseían la voluntad y el coraje para desafiarlos.

Tiamat, por su parte, no mostraba signos de miedo o vacilación. Con una confianza inquebrantable y un aura de poder que irradiaba de su ser, se mantenía firme ante su formidable adversario. Sabía que esta batalla era solo el principio de una lucha que definiría su destino y el destino de aquellos a quienes amaba. Y estaba decidida a enfrentarla con valentía y determinación, sin importar las dificultades que encontrara en su camino.

A pesar del tenso enfrentamiento entre Tiamat y el Fenrir, un breve momento de calma descendió sobre el campo de batalla. El silencio llenó el aire, interrumpido solo por el suave susurro del viento y el sonido lejano de la naturaleza circundante.

En ese instante de tranquilidad, los dos adversarios se observaron mutuamente, sus miradas chispeantes con una mezcla de desafío y respeto. Aunque estaban en lados opuestos de la contienda, compartían un reconocimiento mutuo de la fuerza y la determinación del otro.

Tiamat, con su postura erguida y su expresión serena, mostraba una calma inquebrantable frente al poderoso devorador de dioses. A su lado, el Fenrir, aunque aún mostraba signos de enojo y herida, parecía haberse calmado momentáneamente, como si reconociera la valentía y el coraje de su adversario.

Por un breve momento, la tensión se disipó y ambos contendientes se encontraron en un instante de paz inesperada. En medio de la batalla y la destrucción que los rodeaba, surgía un momento de conexión fugaz, un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, la humanidad y la compasión podían encontrar un lugar.

Sin embargo, este breve respiro pronto llegaría a su fin, y los dos guerreros volverían a enfrentarse en una lucha por la supremacía. Pero por ahora, en ese instante efímero de tranquilidad, ambos encontraron un momento de entendimiento y camaradería en medio del caos de la batalla.

De repente, el tranquilo interludio fue interrumpido por un estruendo ensordecedor cuando el Fenrir, con un rugido de furia, se lanzó hacia adelante con renovada determinación. Sus garras afiladas se extendieron hacia Tiamat con ferocidad, dispuesto a vengarse por la herida que había sufrido.

Tiamat, sin vacilar, respondió al ataque con una velocidad impresionante. Con un movimiento ágil, esquivó las garras del Fenrir y contraatacó con un feroz golpe de su propia garra, que cortó el aire con un silbido mortal.

El Fenrir gruñó con dolor cuando el golpe de Tiamat lo alcanzó, dejando una marca profunda en su pelaje ya dañado. Sin embargo, en lugar de retroceder, redobló sus esfuerzos, lanzando una ráfaga de energía oscura en un intento desesperado por derrotar a su adversaria.

La batalla se reavivó con una intensidad renovada, cada golpe y contraataque resonando en el aire con fuerza y determinación. En medio del caos y la destrucción, Tiamat y el Fenrir luchaban con una ferocidad implacable, determinados a salir victoriosos en esta épica confrontación de titanes.

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