Desde lo más profundo de la grieta, emergió el Gran Rojo, un dragón de proporciones colosales. Sus alas extendidas, amplias y poderosas, lo elevaban majestuosamente por encima del campo de batalla. Con cada batido, el aire temblaba, y el cielo se iluminaba con la magnificencia de su presencia.
Sus escamas, bañadas por la luz del sol, reflejaban destellos carmesíes mientras volaba con una gracia incomparable. Cada movimiento era una danza de poder y elegancia, dejando tras de sí estelas de fuego y cenizas. El Gran Rojo era una visión impresionante, una manifestación de la majestuosidad de los dragones en su forma más pura.
Sus ojos, centelleantes con la ferocidad de un depredador supremo, escudriñaban el horizonte en busca de su objetivo. Su rugido resonaba en el aire, un desafío a todos aquellos que osaran desafiar su dominio sobre los cielos.
Ante la imponente figura del Gran Rojo, incluso los corazones más valientes se estremecían de admiración y temor. Era el señor de los cielos, el rey de los dragones, y en ese momento, su poderío se desplegaba en todo su esplendor mientras surcaba los cielos con majestuosidad incomparable.
La presencia del colosal dragón llenaba el aire con una intensidad abrumadora. Sus escamas relucían con un brillo imponente, reflejando la luz del sol como llamas danzantes. Cada movimiento era una demostración de poderío y gracia, dejando en su estela una sensación de asombro y reverencia.
Los corazones de los presentes latían con fuerza mientras contemplaban al verdadero Dragón Emperador Rojo, el gobernante supremo de los cielos. Su aura dominante envolvía a todos con una sensación de temor reverencial, pero también de admiración. Era una criatura legendaria, una encarnación misma del poder ancestral de los dragones.
Nadie se atrevía a desafiar su autoridad, ni siquiera en pensamiento. Ante el Dragón Emperador Rojo, todos eran conscientes de su propia insignificancia y de la magnitud del ser que tenían frente a ellos. Era el rey indiscutible de los dragones, el ser más poderoso que jamás habían presenciado, y su presencia dejaba a todos sin palabras.
Sin embargo eso solo aplicaba a aquellos que recién pisaban este mundo prácticamente, ya que por otro lado, parados sobre el cielo estaban tres entidades que miraban con aburrimiento la presencia del gran rojo, parecía que no les asombraba la majestuosidad y el poder del mismo, solamente lo observaban como si esperaran algo más.
Trihexa: Oye idiota, ven a saludar a tus viejos amigos!!!
- La hermosa mujer que estaba tomando del cuello a Nirvana, gritó en dirección al enorme dragón. Cualquiera pensaría que no escucharía nada por la distancia, pero estaban muy equivocados, desde el instante que el cuerpo del gran rojo cruzó la grieta, se quedó estático mientras observaba a las tres entidades flotantes.
El gruñido ensordecedor del Gran Rojo pareció cesar por un momento, como si estuviera contemplando a las tres figuras con una atención inusual. Aunque su poderío era innegable, su actitud ante estas entidades sugería una reverencia silenciosa, como si reconociera su autoridad indiscutible.
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Mi razón de existir
Random¿?: Oye Elohim, ¿crees que debería morir? Elohim: ¿Por qué dices eso? ¿?: Mi vida no tiene sentido, he estado aquí por no sé cuanto tiempo, soy incluso más antiguo que tú, y aún así no sé qué sentido tiene mi vida... Elohim: Nirvana... sólo tú pued...