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JungKook

Ella sonriéndome con su mirada verdosa... Levanto el arco con la flecha preparada.

Cerrando sus ojos mientras le beso el cuello... Entrecierro mis ojos apuntando al punto exacto donde voy a disparar.

Sus gemidos en mi oído mientras acaricia mi cuello con sus dedos. Suelto la flecha y ésta da en el medio del muñeco de paja, justo en su pecho.

Suspiro mirando seriamente al muñeco y no pasa mucho cuando otra flecha le da en la cabeza, miro a mi izquierda y veo a la joven Lalisa bajando el arco y la flecha. Ella al verme me sonríe de lado y suspira al igual que yo.

— Hay que asegurarse de que no queden vivos. — se da la vuelta y camina de regreso al campo de prácticas.

Hace ya un tiempo que llegué aquí, y por fortuna no nos han atacado, lo que me deja con solamente la intriga de mi pasado y futuro. Han pasado casi cinco meses y aún no sé nada, y esto más que deprimirme, me enfurece. Me he intentado escabullir varias veces pero lastimosamente siempre hay un caballero de Vabsavai por todo el reino que me atrapa en el acto... volviendo furiosa a la Reina por la preocupación de que me vuelvan a atrapar en Niza.

Me doy la vuelta y camino hasta alcanzar a la castaña vestida con un uniforme hecho a su talla.

— Yo no ataco para matar directamente, señorita... — Siento su mirada expectante en mi perfil.— Me gusta verlos sufrir un rato y luego les corto la garganta. — murmuro con mi tono ronco y la miro para sonreír de lado hacia sus ojos bien abiertos por mis palabras.

— Eso es cruel. — susurra y luego niega con su cabeza pensativa.— Es usted una persona hermosa por fuera pero malvada en su interior...

— Usted no me ha conocido aún, créame cuando le digo que nadie me ha visto en mi faceta molesta. — le sigo sonriendo con malicia.— no quiera usted ser la primera. — muestro mis dientes en una sonrisa amplia de burla por su rostro sorprendido.

Camino un poco más rápido y me alejo poco a poco de ella. Voy hacia el establo y llego al compartimento del equino que me ha ayudado en todo este tiempo.

Empiezo a colocarle las suaves mantas y luego procedo con la silla, y mientras ajusto las correas en su lomo siento una presencia en la puerta del compartimento. Veo nuevamente a la joven Lalisa mirarme con incredulidad.

— ¿Has estado aquí toda la vida? — no respondo nada y siento que da un paso al interior para tomar el rostro del equino y acariciarle el cuello. Yo solo la veo de reojo.— Ya veo que no... — me ve y por un momento nuestras miradas conectan hasta que soy yo quien la aparta.— Ya sé que estás huyendo...

— No estoy huyendo ahora, solo quiero...

— Sí, eso dicen todos los que huyen...

— ¿Cómo usted? — me atrevo a dirigirme de manera directa y ella se recompone para soltar a Relámpago y mirarme de frente con sus brazos cruzados.

AMALUNA: El Hijo De La Luna © JKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora