Capítulo 4

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Jimin no quiso ver lo maravillosamente que se abrazaba a sus hombros su chaqueta negra de paño de Bath, ni como el excelente corte de la prenda resaltaba su ancho pecho y sus estrechas caderas. No quiso fijarse en la precisión y elegancia de su corbata blanca, anudada en un sencillo «estilo salón de baile». Y en cuanto a las piernas y a los largos músculos que se flexionaban al andar, decididamente no quiso fijarse en ellos tampoco.

Jungkook hizo una pausa justo en el umbral; Gerrard se detuvo también. Jimin vio que Jungkook hacía algún comentario sonriendo, ilustrándolo con un gesto tan airoso que hizo que le rechinaran los dientes. Gerrard, con el rostro iluminado y los ojos brillantes,  rió  y reaccionó con entusiasmo.

Entonces Jungkook giró la cabeza; desde un extremo de la sala hasta el otro, sus ojos se encontraron con los de Jimin.

Jimin había jurado que alguien le había asestado un puñetazo en el estómago, porque simplemente no podía respirar. Sosteniéndole la mirada, Jungkook alzó una ceja... y surgió entre ellos un desafío, sutil pero deliberado, absolutamente inconfundible.

Jimin se puso rígido. Tomó aire con desesperación y se volvió. Y acto seguido puso una sonrisa artificial en sus labios al ver que se acercaban Edmond y Henry.

—¿El señor Jeon no piensa reunirse con nosotras —Angela, haciendo caso omiso del súbito ceño fruncido de su madre, se inclinó hacia un lado para ver mejor a Jungkook y a Gerrard, que seguían hablando de pie junto a la puerta—. Estoy segura de que se divertiría mucho más conversando con nosotras que con Gerrard.

Jimin se mordió el labio; no estaba de acuerdo con Angela, pero esperaba fervientemente que esta viera cumplido su deseo. Por espacio de instante, parecía que así iba a ser, pues Jungkook curvó los labios al hacer un comentario a Gerrard y después se volvió… y se dirigió hacia donde estaba Araminta.

Fue Gerrard que el que se reunió con ellas.

Escondiendo el alivio que sentía, Jimin lo recibió con una sonrisa serena... y mantuvo la vista bien apartada del diván.  Gerrard y Edmond se aplicaron de inmediato a imaginar el argumento de la siguiente escena del melodrama de Edmond, algo que les servía comúnmente de diversión. Henry, con un ojo puesto en Jimin, realizó un esfuerzo demasiado obvio para animarlos; su actitud y la mirada demasiado cálida de sus ojos fastidiaban a Jimin, como siempre.

Angela, por supuesto, empezó a hacer mohínes, cosa que no resultaba precisamente muy agradable de ver. La señora Chadwick, ya acostumbrada a las necedades de su hija, suspiró y se rindió; ella y Angela, que ahora sonreía encantada, se fueron para unirse al grupo del diván.

Jimin estaba contento con quedarse donde estaba, aunque ello supusiera aguantar la mirada ardiente de Henry.

Quince minutos más tarde, llegó el carrito del té. Araminta se encargó de servirlo, sin dejar de parlotear todo el tiempo. Por el rabillo del ojo, Jimin advirtió que Jeon Jungkook conversaba amigablemente con la señora Chadwick; Angela, ignorada, amenazada con volver a hacer pucheros. Timms levantó la cabeza y soltó un comentario que hizo reír a todo el mundo; Jimin vio como la juiciosa compañera de su tía sonreía con afecto a Jungkook . De todas las damas reunidas alrededor del diván, tan sólo Alice Colby parecían no estar impresionada, aunque tampoco se la veía impasible. A los ojos de Jimin, Alice se encontraba incluso más tensa de lo habitual como si estuviera reprimiendo su desaprobación por pura fuerza de voluntad.  Sin embargo, el objeto de su ira parecía encontrarla invisible.

Tragándose sus comentarios, Jimin prestó oídos a la conversación de su hermano, que en aquel momento giraba en torno a la «luz» que había en las ruinas. Era, sin duda, un tema más seguro que cualquiera que fuera la siguiente salida de tono que acababa de provocar otra ronda de carcajadas en el grupo que rodeaba el diván.

El corazón de un Jeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora