Capítulo 52

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Al menos Edith Switings y los Colby  habían tenido la sensatez de quedarse en casa.

Exactamente en aquel momento, en la sacrosanta semipenumbra  de la sala de naipes de White’s, Jungkook, con la vista fija en Edgar y en el general, ambos sentados a una mesa jugando al whist, bebió con lentitud un trago de excelente vino del club mientras pensaba que la velada de Jimin seguramente no sería, no podía ser,  más aburrida que la suya.

Oculto en la penumbra,  arropado para que el ambiente silencioso y contenido que rezumaba aromas de alfas  como el del buen cuero, el tabaco y la madera de sándalo,  se había visto obligado a declinar numerosas invitaciones,  obligado a explicar, con una ceja arqueada en expresión lánguida, que se encontraba cuidando del sobrino de su madrina. Aquello,  en sí mismo, no sorprendió a nadie; lo que sí sorprendió fue que al parecer opinaba que el hecho de cuidar del chico le impedía sentarse a jugar una partida de cartas.

Y es que no podía explicar sus verdaderas motivos.

Reprimió un bostezo y recorrió la estancia con la mirada. Enseguida localizó a Gerrard,  que estaba observando el juego que tenía lugar en la mesa. El interés que mostraba era académico, pues  no parecía albergar deseo alguno de unirse al juego.

Tomó nota mentalmente de informar a Jimin de que su hermano mostraba escasa tendencia a picar el cebo que había envilecido a tantos alfas y se estiró,  movió los hombros y volvió a apoyarse contra la pared.

Tras cinco minutos de total falta de acontecimientos, fue a su encuentro Gerrard.

—¿Ha habido algo de acción? —El  muchacho señaló la mesa a la que estaban sentados Edgar y el General.

—No, a menos que uno cuente las veces que el general confunde los bastos con las espadas.

Gerrard sonrió  y observó el salón.

—Éste no parece ser un lugar adecuado para que alguien pase mercancías robadas.

—Sin embargo, es un lugar muy bueno para tropezarse inesperadamente con un viejo amigo. Pero ninguno de nuestros dos pichones da muestra de querer poner fin a su animadísima actividad.

La sonrisa de Gerrard se acentuó.

—Por lo menos, así es más fácil vigilarlos. —Miró a Jungkook—.  Si quiere reunirse con sus amigos, yo puedo arreglármelas solo. Si hacen algo, iré a buscarlo.

Jungkook negó con la cabeza.

—No estoy de humor.— Gesticuló hacia las mesas—. Ya que estamos aquí, tú también podrías intentar ampliar tus horizontes. Limítate a no aceptar ningún desafío.

Gerrard rió.

—No es mi estilo.

Y volvió  a marcharse para empezar a pasear por entre las mesas, muchas de ellas rodeadas por alfas que disfrutaban viendo jugar a los otros.

Jungkook se hundió de nuevo en las sombras. No se había sentido tentado, ni siquiera vagamente, a aceptar el ofrecimiento de Gerrard. En aquel momento no estaba de humor para unirse a la típica camaradería de una partida de cartas. En aquel momento su mente estaba ocupada por completo por una pregunta sin responder, por un enigma, por una destacada anomalía.

Por Jimin.

Necesitaba con desesperación hablar con Araminta a solas. De la vida familiar de Jimin, de su padre; allí radicaba la clave... y la clave de su futuro.

Aquella noche había sido un desperdicio: no había hecho ningún Progreso. En ningún aspecto.

El día siguiente sería distinto. Él se encargaría de que lo fuera.

El corazón de un Jeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora