Capítulo 11

439 87 17
                                    

Jungkook sintió que se resquebrajaba su control, que se le escapaban las riendas de la mano. Apretó la mandíbula y cerró con fuerza ambos puños. Todos los músculos de su cuerpo se contrajeron,  todos sus nervios se tensaron por el esfuerzo de refrenar su cólera.

Todos los Jeon tenían genio, un genio que normalmente se mostraba perezoso como un gato bien cebado; pero si alguien lo  aguijoneaba, se transformaba en el de un depredador. Por un instante se le nubló la vista, pero entonces su lobo obedeció a la rienda y se replegó, siseando. Cuando cedió su furia, parpadeó un tanto mareado.

Aspiró profundamente, dio media vuelta y, arrastrando la mirada de Jimin, se obligó a recorrer la habitación con los ojos. Lentamente fue soltando el aire.

—Si fuera usted un alfa, querido, no estaría aún de pie.

Hubo una pausa de un instante, y luego Jimin dijo:

—Ni siquiera usted golpearía a un omega.

Aquel «ni siquiera» estuvo a punto de hacer estallar su cólera de nuevo.  Con la mandíbula tensa, Jungkook volvió la cabeza despacio, lo miró a los ojos... Y levantó las cejas. Le hormigueó la mano en el impulso de hacer contacto con el trasero de Jimin. Le ardía, claramente. Por espacio en unos segundos estuvo a punto de hacerlo... Los ojos de el omega  grandes como platos cuando, paralizado como una presa, leyó la intención que había en la mirada de él, le procuraron escaso consuelo. Pero luego pensó en Araminta y  eso lo hizo vencer la compulsión casi abrumadora de hacer comprender de manera desagradable al señorito Park Jimin adónde lo llevaba su temeridad. Araminta,  aún comprensiva como era, seguramente no resultaría estar tan dispuesta a perdonarlo.

Entornó los ojos y habló muy suavemente:

—Sólo tengo una cosa que decirle, está usted equivocado... en todo lo que ha dicho.

Y acto seguido se dio media vuelta y se fue.

Jimin lo observó mientras se iba, observó como cruzaba en línea recta el salón a grandes zancadas, sin mirar a derecha ni izquierda. En su paso no había nada lánguido, ningún vestigio de su habitual lentitud y elegancia; todos sus movimientos, la rigidez de los hombros, desprendían una fuerza contenida, una furia apenas refrenada. Abrió la puerta y, sin ni siquiera saludar con la cabeza a Araminta, salió; la puerta se cerró tras él.

Jimin frunció el entrecejo. La cabeza le dolía, implacablemente. Se sentía vacío y... helado por dentro su lobo se replegó dentro. Su lobo se replegó dentro de él cómo se acabara de hacer algo malísimo, de cometer una terrible equivocación.

A la mañana siguiente se despertó en medio de un  mundo húmedo y gris. Miró por un ojo la impenetrable oscuridad que  reinaba al otro lado de la ventana y escondió la cabeza bajo las sábanas. Notó que el colchón se hundía bajo el peso de Myst, que se había subido a la cama. La gata se acomodó contra la curva de su estómago y se puso a ronronear.

Jimin enterró más la cabeza en la almohada. Estaba claro que era una mañana de la que se podía prescindir perfectamente.

Una hora más tarde sacó los brazos y piernas de la comodidad de la cama. Se vistió a toda prisa, temblando de frío, y luego se dirigió de mala gana al piso de abajo. Tenía que comer, la cobardía no era, según su credo, razón suficiente para causar al personal de servicio la inesperada molestia de subirle una bandeja a su habitación.

Tomó nota de la hora al pasar frente al reloj de las escaleras: casi las 10. Seguro de que todo el mundo había terminado de desayunar y se había marchado; no corría peligro alguno.

Entró en el comedor del desayuno... y descubrió su error. Estaban allí todos los alfas, en su totalidad. Cuándo se levantaron para saludarlo, la mayoría hizo un gesto benévolo con la cabeza, Henry y Edmond incluso esbozaron una sonrisa. Jungkook, sentado a la cabeza de la mesa, no sonrió en absoluto. Mantuvo su mirada con una expresión fría y pensativa. No se le movió ni un solo músculo de la cara.

El corazón de un Jeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora