Capítulo 10

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Jeon Jungkook se estaba extralimitando, iba demasiado deprisa, al menos en lo que se refería a Gerrard. En cuanto a lo demás, lo de estimular los sentidos de él, sospechaba que simplemente se estaba divirtiendo sin ninguna intención seria. Como él no era propenso a dejarse seducir, al parecer no había motivo para llamarle la atención al respecto.

En cambio, lo de Gerrard...

Jimin reflexionó sobre la situación mientras los mozos se llevaban los caballos. Durante unos instantes los cuatro alfas permanecieron juntos en el centro del patio; un poco apartado, el omega los estudió a todos, y reconoció que no podía reprochar a Gerrard que hubiera elegido emular a Jungkook. Se podía observar que era el macho dominante de los alfas reunidos.

Como si percibiera su mirada, Jungkook se volvió. Alzó una ceja y a continuación, con innata elegancia, le ofreció el brazo. Jimin se armó de valor y lo aceptó. Ya en grupo, se dirigieron hacia la casa. Edmond los abandonó frente a la puerta de entrada, ellos subieron la escalera principal y después Gerrard y Henry se separaron camino de sus habitaciones. Todavía del brazo de Jungkook, Jimin entró despacio en la galería. Su habitación se encontraba en el mismo pasillo que el de Araminta; la de Jungkook quedaba en el piso inferior.

No merecía la pena expresar en voz alta su desaprobación a no ser que hubiera verdadera necesidad de ello. Jimin se detuvo en la arcada que partía de la galería, desde donde cada uno tomaría un camino distinto. Jimin retiró la mano del brazo de Jungkook y levantó la vista hacia su rostro.

—¿Piensa quedarse mucho tiempo?

Él lo miró a su vez.

—Eso —dijo en un tono de voz muy quedo— depende en gran medida de usted.

Jimin miró sus ojos grises… y se quedó petrificado. Tenía paralizado cada uno de los músculos del cuerpo, de la cabeza a los pies. La idea de que él se estuviera divirtiendo, sin ninguna intención seria, desapareció de pronto... borrada por la expresión de sus ojos.

La intención que había en sus ojos.

No habría estado más clara si la hubiera expresado con palabras.

Valientemente, y sacando fuerzas de donde no creía tenerlas, Jimin alzó la barbilla y obligó a sus labios a curvarse lo justo para formar una sonrisa serena.

—Creo que descubrirá que se equivoca.

Pronunció aquella frase con suavidad, y vio que él apretaba la mandíbula. Entonces lo recorrió por entero una premonición de intenso peligro y no se atrevió a decir nada más. Con la sonrisa todavía en los labios, inclinó la cabeza con ademán altivo y seguidamente, con un remango (disposición para desenvolverse con habilidad y prontitud), cruzó la arcada y corrió a la seguridad que le ofrecía el pasillo.

Jungkook lo dejó marchar observándolo con los ojos entrecerrados, viendo como balanceaba las caderas al caminar. Se quedó en la arcada hasta que él llegó a la puerta de su habitación y luego lo oyó cerrarla después de entrar.

Entonces, muy despacio, sus facciones se relajaron y apareció en sus labios una sonrisa Jeon. Si no podía escapar del destino, entonces, ipso facto (inmediatamente), tampoco podría escapar Jimin. Lo cual quería decir que Jimin sería suyo. Y dicha perspectiva se fue haciendo más atrayente a cada minuto.

***

Era el momento de actuar.

Aquella misma noche, mientras aguardaba en el salón a que aparecieran los alfas, a Jimin se le hacía cada vez más difícil la espera. No dejaba de dar vueltas a la cabeza. A su lado, Angela y la señora Chadwick, que ocupaban un diván, hablaban de cuál sería el mejor volante para el nuevo vestido de mañana de Angela. Jimin, aunque asentía vagamente, ni siquiera las escuchaba; tenía cosas de más peso en la cabeza.

El corazón de un Jeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora