Capítulo 54

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Jimin había abierto los labios para preguntarle en tono altivo por qué los Jeon se consideraban tan altos exponentes de aquel  arte,  pero cuando hubieron girado tres veces obtuvo la respuesta. Tardó tres revoluciones más en acertar a respirar una bocanada de aire y cerrar la boca. Se sentía como transportado por el aire, volaba, se deslizaba. Daba vueltas y vueltas sin esfuerzo, siempre al compás.

Su mirada de asombro se posó  en el traje morado del omega que bailaba con su pareja enfrente de ellos, que giraba exactamente con la misma energía. Se trataba de Minnie, su anfitrión. En brazos de su marido.

Una mirada rápida le permitió ver que todos los Jeon que antes estaban conversando educadamente con él, habían tomado a un omega y  acudido a la pista de baile. Resultaba fácil distinguirlos entre la multitud: no giraban más deprisa que los demás,  pero lo hacían con mayor entusiasmo, con una potencia inmensamente mayor. Una potencia controlada, refrenada.

Con  los pies volando por el aire  y el faldón de su chaqueta  girando como un  torbellino, impulsado por los brazos de acero que lo sujetaban y por el poderoso cuerpo que lo arrastraba sin esfuerzo, lo detenía, lo hacía girar y lo volvía de espaldas, Jimin  se agarró con fuerza... a su cordura mental, y a Jungkook.

Aunque no porque corriera ningún peligro de que éste lo soltara.

Aquel pensamiento lo hizo tomar  mayor conciencia de la proximidad de Jungkook,  de su fuerza de alfa. Se acercaban al  extremo del salón; la mano de él lo abrazaba, igual que un hierro candente, a través de la fina seda del traje. Lo acercó más a él, hacia la protección de su abrazo. Giraron hacia el lado contrario; Jimin aspiró con desesperación… y sintió que su traje se tensaba contra el traje de Jungkook. Sus pezones se contrajeron en una tensión insoportable.

Ahogó una exclamación y miró a Jungkook, su mirada colisionó con la de él, de un gris plateado,  penetrante e hipnótica. No pudo desviar los ojos, apenas podía respirar,  y el salón daba vueltas y más vueltas a su alrededor.  Sus sentidos se concentraron en un estrecho radio, hasta que el mundo que conocía quedó circunscrito al círculo de los brazos del alfa.

El tiempo se detuvo. Lo único que quedó fue el movimiento de los cuerpos de ambos, atrapados en el ritmo potente e irresistible que tan sólo ellos percibían. Los violines tocaban un tema más lento; la música que sonaba entre ellos tenía un origen distinto.

Aquella música creció y se expandió. Caderas y muslos se encontraron, se acariciaron y se separaron siguiendo el movimiento de cada giro. El ritmo llamaba, sus cuerpos contestaban,  fluyendo sin esfuerzo con la danza, palpitando con cada latido,  enardeciéndose lentamente. Tocando con timidez. Burlón y prometedor. Cuando los violines callaron y los pies de ambos se detuvieron, aún continuaba sonando su música particular.

Jungkook  respiró hondo; sobre ellos flotaba la emoción del momento. Hizo un esfuerzo para apartar los brazos del cuerpo de Jimin,  lo tomó de la mano, que apoyó sobre su brazo, incapaz, aún cuando sabía que muchas personas los observaban con avidez,  de evitar colocar su mano libre sobre los dedos de Jimin.

Percibió el leve estremecimiento de él y sostuvo su peso cuando, por un instante, se inclinó más sobre él. Jimin  parpadeó rápidamente, luchando por liberarse de aquella magia. Levantó los ojos y estudió el semblante de Jungkook. Tranquilo, mucho más tranquilo de lo que se sentía en realidad, el alfa enarcó una ceja.

Jimin se puso en tensión. Fijó la vista al frente y adoptó una actitud altanera.

—No bailas mal el vals.

Jungkook rió  entre dientes. Apretó la mandíbula para reprimir el impulso de tomarlo en brazos y huir por una de las puertas que tenía el salón de música. Conocía  aquella casa como la palma de su mano. Tal vez Jimin no   conociera las alternativas que se les ofrecían, pero él sí. Pero había demasiada gente observándolos,  y Jimin, además, jamás se lo perdonaría, tan al comienzo de la velada, cuando las ausencias súbitas se hacían demasiado obvias.

El corazón de un Jeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora