Jimin empezó a conocer el goce de sentir el cuerpo duro de Jungkook encima del suyo, su duro pecho raspar sus sensibles pezones y la suave piel de su pecho. A maravillarse de la dureza que lo llenaba, aquel terciopelo de acero que empujaba en el interior de su cuerpo, lo dilataba, lo reclamaba. A experimentar, con cada exclamación sofocada, con cada jadeo desesperado, la fuerza con que él arremetía una y otra vez, la flexión de su columna vertebral, la fusión de los cuerpos de ambos en un solo ritmo. A percibir su propia vulnerabilidad en su desnudez, en el que anclaba sus caderas, en el deseo ciego que lo arrastraba. A recrearse en la excitación, el ardor sin vergüenza alguna, de insaciable erotismo, que aumentaba sin cesar, crecía y terminaba inundándolos a los dos en una violenta marea que intentaba ahogarlos.
Y a sentir, en lo más hondo de su alma, cómo se desplegaba una fuerza avasalladora, más potente que el deseo, más profunda, más duradera que ninguna otra cosa sobre la faz de la tierra. Aquella fuerza, toda emoción, plata y oro, fue invadiéndolo y adueñándose de él, y Jimin se entregó con valentía, con entusiasmo, reclamándolo para sí.
Se sintió inundado por el éxtasis... y lo aceptó con avidez, lo compartió a través de sus labios y del ardor de sus besos, a través de la adoración de sus manos, sus miembros, su cuerpo entero.
Jungkook hizo lo mismo, el omega lo paladeó en su lengua, lo notó en el calor de su cuerpo.
Todo lo que Jungkook necesitaba, él se lo daba; todo lo que ansiaba de él, se lo entregaba a Jungkook. Boca a boca, pecho con pecho, carne blanda cerrada a la dureza de él.
Jungkook, con un gemido, estiró los brazos y se las arregló para apoyarse sobre el heno lo bastante como para separarse un poco de Jimin. Luego volvió a introducirse en él, saboreando cada centímetro de carne que se cerraba sobre él, deteniéndose un instante para sentirlo palpitar, antes de retirarse sólo para volver a penetrarlo. Una y otra vez.
Saciándose a sí mismo... y también a Jimin.
El omega culebreó, ardiente y urgente debajo de él. Jungkook no había visto nunca nada más hermoso que él, atrapado en el lazo de la pasión. Lo vio alzarse y retorcerse, mover la cabeza de un lado a otro mientras buscaba alivio dentro de sí. Jungkook embistió con más profundidad y lo llevó más alto, pero Jimin seguía conteniéndose... todavía podía subir más. Y él también.
Y quería contemplarlo así, tan espléndido en aquella actitud sin prejuicios, en aquel glorioso abandono, al aceptarlo y retenerlo, al entregarse a él por primera vez. Aquella visión le robó el aliento... y algo más. Hubiera deseado tomarlo de nuevo, muchas veces, pero ninguna sería como esta, tan llena de emoción como este momento.
Jungkook supo cuando todo iba a terminar para Jimin, sintió la tensión a punto de explotar... y notó como florecía el interior de su cuerpo. Se lanzó hacia allí y soltó las amarras, dejó que su cuerpo hiciera lo que viniera de forma natural y lo llevara a ambos a perder el control. Y al final contempló la explosión que sobrecogió el cuerpo de Jimin derramando su semilla entre ellos, sintió como el deseo se fundía y derretía sus entrañas para transformarlas en un cálido y fértil receptáculo donde depositar su propia semilla.
Apretó los dientes, aguantó hasta el último segundo y vio cómo Jimin encontraba alivio por fin. Vio sus facciones, antes tensas por la pasión, aflojarse; notó en lo profundo de su cuerpo los fuertes espasmos que lo invadieron. Tras un silencioso suspiro, su cuerpo se ablandó y la expresión que adquirió su semblante fue la de un ángel en presencia de la divinidad.
Jungkook sintió un fuerte estremecimiento. Entonces cerró los ojos y dejó que esa sensación —la sensación de Jimin— se adueñara por completo de él.
Había sido más, mucho más de lo que esperaba. Y eso que se contuvo para no anudarlo y marcarlo. Era lo que su parte animal le pedía a gritos, pero era pronto aún.
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El corazón de un Jeon
RomanceA diferencia de los demás alfas de la hermandad Jeon, Jeon Jungkook nunca quiso verse atado a ningún omega, ya sea hombre o mujer, por muy encantador que éste fuera, y la mansión de su amiga Amarinta le parecía el lugar perfecto para ocultarse de lo...