Jungkook avanzó suavemente y desapareció de la vista por detrás del sillón de Edith. Jimin vio como se deslizaba sobre el suelo la bolsa de Edith. Se obligó a escuchar las instrucciones de ésta y a seguirlas lo suficiente como para formular preguntas sensatas. Ella, sonriente de orgullo, iba impartiendo sus conocimientos. Jimin la animó y elogió, con la esperanza de que el todopoderoso lo perdonara por aquel perjurio, ya que lo estaba cometiendo en nombre de la justicia.
Jungkook, agachado en cuclillas detrás del sillón, hurgó en la bolsa y luego, comprendiendo la futilidad de dicho esfuerzo, la volcó con cautela sobre la alfombra. El contenido consistía en un surtido de toda clase de cosas, muchas de ellas imposibles de identificar, al menos para él; lo esparció por el suelo intentando recordar la lista de objetos que habían sido sustraídos en los últimos meses. Fuera como fuera, las perlas de Araminta no estaban en el interior de la bolsa de Edith.
—Y ahora —dijo Edith—, sólo necesitamos un ganchillo... —Miró al lugar donde había dejado su bolsa.
—Yo se lo doy. —Jimin se agachó y tendió las manos como si la bolsa estuviera allí—. Un ganchillo —repitió.
—Que sea uno fino —añadió Edith.
Ganchillo. Fino. Detrás del sillón, Jungkook miró fijamente el conjunto de innombrables utensilios. ¿Qué diablos era un ganchillo? ¿Cómo era, fino o como fuera? Tras examinar y descartar frenéticamente varios objetos de carey, sus dedos dieron por fin con una varilla delgada terminada en una fina punta de acero que tenía un gancho en el extremo, una especie de arpón en miniatura.
—Sé que tiene que estar por ahí. —La voz de Edith, ligeramente que quejumbrosa, lanzó a Jungkook a la acción. Pasó el brazo hacia la parte delantera del sillón y puso el utensilio en la mano extendida de Jimin.
Él la asió con fuerza.
—¡Aquí está!
Estupendo. Bien, pues ahora lo metemos aquí, así...
Mientras Edith continuaba con sus explicaciones y Jimin aprendía obedientemente, Jungkook introdujo el contenido de la bolsa por la fauces abiertas de la misma. La sacudió un poco para que se asentara todo y volvió a depositarla al lado del sillón. Acto seguido, con sumo cuidado, se incorporó y se dirigió sigilosamente hacia la puerta.
Ya con una mano en el picaporte, miró atrás; Jimin no levantó la vista. Sólo cuando se encontró de nuevo en el vestíbulo principal, con la puerta de la salida bien cerrada, pudo respirar con libertad otra vez.
Jimin se reunió con él en la sala de billar media hora más tarde. Se sopló los finos mechones de pelo sueltos que se le enredaban con las pestañas y lo miró a los ojos.
—Ya sé sobre hacer punto más cosas de las que podré saber jamás, ni aunque viviera cien años.
Jungkook sonrió. Y se inclinó sobre la mesa.
Jimin hizo una mueca de desagrado.
—Deduzco que no has encontrado nada en la bolsa.
—Nada. —Jungkook apuntó para su siguiente golpe—. Nadie está utilizando la bolsa de Edith como escondite, seguramente porque una vez que un objeto cae allí dentro, es posible que no vuelva a encontrarse nunca.
Jimin contuvo una risita. Contempló cómo Jungkook cambiaba de postura y alineaba la tirada. Al igual que en Bellamy Hall, se había quitado la chaqueta. Por debajo del ajustado chaleco sus músculos se agitaron y después se tensaron. Golpeó la bola limpiamente y la envío rodando a la tronera de enfrente.
Luego se irguió. Miró a Jimin y se percató de su mirada fija. Entonces levantó el taco de la mesa y se acercó despacio a él. Se detuvo justo delante de su rostro.
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El corazón de un Jeon
RomantikA diferencia de los demás alfas de la hermandad Jeon, Jeon Jungkook nunca quiso verse atado a ningún omega, ya sea hombre o mujer, por muy encantador que éste fuera, y la mansión de su amiga Amarinta le parecía el lugar perfecto para ocultarse de lo...