Capítulo 27

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Jimin contuvo la respiración y cerró los ojos. Privado del habla, levantó el rostro y ofreció sus labios.

Él los aceptó, lo aceptó a él. Cuando se fundieron las bocas de ambos, Jimin sintió las manos de Jungkook más abajo todavía, trazando deliberadamente los maduros hemisferios de sus glúteos.  Jungkook se llenó las manos de él y comenzó a masajear... Jimin experimentó un  intenso calor que le abrazaba la piel. El alfa lo amoldó a él, atrayéndolo cada vez más hacia el hueco de sus muslos.

El omega notó la evidencia de su deseo, sintió aquella realidad dura y palpitante contra su vientre. Jungkook lo mantuvo así durante unos instantes de dolorosa intensidad, con los sentidos plenamente despiertos, plenamente conscientes, y a continuación volvió a atacar despacio con la lengua, hundiéndose a fondo en la suavidad  de su boca.

Jimin hubiera lanzado una exclamación, pero no pudo. Aquella sugerente caricia, la posesión sin prisas de Jungkook de su boca, le provocaba continuas oleadas de calor que formaban remanso en sus ingles. Conforme el beso lo iba llevando cada vez más lejos y más hondo, se fue apoderando de él una sensación de languidez que le atenazaba los miembros y le ralentizaba los sentidos.

Pero no lo silenciaba.

Tenía dolorosa conciencia de todo, de su propio miembro despertado por las caricias del alfa. Conciencia del cuerpo duro que lo rodeaba, de los músculos duros como el acero que lo aprisionaban; de sus pezones, duros enhiestos, apretados contra la pared del pecho de Jungkook; de la blandura de sus muslos en íntimo contacto contra los de él; de la pasión arrolladora e inexorable que él mantenía a raya sin piedad.

Aquello último era una tentación, pero tan potente y peligrosa que ni siquiera se atrevió a sondearla.

Aún no. Había otras cosas que todavía tenía que aprender.

Como la sensación de la mano de Jungkook en su pecho, diferente ahora que lo estaba besando tan hondo, ahora que estaba en tan estrecho contacto con él. Su pecho se ensanchó, cálido y tenso  cuando el alfa cerró  los dedos sobre él; el pezón era ya un botón erecto, tremendamente sensible a la mano experta de Jungkook.

El beso continuó todavía, anclándolo a los latidos de su propio corazón, al repetitivo flujo y reflujo de un ritmo que lo tenía el borde mismo de la conciencia. Era una pauta que subía y bajaba, pero que seguía estando allí, en un crescendo de deseo de combustión lenta, dirigido, orquestado, de manera que él nunca perdiera el contacto, nunca se viera abrumado por las sensaciones.

Jungkook le estaba enseñando.

Jimin no habría sabido decir en qué momento se dio cuenta de eso, pero lo aceptó como algo cierto. Cuando sonó el gong para el almuerzo, fue un sonido distante.

Hizo caso omiso de él, Jungkook también. Al principio. Luego, se apartó y puso fin al beso.

—Si nos saltamos el almuerzo, seguro que se darán cuenta — murmuró contra los labios de Jimin… antes de volver a besarlo.

—Mmm —fue todo lo que pudo  decir él.

Tres minutos más tarde,  Jungkook levantó la cabeza y miró a Jimin.

El omega estudió sus ojos, no su cara, pues en aquellas facciones duras y angulosas no había el menor rastro de disculpa, de triunfo, ni siquiera de satisfacción. El sentimiento que dominaba era el deseo, tanto en él como en el omega. Lo percibió en lo más profundo de sí, como un impulso primitivo que había cobrado vida por culpa de aquel beso pero que aún no estaba satisfecho. El deseo del alfa se manifestaba en la tensión que lo atenazaba, en el control que en ningún momento había dejado de ejercer.

El corazón de un Jeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora