Capítulo 25

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La puerta se cerró tras él. La expresión radiante de Angela desapareció y se transformó en un mohín. Jimin gimió para sus adentros y juró que obtendría la correspondiente venganza. Mientras tanto… Puso una sonrisa de interés en sus labios y observó los objetos que salían de la sombrerera de Angela.

—¿Eso es una peineta?

Angela parpadeó y se le iluminó el rostro.

—Sí, así es. Bastante barata, pero muy bonita.— Sostuvo en alto una peineta de carey salpicada de diamantes de pasta—. ¿No te parece que es exactamente lo que le va a mi cabello?

Jimin se resignó a caer en el perjurio. Angela había comprado también cinta de color cereza... varios metros. Jimin, en silencio, añadió aquello a la cuenta de Jungkook y continuó sonriendo amablemente.

***

Peligro.

Ése tendría que haber sido su segundo nombre. Debería haberlo llevado tatuado en la frente.

—Si hubiera avisado, al menos habría sido más justo. —Jimin aguardó la reacción de Myst; al final la gata parpadeó—. ¡Vaya!

Jimin cortó otra rama de color otoñal, se agachó y metió la rama en la cesta que tenía en el suelo.

Habían pasado tres días desde que escapara del diván; aquella mañana había renunciado a valerse del bastón de sir Humphrey.  Su primera excursión había sido un paseo sin rumbo por el viejo jardín cercado. En compañía de Jungkook.

En retrospectiva, una salida de lo más peculiar, pues lo había dejado en un estado peculiar, en efecto. Habían estado solos. Sintió acrecentarse la emoción, pero se vio frustrada por el propio alfa y por el lugar en que se encontraban. Por desgracia, en los días siguientes no hubo más momentos de intimidad.

Y aquello lo había dejado de no muy buen humor, como si sus emociones, despertadas por aquel único momento de intensidad, insatisfecho, pasado en el jardín, continuaran bullendo con la misma pasión, aún no apaciguadas. Sentía la rodilla débil, pero ya no le dolía. Podía caminar sin trabas, pero no un gran trecho.

Lo más lejos que había llegado era hasta la zona de los arbustos, para recoger un ramo de hojas de color vivo para la sala de música.

Levantó la cesta ya repleta y se la apoyo en la cadera. Hizo un gesto a Myst para que echara a andar y emprendió el regreso por el sendero cubierto de hierba que conducía a la casa.

La vida en Bellamy Hall, temporalmente alterada por la llegada de Jungkook y el accidente sufrido por él, regresaba poco a poco a su antigua rutina. Lo único que perturbaba el tranquilo discurrir, de las inocuas actividades de la familia era la presencia constante de Jungkook. Estaba en alguna parte, pero él no sabía dónde.

Al salir de entre la vegetación escudriño los prados que se extendían hasta las ruinas. Vio al general que regresaba del río a paso rápido y balanceando su bastón. En las propias ruinas se encontraba Gerrard, sentado sobre una piedra y con el caballete frente a sí. Jimin escrutó las piedras y las arcadas cercanas, y de nuevo recorrió con la vista las ruinas y los prados. Y entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

Se encaminó hacia la puerta lateral. Edgar y Whitticombe estarían enterrados en la biblioteca, pues ni siquiera la luz del sol los hacía salir. La musa de Edmond se había vuelto exigente: apenas se presentaba a comer, e incluso durante las comidas parecía absorto en las abstracciones. Henry, por supuesto, estaba tan ocioso como siempre; sin embargo había desarrollado un gusto especial por el billar y con frecuencia se le podía ver practicando.

El corazón de un Jeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora