Capítulo 30

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La tensión entre ellos se había vuelto salvaje. Con la tirantez de un alambre, aumentada hasta la sensibilidad extrema.

Jungkook lo que percibió aquella noche, en el instante mismo en que apareció Jimin en el salón. La mirada que le lanzó dejó bien claro que él también sentía lo mismo. Pero tenían que representar cada uno su papel, comportarse tal como se esperaba de ellos, ocultando la pasión que ardía entre ambos.

Y rezar para que nadie se diera cuenta.

Tocarse de cualquier forma, por inocuo que fuera, quedaba del todo descartado.

Ambos lo evitaron hábilmente... hasta que, al aceptar una fuente que le pasó Jungkook, los dedos de él rozaron los suyos.

A punto estuvo de soltar la fuente. Jungkook consiguió a duras penas reprimir una maldición y, con la mandíbula apretada, aguantar, tal como hizo Jimin.

Por fin regresaron al salón. Ya se habían tomado el té, y Araminta , envuelta en chales, estaba a punto de retirarse. Jungkook tenía la mente en blanco; no tenía la menor idea de qué temas de conversación se habían tratado las dos últimas horas. En cambio, reconoció la oportunidad nada más verla.

Fue hasta el diván y dijo a Araminta alzando una ceja:

—Yo te llevaré a tu habitación.

—¡Una idea excelente! —declaró Timms.

—¡Vaya! —exclamó Araminta, pero, agotada por el resfriado, terminó aceptando de mala gana—. Está bien. —Mientras Jungkook la tomaba en brazos, con chales y todo, admitió con renuencia—: esta noche, sí que me siento rara.

Jungkook rió  suavemente y se puso a hacerle bromas a Araminta para que recuperara su habitual buen humor. Para que cuando llegaron a la habitación, se le había dado tan bien que Araminta ya hacía comentarios sobre su arrogancia:

—Muy seguros de ustedes mismos están los Jeon.

Con una ancha sonrisa Jungkook la depositó en su sillón de siempre, junto a la chimenea. Enseguida se les unió Timms, que había ido pisándoles los talones.

Y también Jimin.

Araminta despidió a Jungkook con un gesto de la mano.

—No necesito a nadie más que a Timms. Ustedes dos pueden volver al salón.

Jimin intercambió una mirada fugaz con Jungkook y después miró Araminta.

—¿Estás segura?

—Estoy segura. Váyanse ya.

Y se marcharon, pero no de vuelta al salón. Ya era tarde, y ninguno de los dos sentía deseos de fútil cháchara.

Sin embargo, sí que sentían deseo. Un deseo que fluía sin descanso por sus cuerpos, entre ellos, que caía sobre ellos como si de una red hechicera se tratara. Mientras caminaba al lado de Jimin,  acompañándolo, por acuerdo tácito, a su dormitorio, Jungkook aceptó que hacer frente a aquel deseo, a lo que ahora bullía entre ambos, recaería sobre él, sería su responsabilidad.

Jimin, a pesar de su propensión a tomar las riendas, era un inocente.

Se recordó a sí mismo aquel  hecho cuando se detuvieron frente a la puerta del dormitorio. Él lo miró, y Jungkook reiteró para sus adentros la conclusión a la que había llegado tras la debacle de la despensa. Hasta que dijera las palabras que la sociedad dictaba que debía decir, ambos no debían verse a solas excepto en el más formal de los entornos.

Y ello no incluía estar delante de la puerta del dormitorio de Jimin justo al empezar la noche, y dentro de aquel dormitorio, que era donde deseaba estar su parte más primitiva, resultaba menos adecuado todavía.

El corazón de un Jeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora