Capítulo 24

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—¡Un momento!

—¡Oiga!

—¡Espere!

Aquellas ineficaces exclamaciones se desvanecieron a su espalda. Las rápidas zancadas de Jungkook lo llevaron de vuelta al vestíbulo principal antes de que Penwick, Edmond y Henry pudieran hacer otra cosa que parpadear colectivamente, mudos de sorpresa.

Entonces Jimin recuperó el aliento y exclamó furioso:

—¡Déjeme en el suelo!

Jungkook lo miró muy brevemente a la cara.

—No.

Y continuó escaleras arribas.

Jimin aspiró hondo al ver a dos doncellas que bajaban, y les sonrió al pasar. Luego se encontraron ya en la galería.  Los otros alfas habían tardado diez minutos enteros en bajar la escalera; y  Jungkook había logrado lo contrario en menos de un minuto.

—Los otros caballeros —lo informó en tono ácido —estaban ayudándome a llegar a la salita de atrás.

—Idiotas.

El pecho de Jimin se elevó.

—¡Es que yo quería estar en la salita de atrás!

—¿Por qué?

¿Que por qué? Pues porque de aquel modo, si él hubiera ido a buscarlo después de pasar un agradable día en Northampton con Angela, no habría sabido dónde estaba y a lo mejor se hubiera preocupado.

—Porque —contestó Jimin con tono glacial, cruzando los brazos defensivamente sobre el pecho— ya estoy harto de estar en la salita de arriba. —La que él le había acondicionado—. Allí me aburro.

Jungkook lo miró al tiempo que lo cambiaba un poco de postura para abrir la puerta.

—¿Se aburre?

El omega lo miró a los ojos y deseo haber utilizado otra palabra. Por lo visto, para un libertino aquella era como un trapo rojo.

—No falta mucho para la cena, tal vez debería llevarme a mi habitación.

La puerta se abrió de par en par y Jungkook la cruzó. Después la cerró tras de sí con una patada y sonrió.

—Aún falta más de una hora, y usted tiene que cambiarse. Yo lo llevaré a su habitación.... más tarde.

Sus ojos se habían entornado, brillantes de intención. Su voz se había transformado en su habitual ronroneo peligroso. Jimin se preguntó si alguno de los otros tres alfas habría tenido el valor de seguirlos, pero no creía que así fuera; desde que Jungkook redujo a la nada con tanta frialdad sus insensatas acusaciones contra Gerrard, tanto Edmond como Henry lo trataban con respeto, el respeto que se les tiene a los carnívoros peligrosos. Y Penwick sabía que desagradaba a Jungkook... intensamente.

Jungkook fue hasta el diván. Jimin lo observó cada vez con mayor recelo.

—¿Qué cree que está haciendo?

—Atarlo al diván.

Jimin intentó lanzar una exclamación de desdén, intentó no hacer caso de la premonición que le recorrió el espina dorsal.

—No sea tonto, eso no lo dijo como una amenaza seria. —¿No sería más sensato que él le enroscara los brazos a su cuello?

Jungkook llegó al respaldo del diván y se detuvo.

—Yo nunca amenazó. —Aquellas palabras flotaron hasta él, que miraba fijamente los cojines—. Sólo hago advertencias.

Y dicho eso, lo tendió sobre el respaldo de hierro forjado y lo sujetó con la espalda contra el mismo. Jimin se debatió al instante intentando darse la vuelta. Pero una enorme mano apoyada sobre su cintura lo mantuvo firmemente en su sitio.

El corazón de un Jeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora