Capítulo 7

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Jungkook se aseguró de bajar temprano a desayunar. Cuando entró en el comedor del desayuno, sólo halló a Henry que se afanaba con un plato de salchichas. Jungkook intercambio con él un gesto amistoso y se acercó al aparador. Estaba llenando un plato con lonchas de jamón cuando apareció el mayordomo trayendo otra fuente, que depositó sobre el aparador. Lo miró alzando una ceja.

—¿Ha advertido alguna señal de que alguien haya irrumpido en la casa?

—No, señor. —Master llevaba más de veinte años siendo el mayordomo de Araminta y conocía muy bien a Jungkook—. He hecho la ronda muy temprano. El piso de abajo ya había sido protegido antes del... incidente. Después lo volví a comprobar, y no había ninguna puerta ni ventana que estuviera abierta.

Lo cual no era ni más ni menos de lo que esperaba Jungkook. Asintió con un gesto evasivo y Masters se marchó.

Regresó a la mesa y retiró la silla situada a la cabecera de la misma.  Henry sentado en la contigua, levantó la vista.

—Vaya asunto tan extraño, el de anoche. Todavía se notan sus efectos. No me gusta decirlo, pero de verdad opino que el joven Gerrard fue demasiado lejos con las tontería del espectro.

Jungkook alzó las cejas.

—En realidad....

Se vio interrumpido por un bufido procedente de la puerta; era Whitticombe, que entraba.

—Habría que dar una paliza a ese joven granuja. Asustar así a unas omegas. Necesita una mano firme que le sujete las riendas, lleva demasiado tiempo al cuidado de omegas.

Jungkook se endureció para sus adentros; pero por fuera, ni un mínimo gesto turbo su expresión habitual de cortesía. Reprimió el impulso de defender a Jimin, y también a Araminta, y en cambio compuso un semblante de aburrimiento sólo levemente molesto.

—¿Por qué está tan seguro de que él de anoche fue Gerrard?

Whitticombe que estaba junto al aparador, se dio la vuelta, pero se le adelantó el general en responder:

—Es lo más lógico —jadeó, entrando en ese momento—. ¿Quién, si no, podría haber sido?

Una vez más, Jungkook levantó las cejas.

—Casi cualquiera, por lo que yo pude ver.

—¡Tonterías! —bufó el general apoyando su bastón contra el aparador.

—Aparte de mí mismo, Araminta, Timms, el señorito Park, Angela y la señora Chadwick —insistió Jungkook—, el culpable pudo ser cualquiera de ustedes.

El general se volvió y lo miró furioso por debajo de sus pobladas cejas.

—Ha perdido usted un tornillo armando tanto jaleo con este asunto. ¿Por qué diablos iba a querer cualquiera de nosotros propinar un susto de muerte a Agatha Chadwick?

En aquel momento entró por la puerta Gerrard, con los ojos brillantes... y se detuvo en seco. Su rostro, al principio lleno de emoción juvenil, quedó privado de toda expresión.

Jungkook captó su mirada y a continuación, con los ojos, le señaló el aparador.

—En efecto —dijo despacio al tiempo que Gerrard, ahora tenso y rígido procedía a servirse—, pero, valiéndome precisamente de ese mismo razonamiento, ¿por qué va a querer hacerlo Gerrard?

El general frunció el entrecejo y lanzó una mirada a la espalda del muchacho. Llevando un plato repleto de pescado con arroz, fue a ocupar una silla situada más lejos. Whitticombe con los labios apretados y guardando un silencio cargado de reproche, se sentó frente a él.

Henry, también ceñudo, se removió en su asiento. Él también miró a Gerrard, que estaba entretenido junto al aparador, y contempló su plato vacío.

—No sé... pero supongo que los chicos son chicos.

—Siendo yo una persona que se ha servido de esa misma excusa hasta el extremo, me siento obligado a señalar que Gerrard hace ya varios años que dejó atrás la etapa en la que cabría esa explicación. —Jungkook captó la mirada de Gerrard cuando éste regreso del aparador con un plato lleno en las manos. El rostro del muchacho estaba ligeramente sonrojado y tenía la mirada vigilante. Jungkook le sonrió con naturalidad y le señaló la silla contigua a la suya—. Pero a lo mejor el mismo puede hacernos alguna sugerencia. ¿Qué dices, Gerrard, puedes ofrecernos alguna razón por la que alguien podría desear asustar a la señora Chadwick?

Para mérito suyo, Gerrard no se dio prisa en contestar. Depósito su plato en la mesa con el ceño fruncido y seguidamente sacudió la cabeza con lentitud.

—No se me ocurre ninguna razón por la que alguien pudiera desear hacer chillar a la señora Chadwick —hizo una mueca de desagrado al recordar lo sucedido—. Pero... —lanzó una mirada fugaz a Jungkook— sí que me pregunté si el pánico no sería fortuito y si la persona que estaba en la puerta era realmente el ladrón.

Aquella sugerencia hizo pensar a toda la mesa. Al cabo de unos instantes Henry movió la cabeza en un gesto afirmativo.

—Podría ser. En efecto, ¿por qué no?

—Con independencia de eso — tercio Whitticombe—, no consigo imaginar que otra persona puede ser el ladrón. —Su tono dejó claro que seguía sospechando de Gerrard.

Jungkook le dirigió al muchacho una mirada ligeramente interrogativa.

Más animado, Gerrard se encogió de hombros y dijo:

—No entiendo que puede pretender hacer cualquiera de nosotros con todas esas chucherías y baratijas que han desaparecido.

El general soltó uno  de sus características resoplidos.

—Tal vez porque son baratijas es justo el tipo de cosa que sirven para cortejar a una sirvienta coqueta, ¿eh? —Y su mirada penetrante volvió a clavarse en Gerrard.

Las mejillas del chico se tiñeron de rojo.

—¡No es culpable! ¡Lo juro por mi honor! —Aquellas palabras declamadas con ardor llegaron desde la puerta. Todos volvieron la cabeza y vieron en el umbral a Edmond con el aplomo de un suplicante que clamase justicia desde el banquillo. Luego abandonó su pose, sonrió ampliamente, hizo una reverencia y acto seguido se encamino a grandes pasos hacia el aparador—. Lamento decepcionarlos, pero me siento obligado a desmontar esa fantasía; ninguna de las sirvientas que hay aquí aceptaría semejantes símbolos de estima. Todo el personal ha sido alertado en lo que se refiere a los robos. Y en lo que respecta a las aldeas vecinas —hizo una pausa teatral y volvió los ojos a Jungkook con expresión angustiada—, créame, no hay una sola damita que prometa dentro del radio de un día a caballo.

Jungkook escondió su sonrisa detrás de la taza de café; por encima del borde se encontró con los ojos risueños de Gerrard.

El ruido de los tacones rápidos de unos zapatos volvió todas las miradas hacia la puerta. En el umbral apareció Jimin, y al momento todo el mundo hizo chirrear su silla en el gesto de levantarse. Él los hizo sentarse de nuevo con un movimiento de la mano. Detenido en el umbral,  examinó rápidamente la sala y su mirada se posó por fin en Gerrard. Y en su sonrisa afectuosa.

Jungkook reparó en como subía y bajaba el pecho del joven omega, se fijó en el leve rubor de sus mejillas. Había venido corriendo.

Jimin parpadeó y seguidamente, con una inclinación de cabeza que iba  dirigida a todos, se acercó al aparador.

Jungkook desvío la conversación hacia temas menos cargados de tensión.

—La próxima cacería será la de los Northant —dijo Henry respondiendo a su pregunta.

Junto al aparador, Jimin se obligó a sí mismo a respirar hondo mientras llenaba su plato con aire abstraído. Había procurado despertarse temprano y llegar al comedor a tiempo para proteger a Gerrard, en lugar de eso se había dormido, agotado por una creciente preocupación seguida de inquietos sueños. Las otras omegas por lo general tomaban el desayuno en bandejas que les llevaban a sus habitaciones, una costumbre a la que él nunca se había sumado. Prestando oído a la conversación que tenía lugar a su espalda, oyó la voz lenta y perezosa de Jungkook y sintió que se le erizaba la piel.

Frunció el ceño. Conocía demasiado bien a los inquilinos de la casa, y no había posibilidad alguna de que hubieran omitido mencionar el contratiempo de la noche anterior ni de que no hubieran, de un modo u otro,  acusado Gerrard de dicho contratiempo. Pero éste estaba claramente imperturbable, lo cual solo podía significar una cosa: que por la razón que fuera, Jungkook había salido en defensa del chico y había desviado hacia otra parte las irrazonables sospechas que pesaban sobre él. Su ceño se acentuó al oír la voz de Gerrard, pletórica de juvenil entusiasmo al describir una ruta a caballo que había cerca.

Con los ojos muy abiertos, Jimin recogió su plato y se volvió. Avanzó a lo largo de la mesa hasta la silla situada al lado de su hermano. Masters se la retiró y aguardó hasta que él tomó asiento.

Gerrard se volvió para decirle:

—Estaba comentando a Jungkook que Araminta conservó los mejores caballos de caza que poseía Sir Humphrey.  Y que las rutas de por aquí son bastante aceptables.

Sus ojos brillaban con una luz que Jimin no había visto nunca. Sonriente, el muchacho se volvió hacia Jungkook; Jimin con el corazón acelerado, miró también a la cabecera de la mesa.  Jungkook parecía relajado, con sus anchos hombros encerrados en una chaqueta de montar de color gris, cómodamente recostado contra el respalto de su silla, con una mano apoyada en el posabrazos y la otra extendida sobre la mesa con sus largos dedos cerrados alrededor del asa de una taza de café.

A la luz del día, sus facciones eran tan marcadas como él había imaginado, su rostro igual de fuerte. Sus pesados párpados escondían los ojos como si, con somero interés, escuchara a Gerrard ensalzar las virtudes ecuestres de la localidad.

A su derecha  oyó resoplar al general, qué acto seguido empujó hacia atrás su silla. Whitticombe también se levantó. Uno tras otro, todos fueron saliendo de la habitación. Jimin, con el ceño fruncido, se aplicó a su desayuno y procuró pensar en otro tema con el que trabar conversación.

Jungkook vio su expresión ceñuda; el diablo que llevaba dentro se agitó y se estiró, y después se dispuso a contemplar aquel nuevo desafío. Estaba seguro de que Jimin lo evitaría. Entonces desvió su mirada de halcón y estudio a Gerrard. Sonrió. Con lentitud. Aguardó hasta que Jimin diera un mordisco a la tostada.

—De hecho —dijo con parsimonia—, estaba pensando en llenar la mañana con un paseo a caballo. ¿Le interesa a alguien?

La ávida reacción de Gerrard fue instantánea; la de Jimin, aunque mucho menos ávida, no fue menos rápida. Jungkook contuvo una sonrisa al ver su expresión de desconcierto cuando, con la boca llena, oyó a Gerrard aceptar la invitación con un placer evidente.

Jimin miró por los ventanales del comedor. Hacía un buen día, soplaba una suave brisa. Tragó y miró a Jungkook.

—Creía que iba usted a marcharse.

Él esbozó una sonrisa lenta, maliciosa, fascinante.

—He decidido quedarme a pasar unos días.

¡Maldición! Jimin reprimió un juramento y miró a Edmond, que estaba sentado al otro lado de la mesa y que sacudió la cabeza en un gesto negativo.

—No cuenten conmigo. La musa me llama... debo hacer lo que me ordena.

Jimin maldijo para sus adentros y posó su mirada en Henry. Éste reflexionó un instante y después hizo una mueca de disgusto.

—Es una buena idea, pero antes tengo que ir a ver cómo está mi madre. Ya los alcanzaré más tarde, sí puedo.

Jungkook inclinó la cabeza y dirigió una mirada sonriente a Gerrard.

—Por lo que parece, sólo quedamos los dos.

—¡No! —Jimin tosió para disimular la brusquedad de su respuesta; bebió un sorbo de té y lo miró—. Si tiene la bondad de esperar a que me cambie, yo también voy.

Busco los ojos de Jungkook y vio una chispa perversa a través de ellos. Pero él inclinó la cabeza con suavidad, con elegancia, aceptando su compañía, lo cual era lo único que le importaba a Jimin. Dejó su taza de té y se levantó.

—Me reuniré con ustedes en los establos .

Jungkook se levantó con su gracia habitual, lo observó salir de la sala y volvió a sentarse en una postura de elegante descuido. Alzó su taza de café para ocultar su sonrisa victoriosa.  Gerrard, después de todo, no estaba ciego.

—¿Diez minutos, crees que tardará? —inquirió con una ceja enarcada.

—Oh, por lo menos.

Gerrard sonrió de oreja a oreja y tendió la mano para tomar la jarra de café.

 
Gerrard sonrió de oreja a oreja y tendió la mano para tomar la jarra de café

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