—Me olvidé de esa promesa… Simplemente, vi el espectro y vine corriendo. ¿Pero qué hace aquí usted, si tan peligroso es perseguir al espectro?
—Yo tengo una dispensa especial.
Jimin encontró perfectamente justificado soltar una exclamación de desdén.
—¿Dónde está Myst?
—Por delante de nosotros.
Jimin miró, pero no vio nada. Obviamente, Jungkook veía mejor que él; no le había fallado el paso al abrirse camino por entre las piedras caídas por el suelo. Con los brazos alrededor de su cuello, se alegró mucho para sus adentros de no tener que recorrer cojeando aquel tramo de hierba.
En aquel momento surgió de la niebla la puerta lateral de la casa. Allí estaba Myst, esperando en el pórtico. Jimin aguardó a que Jungkook lo dejara en el suelo, pero en lugar de eso, éste se las arregló para abrir la puerta sin dejar de sostenerlo en brazos. Una vez dentro, cerró la puerta de una patada y reclinó los hombros contra él.
—Eche el pestillo.
Jimin hizo lo que el alfa le indicaba, extendiendo los brazos a ambos lados. Cuando quedó echado, Jungkook se irguió y continuó andando.
—Ya puede bajarme al suelo —siseó Jimin cuando penetraron en el vestíbulo principal.
—Lo dejaré en su habitación.
A la luz de la vela del vestíbulo, Jimin vio lo que no había podido ver antes: su rostro. Mantenía una expresión dura como una roca. Severa e inflexible.
Para su sorpresa, Jungkook se dirigió a la parte de atrás del vestíbulo y abrió la puerta tapizada de verde ayudándose con el hombro.
—¡Masters!
Al momento, el aludido salió de la habitación del mayordomo.
—Sí señor... ¡Oh, santo cielo!
—En efecto —repuso Jungkook—. Llame a la señora Henderson y a una de las sirvientas. El señorito Park iba paseando entre las ruinas y se ha torcido el tobillo y se ha dislocado la rodilla.
Aquello, naturalmente, acabó con Jimin. Del todo. Tuvo que aguantar los interminables mimos y aspavientos de Masters, la señora Henderson y Ada, la vieja doncella de Araminta. Jungkook condujo a la ruidosa comitiva escaleras arriba y, tal como había dicho, dejó a Jimin en el suelo al llegar a su habitación, no antes.
Con sumo cuidado, lo depositó en un extremo de la cama y después con el ceño fruncido, se retiró unos pasos y observó como Ada y la señora Henderson se apuraban en preparar un ungüento de mostaza para el tobillo y una cataplasma para la rodilla.
Al parecer, satisfecho, Jungkook se volvió y captó la mirada de Jimin. Sus ojos mostraban una expresión dura.
—Por el amor de Dios, procure hacer lo que le digan.
Y, dicho eso, se dirigió hacia la puerta.
Profundamente desconcertado, Jimin se quedó mirando el lugar por el que se había ido el alfa. No se le ocurrió nada medianamente adecuado que tirarle a la cabeza antes de que desapareciera. Cuando se cerró la puerta, él cerró a su vez la boca, y se dejó caer sobre la cama aliviando sus sentimientos con un gemido.
Ada corrió hasta a su lado.
—Todo irá bien, querido —le dijo acariciándole la mano—. Vamos a arreglarlo todo en un momento.
Jimin apretó los dientes... y miró furioso al techo.
A la mañana siguiente vino a despertarlo la señora Henderson. Jimin, tumbado de espaldas en el centro de la cama, se sorprendió al ver a la maternal ama de llaves; esperaba que acudiera una de las doncellas.
ESTÁS LEYENDO
El corazón de un Jeon
RomansaA diferencia de los demás alfas de la hermandad Jeon, Jeon Jungkook nunca quiso verse atado a ningún omega, ya sea hombre o mujer, por muy encantador que éste fuera, y la mansión de su amiga Amarinta le parecía el lugar perfecto para ocultarse de lo...