Capítulo 14

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Al llegar a una tienda no muy lejos de casa estacioné el auto y tomé mi bolso antes de descender para ir hacia la entrada.
Con el mando a distancia coloqué el seguro y me encaminé hacia uno de los carritos para dejar mi cartera encima.
Con pasos lentos caminé por los pasillos hasta dar con el de dulces y sonreí al ver los chocolates. Simplemente no podía creer, aun después de tanto tiempo, que había pasado años sin probarlos.
Y para que mentir, los chocolates siempre me recordaban a Klein.
Sin escatimar en cantidad ya que luego podría guardarlos, comencé a depositarlos en el carrito y llevé un par de dulces más.
Luego comencé a recorrer los pasillos viendo que otra cosa podía llevarme, hasta que la vi.
—Soy una esclava —esas palabras resonaron en mi cabeza recordando aquel día.
Un nudo se hizo en mi garganta al ver como repasaba unas botellas de agua mineral y sin pensarlo dos veces me acerqué a ella empujando el carrito.
—Hola —saludé suavemente y ella se giró para observarme dejando la botella en el mismo lugar del que la había tomado.
Sus ojos escanearon mi rostro algo confundida, hasta que el reconocimiento brilló en sus ojos heterocromáticos.
—Te recuerdo —admitió —solo que ahora te vez muy cambiada —yo sonreí con suavidad.
—Han pasado muchas cosas —admití descendiendo un poco mi rostro.
—Y te creo —murmuró —ya no pareces esa chica deshecha que conocí en el parque.
—Ya no soy una esclava —aseguré levantando el rostro para que pudiese ver la maldita libertad reflejada en mi rostro.
En mi ser, pero sobre todo en mi alma.
—Y me alegro tanto por eso —ella sonrió con suavidad y sus ojos brillaron con algo que desconocía —¿y que tal te ha ido con esos tres hombres de los que me hablaste? —la sonrisa automáticamente desapareció de mi rostro.
—Bueno, ahí la llevo —suavemente aclaré mi garganta.
—Aparentemente la llevas, pero no la traes —yo fruncí mi ceño ante sus palabras —es un decir que escuché mucho tiempo —ella suspiró suavemente.
—Oh, entiendo —una risita escapó de mis labios al no entenderlo realmente.
—Ando un poco corta de tiempo, cariño.
Yo ladeé mi cabeza al notar como lamía sus labios con lentitud.
—Pero si quieres podemos encontrarnos mañana en algún lugar para hablar un poco más, como aquella vez —me recordó.
Sin pensarlo dos veces yo asentí y ella sonrió.
—Bien, pásame tu número —sin rechistar me incliné para tomar el móvil que me estaba tendiendo y al tomarlo entre mis dedos tecleé con algo de velocidad mi número telefónico.
—Bien, Calliope Heder —le dejé saber mientras lo agendaba.
—Calliope Heder —saboreó mi nombre con parsimonia y yo asentí un par de veces confirmándole que lo había dicho bien.
—¿Usted es?
—Mauren —y sin decirme su apellido tomó el móvil y se dio la vuelta asegurando que llamaría.
¿Lo más extraño? Ni siquiera se llevó el agua mineral.
Luego de aquel encuentro que me dejó entre aturdida y emocionada continué buscando todas las cosas que necesitaría para luego ir a caja y pagar con la tarjeta de crédito de mi nueva cuenta de banco.
Luego fui hacia mi auto y dejé todo en los asientos traseros para conducir hacia mi hogar.
Mis dedos nuevamente tamborileaban sobre el volante y me cuestioné que me tenía tan nerviosa, de cierta forma sentía paz, pero era como esa paz que precedía a la tormenta y mi cuerpo de una forma u otra sabía que algo sucedería, pero que yo aun no lo identificaba.
Al llegar a la casa estacioné el auto en la entrada y fui dentro después de recoger las bolsas.
Al llegar a la cocina me encontré con la mujer que se había contratado para las labores domésticas y sorprendiéndome, miré hacia el reloj en la pared de la cocina para confirmar que eran las cuatro de la tarde.
—¿Qué haces aquí a estas horas? ¿No has terminado tus labores? —ella asintió.
—Es que en otras casas me dicen que debo quedarme hasta las seis —yo negué.
—Aquí si terminas te vas a casa a estar con tu familia, tu hora laboral es hasta que cumplas con tus quehaceres diarios, luego simplemente te vas a casa —ella sonrió ocasionando que las arruguitas en la comisura de sus ojos fuesen más notorias.
—Gracias, señorita.
—No es nada.
—¿No necesita ayuda con esas bolsas? —yo negué.
—Ve a casa.
Y esta vez si me hizo caso, pues desapareció por el pasillo que llevaba a la lavandería donde probablemente tendría sus cosas.
Con lentitud y apreciando la tranquilidad en la soledad fui sacando todas mis cosas de la bolsa y dejando sobre la isla únicamente lo que me comería mientras observaba la película de turno.
Y mientras hacía eso mi móvil sonó avisando de la llegada de un mensaje.
Ante lo extraño de la situación, ya que no solía recibir mensajes, sino llamadas, me acerqué a mi cartera en una de las sillas de la isla y rebusqué dentro el aparato hasta dar con él para poder revisarlo.
—Soy Mauren ¿mañana a las siete en el restaurante del centro de nombre Silver?
Yo tecleé una respuesta rápida antes de agendar el número.
—Me parece perfecto, Mauren.
Un tanto emocionada por estar cerca de aquella mujer que me dio el consejo que me impulsó a lanzarme hacia los Hoffman hacía algunos años.
Para ser sincera recordaba muy poco de aquella conversación, lo más presente que tenía era la sensación de paz que me dejó estar alrededor de ella y tener paz en un momento como aquel, fue como tener oro en la palma de la mano.
Al terminar con todas las bolsas las doblé y las dejé en un cajón para reciclarlas, luego tomé una bandeja y dejé jugo sobre ella en conjunto con todas las bolsas de dulces que había elegido.
Al llegar a las escaleras me quité los zapatos y los dejé a la orilla de las escaleras para poder subirlas más cómodamente, luego fui hasta mi habitación y dejé todo sobre la cama para retirarme las prendas que me cubrían para quedar en ropa interior.

El sostén fue lo siguiente en desaparecer y luego me acerqué a tomar una polera grande para poder ver cómodamente una de mis películas favoritas.

Atados a miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora