Sentir que el mundo se te cae encima es la peor sensación, pero es peor aun cuando las únicas personas que te lo sostenían se van dejando que caiga por completo sobre ti.
Cuando eso sucede la única opción que queda es levantarse y sostenerte el put...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Nathalie y yo esperábamos ansiosas la llegada de Mails. Teníamos alrededor de quince minutos que habíamos salido oficialmente de rehabilitación.
Yo me encontraba emocionada, eufórica y asustada, pues, aunque sabía que era una nueva mujer, el tener que empezar una nueva vida desde las cenizas no era nada fácil.
Y aunque aun tuviese dinero en una cuenta, no solo se trataba de eso, sino de encontrarle un sentido, algo que me moviera.
Estaba evitando a toda costa levantarme de los cimientos con la única intensión de buscar a tres hombres. Porque no quería que mi vida girase en torno a ellos, quería tener una vida antes de volver a ellos, de lo contrario me acoplaría a la de ellos nuevamente y esa no era la idea.
Quería ser alguien antes de regresar a su lado.
Quería que cuando dijese mi nombre me reconocieran por ser yo, no solo por ser la mujer de alguien más.
Un auto se estacionó frente a nosotras y cuando la ventanilla descendió sonreí emocionada.
Era Mails, el hombre que se encargó llevarme personalmente a aquel lugar, el que me llevaba las cosas que necesitaba cuando se lo pedía, el que me visitaba cada que podía y el que me dejaba los recados que mi hermana enviaba y, sobre todo, el que se había encargado de darme ánimos cuando todo se venía abajo.
En cuanto bajó del auto yo extendí mis brazos para recibirlo. Gustosa lo envolví en un abrazo y pronto las lágrimas hicieron su aparición.
—Al fin salí —susurré mientras permitía que me apretujara.
—Y estoy tan orgulloso de eso —admitió.
En cuanto se separó repasó mi cabello y yo sonreí.
—Pero que hermosa estás mujer, se nota el cambio —una nueva sonrisa surcó mis labios y él se acercó nuevamente para besar mi frente.
—Ella es Nathalie —dije en cuanto se alejó —una amiga.
Él tendió su mano para saludar a Nathalie y ella le correspondió el saludo.
—Un placer, soy Mails, amigo de Calliope.
—Un gusto —contestó de vuelta.
Él una vez nos presentamos se encargó de subir nuestros equipajes, luego subí al auto en la parte del copiloto y Nathalie lo hizo detrás.
Mails puso el auto en marcha en cuanto se colocó el cinturón y procedió a encender el auto para ponerlo en marcha.
—¿Cómo te sientes? —cuestionó.
Yo suspiré pesadamente antes de dejarme caer en el asiento.