Capítulo 38

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Mis ojos se abrieron pesadamente dejándome saber que me había quedado inconsciente.
Ni siquiera recordaba cómo, pero lo último guardado en mi memoria eran sus brazos alrededor de mi cuerpo diciéndome que yo no había tenido la culpa.
Mientras me acomodaba sobre la superficie debajo de mi una sonrisa me atravesó.
Había imaginado tantos escenarios para este momento y en ninguno de esos ellos me abrazaban.
Al recomponerme sobre la cama me supe sin zapatos y en una habitación conocida.
En esa misma habitación había dormido en los días que ellos me habían secuestrado para alejarme de Galicia por unos días.
Algo parecido a la melancolía y la nostalgia me invadió y antes de volver a llorar me incorporé para salir de la cama.
Con mis pies descalzos salí al pasillo y fui directo a las escaleras.
No podía saber la hora, ya que afuera estaba nublado y parecía que llovería en cualquier instante.
Al llegar al último escalón los vi alrededor de la mesa de los sofá con la caja sobre ella y varios objetos que reconocía alrededor.
Sintiéndome nerviosa me acerqué y miré hacia ellos para evitar ver el recipiente.
—Son sus cenizas —confirmé y jadeé al ver la foto que sostenía Meyer.
—¿Nació viva? —negué.
—Fue una foto post mortem, ni siquiera sabía que la habían tomado, fue Nathalie quien lo hizo, ella se encargó de ir a la morgue para empezar el proceso de incineración ya que no podría sepultarla porque estaba en una ciudad lejos de donde realmente quería estar. Y cuando la dejaron ver sus ojos ella decidió hacerlo, porque realmente era sorprendente —restregué mis dedos unos con otros recordando.
La niña padecía heterocromía y sus ojos eran una mezcla de verde y ámbar, lo que en automático me recordó a su hermana, pero nunca me llegó a la mente que la segunda mujer que había conocido con heterocromía podría ser su abuela y de una forma y otra deduje que era cosa de las mujeres Hoffman, ya que ninguno de ellos padecía heterocromía, pero su hermana y madre sí.
—¿Cómo lo superaste? —cuestionó Becker pareciendo tener un nudo en su garganta.
—No lo hice —admití —aun no he podido hacerlo, la pienso todos los días, la recuerdo en cada momento y me culpaba cada día después de su muerte, incluso antes me culpaba de su bajo peso, aunque me dijeran que en muchos embarazos era así, aunque la madre se alimentara bien —negué no pudiendo decir más.
—¿Qué harás con las cenizas? —me encogí de hombros ante la pregunta de Meyer.
—Las guardé para ustedes, no para mi —Klein se dejó caer de en lleno en el sofá y suspiró pesadamente.
Meyer se inclinó y guardó todo en la caja para cerrarla y dejarla en el centro.
—Hiciste lo que debías hacer —lo escuché decir bajito —sino regresaste en ese momento era porque no te sentías lista y nosotros mismo te orillamos a eso.
Suspiré por décima vez y dejé que el alivio me recorriera.
—Lo hiciste bien —me dejó saber Becker —y no podemos juzgarte por las formas en las que decidiste lidiar con tus batallas después de que nos alejamos, solo tu sabías como lidiar con todo lo que estabas cargando.
—Gracias —dije de forma sincera —por no echarme la culpa.
Klein hizo un leve puchero antes de levantarse y acercarse a mí.
No dijo nada, solo guio sus manos hacia mi pantalón y lo desabotonó haciéndome sentir nerviosa.
—Confía en mí, aunque sé que debo ganarlo nuevamente, pero solo esta vez —asentí lentamente y dejé que me bajara los pantalones para sacarlos de mi cuerpo dejándome en mi ropa interior.
Me sacó el suéter y evitó mirarme más de la cuenta, sin mencionar que tapó la vista de sus hermanos para que no me vieran.
Sin dudarlo se sacó la polera gris que llevaba y me la colocó cubriéndome con eso y permitiendo que su olor me envolviera como una maldita droga.
—Deberías quitarte el sostén —sugirió mientras sacaba las cosas de sus bolsillos.
Evitando dudar me lo quité por debajo de la polera y lo dejé caer junto con el resto de mi ropa.
El siguiente en acercarse fue Meyer y retiró la goma de mi cabello deshaciendo la coleta.
Y luego Becker me tomó de la mano para guiarme hacia la puerta que daba a la terraza y abrirla para que viera que estaba lloviendo a cántaros como el día en que estuve ahí.
Klein se posicionó detrás de mi y me empujó levemente para que saliera.
El frío impactó con mi cuerpo y me estremecí, pero también me emocioné al entender lo que quería.
Mojarnos en la lluvia como aquel día.
Sin dudarlo me acerqué a los pocos escalones y bajé para que las gotas de lluvia se encontraran con mi cuerpo.
Estas me empaparon casi de inmediato y sonreí levemente ante la forma en la que mi piel se erizó.
Klein se colocó junto a mí y empujó mi hombro suavemente mientras pasaba junto a mi para acercarse al césped.
Con una sonrisa creciendo en mi rostro y la lluvia limpiando las lágrimas que habían estado ensuciando mi rostro corrí detrás de él para pegar mi palma de su cuerpo y empujarlo levemente sintiendo los tatuajes de en su piel.
Reí cuando se dio la vuelta y tomó mi mano entre la suya para evitar que me desquitara el empujón, pero todo rastro de diversión desapareció cuando vi lo que había en su pecho izquierdo.
Mi boca se abrió con sorpresa y retiré mi mano como si quemara.
Era un tatuaje con mi nombre y una soga se enredaba por las letras atándose a ellas con algunos nudos.
Retrocedí y su mano dejó de tocarme.
Negué confundida buscando en mi mente si lo había visto el primer día de nuestro encuentro, pero no los recordaba sin polera, no recordaba haberlo visto y se notaba que era viejo porque ya estaba totalmente cicatrizado.
—Era para no olvidar que en algún momento exististe en mi vida cuando desapareciste y para que cualquiera que estuviera cerca supiera que ya había sido tomada la parte más importante de mí.

A penas lo escuchaba por encima del bullicio que creaba la lluvia, pero lo entendí, jodidamente lo hice y la conmoción me envolvió.
—Porque, aunque tomaran mi cuerpo nunca tomarían mi corazón y eso tu lo entiendes más que nadie.
Y lo hacía, una alianza carnal no era nada cuando no lograban llegar a tu corazón, a tu alma y creo que eso fue lo único que me mantuvo viva junto a Galicia, que a diferencia de Evolet, ellos nunca llegaron a corromper mi espíritu, esa parte de mi que aun reía, ellos nunca tomaron mi corazón, esa parte de mi que aun amaba y nunca lograron llegar a mi alma, la parte de mi que me mantenía viva.
Con pasos lentos me acerqué nuevamente y extendí mi mano para tocar el tatuaje.
Mis manos trazaron las líneas mientras el agua corría por su cuerpo y mis ojos se llenaron de lágrimas mientras mi corazón se apretujaba.
Klein inclinó su cabeza hacia la terraza y al mirar hacia allá y ver a sus hermanos de pie cerca de la puerta, dejé caer mi mano y corrí hacia ellos para subir los escalones y tomar la polera de Becker para levantarla y sacarla por su cuerpo con su ayuda.
Ignoré sus músculos bien marcados y me enfoqué en su pecho izquierdo viendo el mismo tatuaje.
Meyer sin esperar a que yo lo hiciera se retiró la polera y me dejó verlo también en su pecho.
—Lamento toda la mierda que hice y dije —pasó saliva lentamente y un mohín se instaló en mi boca —pueden pasar mil años, Calli y nunca podré olvidarte, cometimos errores, pero tu mas que nadie entiendes que somos humanos y llegamos a cometer muchos cuando nos vemos acorralados por nuestra mente.
Asentí entendiendo ahora más que nunca.
Respiré profundamente mientras los repasaba para ver sus pies descalzos.
—¿Tienen cosas en sus bolsillos? —cuestioné y ambos negaron.
Con una sonrisa sincera, realmente sincera, extendí mis manos y toqué el pecho de ambos antes de darme la vuelta y comenzar a correr viendo a Klein muy cerca.
—Pues les toca —y riendo corrí hacia la lluvia nuevamente con Klein siguiéndome.
Pensé que no participarían en mi tontería, pero al darme la vuelta los vi saliendo de la protección de la terraza para correr hacia mi con sonrisas en sus rostros.
Meyer siendo inteligente tocó a Becker y corrió en mi dirección dejando saber que quien se quedaba con el turno era Becker.
Él comenzó a correr detrás de nosotros y al primero que tocó fue a Klein, Klein corrió detrás de mi y yo soltaba carcajada tras otra mientras mis pies se salpicaban con el agua que se estaba acumulando en el césped.
Cuando tocó mi espalda frené mis pasos y busqué quien más cerca estaba.
Ese era Meyer por lo que corrí tras él y cuando resbaló y estuvo a punto de caerse lo toqué en el hombro y seguí corriendo, soltando carcajada tras otra.
Cuando estuvimos lo suficientemente cansados yo me lancé en el camino y abrí mis brazos para dejar que las gotas se encontraran con la piel de mi rostro.
Becker y Meyer se colocaron a ambos lados de mi cuerpo y sostuvieron mis manos, luego Klein se dejó caer en medio de Meyer y mío y llevó su cabeza hacia mi vientre para presionar su mejilla.
Meyer y Becker levantaron mis manos y las guiaron hacia sus labios para dejar un beso sobre estas.
Y de esa forma me dejé llevar sacando todos los problemas que me habían envuelto.
Olvidé todo lo que había hecho para llegar hacia ese momento y solo lo disfruté, me dejé envolver por sus presencias y el apoyo silencioso que me estaban dando.
Y me alegré infinitamente de que no me hubiesen culpado.
Esa parte de mí que seguía intranquila, inconforme y destruida poco a poco comenzó a reconstruirse, porque eso era lo único que faltaba, saber que ellos no me culpaban.

Atados a miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora