Sentir que el mundo se te cae encima es la peor sensación, pero es peor aun cuando las únicas personas que te lo sostenían se van dejando que caiga por completo sobre ti.
Cuando eso sucede la única opción que queda es levantarse y sostenerte el put...
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Nueve meses después.
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Hacía cuatro meses me había graduado de ingeniera automotriz y dos meses después invertí en una compañía automovilística para comenzar a adquirir renombre en aquel mundo.
Ciertamente esos meses, aunque estuvieron llenos de superación personal, también estuvieron llenos de estrés y desesperación cuando las cosas no salían como quería, pero sobre todo porque eran los días en los que estaba concluyendo los procesos por los que había trabajado.
Mi vida durante aquellos meses cambió tanto que me sorprendía de todas las cosas que había podido lograr durante tan poco tiempo.
Un detalle que había pasado desapercibido para mi durante los meses en los que estuve tanto en rehabilitación como enfocada en el bebé que había perdido, fue que el dinero que ganaba gracias a la fábrica de Galicia estaba siendo depositado a la misma cuenta en donde los dos millones de dólares estaban.
Los Hoffman se seguían encargando de aquella compañía a mi nombre y se habían preocupado de dejar el dinero en un lugar donde yo pudiese tomarlo.
Para poder hacer las transacciones literalmente me fui a otra ciudad e hice los cambios de una forma en la que ellos no me pudiesen rastrear.
Y luego de haber invertido en aquella compañía coloqué a Nathalie en el punto en donde debía estar para que me ayudara a realizar todos los planes que tenía en mente.
Por primera vez en más de un año me encontraba en Detroit, lugar en donde conocí a aquellos tres hombres que me sacaron del desastre al que llamaba vida.
Tenía apenas cinco días en la ciudad y ya me encontraba alistándome para ir a una fiesta benéfica de antifaces en donde probablemente estarían ellos.
—¿Estás lista? —cuestionó Nathalie junto a mí.
Yo me encontraba apreciando mi cuerpo enfundado en un vestido dorado con un escote pronunciado y ajustado hasta la cintura, después caía con una falda desenfada la cual tenía una abertura que iniciaba a la mitad de mi muslo.
—Supongo que si —admití tomando el antifaz que ella me tendía.
—Aun no puedo creer que sea hoy —susurró.
Yo sonreí suavemente intentando que pasaran desapercibidos los nervios que me envolvían.
—Nath, no estoy asustada, no tengo por qué estarlo —ella suspiró pesadamente, como si no me creyese.
Sin perder más tiempo coloqué el antifaz para llevar las tiras hacia la parte trasera y amarrarlas con cuidado de no llevar hebras de mi lacio cabello negro.