Capítulo 12

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-La agresividad es un instinto circunstancial del ser humano y, la violencia, ya sea
psicológica o física, resulta ser a veces la forma más fácil y rápida de conseguir lo que nos
proponemos… - al entrar en clase y ver como todo el mundo se giraba para mirarme con
unas expresiones en la cara que variaban desde la incomodidad hasta las sonrisas más
sinceras y orgullosas, pensé que sería difícil concentrarme ese día en escuchar y tomar
apuntes. Habían sucedido demasiadas cosas como para centrar toda mi atención en clase y
me sentía mal, raro, pero no incómodo por como me miraba todo el mundo porque,
sinceramente, tenía otras cosas por las que preocuparme.
Me senté en mi asiento en silencio, disculpándome antes frente a la profesora por llegar
tarde y saqué el cuaderno, empezando a tomar apuntes, distrayéndome de vez en cuando.
Un papelito doblado llegó hasta mi mesa. Lo abrí…
¡Esos huevos que le hechas, Kaulitz! Nosotros te apoyamos, campeón.
Fruncí el ceño, extrañado y desvíe la mirada varias mesas atrás, donde varias chicas y
chicos, entre ellos, para mi sorpresa, Frank, me alzaban el pulgar y sonreían en gesto de
apoyo. Volví a mirar al frente. La gente está fatal, pero bueno… no iba ha negar esa bonita
muestra de apoyo por mis compañeros y, a decir verdad, no me extrañaba que Frank
estuviera entre ellos. Nos conocíamos desde primaria y éramos algo así como una especie de
rivales. Competíamos por todo, era difícil que consiguiéramos mantener una conversación
decente por más de cinco minutos, pero bueno… había una especie de “amistad”, si así podía
llamarse.
Pensaba que no podría centrarme en la hora de sociología después de haberme despedido de
Tom, pero me equivoqué. Mi mente lo tragaba todo y mi mano se movía sola en el cuaderno,
incluso se me acumularon unas cuantas preguntas en la cabeza. Sabía porque estaba tan
concentrado. El tema era la violencia juvenil y todo lo referente a ello, daba vueltas
alrededor de Tom.
En cierto momento, no pude aguantarme y lo hice. Alcé la mano.
-¿Si, Bill? ¿Alguna pregunta? – asentí con la cabeza a la profesora, buscando las palabras
adecuadas para platearle mi pregunta.
-Todo lo que quiere decir es que el “rebelde sin causa” no existe, que la rebeldía y la
violencia se dan a partir de ciertas causas psicológicas que suelen empezar en la familia o en
las primeras relaciones amistosas y que en la mayoría de los causas, la violencia juvenil se
suele frenar pasada la pubertad al madurar. Eso quiere decir que la mayoría de los que
estamos aquí ya no tenemos necesidad de agredir a nadie ni nada, al menos no
constantemente. Todos tenemos arranques de mal genio a veces.
-Ajá. Es un buen resumen, Kaulitz. – asentí con la cabeza.
-Pero… ¿Y la menoría que no frena su “Sed de violencia”? ¿Qué pasa con ella? ¿Por qué no
consiguen frenarla como el resto al madurar, pasada la adolescencia?
-Es una muy buena pregunta, aunque es un tema que no toca dar este año, pero, bueno, el
saber no ocupa lugar ¿No? – asentí con la cabeza, esperando una respuesta, nervioso sin
saber porque. – Se podría decir que esa menoría son casos “especiales”. Esos jóvenes no
serían simples rebeldes, irían mucho más allá. Si al madurar, la violencia no se erradica,
quiere decir que irá a peor. La mente madura, la rebeldía pasa a ser bromas pesadas y
crueles y luego, delincuencia juvenil propiamente dicha. Algunos casos acaban ahí, otros no
y si van más allá… la cosa pasa de ser un juego de niños a un juego realmente peligroso. –
la profesora empezó a andar lentamente por entre las mesas, poniéndome más nervioso
aún. – Las causas a este comportamiento suelen ser bastante pequeñas para los chicos que
no pasan de bromas pesadas, como el querer llamar la atención de los padres y,
normalmente, con un simple castigo y un cambio en la comunicación familiar, el problema
acaba. Sería el perfil propio de una persona que pertenece a la mayoría. El perfil de una que
pertenece a la menoría es otra cosa.
-Cualquier persona sin conocimiento alguno en el mundo de la psicología diría que un poco
de disciplina, basta. Personas así son ignorantes, nosotros mismos lo somos. – la profesora
alzó las dos manos al mismo nivel. – La diferencia entre la mayoría y la menoría es que, la
mayoría recibe cierto grado de afecto, que le hace ver que no está sólo en el mundo. La
menoría no tiene tanta suerte.
-¿Quiere decir que la menoría no se cría en un ambiente muy… afectuoso? – pregunté,
empezando a cansarme de tantos rodeos.
-La mayor parte de los casos, por no decir, casi todos, no. Se crían en un ambiente delictivo
y no hay mucho apoyo familiar de por medio. Algunos viven tal abandono, que se crea en su
mente ciertos trastornos que estudiaréis más adelante.
-Es decir, la persona en cuestión se ve… abandonada.
-No sólo se ve abandonada, sino que lo está. La diferencia entre estar abandonado y sentirse
abandonado, es bastante grande en este tema. La persona en cuestión suele estar sola y si
se siente sola, quiere decir que su mente no sufre ningún trastorno y eso es bueno. Pero si
pasa de estar sola y no sentirse sola, es decir, acostumbrarse a verse sola, verlo como algo
normal, la cosa se agrava, por que eso deriva a un comportamiento sociopático, es decir, la
persona acaba teniendo grandes dificultades para distinguir entre lo bueno y lo malo, lo
aceptable y lo inaceptable, lo moral y lo inmoral y, si una persona no sabe distinguir esos
conceptos básicos… podéis haceros una idea.
Tragué saliva.
-Podría matar a alguien y verlo completamente normal, verlo como algo bueno y no sentir
remordimiento alguno. – la profesora asintió con la cabeza.
-Y el remordimiento, la conciencia y saber lo que está bien y lo que está mal son los puntos
básicos que nos impiden hacer daño al prójimo. Si una persona no está amarrada a esos
puntos básicos… se la podría definir perfectamente como monstruosa, muy peligrosa y podría
desarrollar perfectamente conductas psicópatas propias de asesinos en serie, canibalismo,
tortura, violaciones y las más monstruosa acciones que podáis imaginar. ¿Habéis visto la
película del Silencio de los Corderos? Aníbal Lecter es un ejemplo bastante cercano a la clase
de conducta que la persona podría derivar.
-Dios mío… - me estaba empezando a marear. ¿Tan grande es el abandono que puede sentir
una persona como para arrastrarlo a… eso? Tom… Tom…
Nunca he celebrado la Navidad. Todos se encierran en casa con sus familias a celebrarlo y no
hay nadie a quien tirarse o a quien meter una paliza. A veces también aprovecho y salgo ha
hacer graffitis y cosas de esas. Navidad es muy aburrida. Oh, el viejo antes salía por ahí ha
emborracharse y aparecía al cabo de los días, pero desde que superó eso del alcohol y se
puso a trabajar, nunca esta.
Abandono. Ver la soledad como algo normal.
Mi madrastra murió en un accidente de coche.
Oh, entonces eso debió de ser muy duro para ti, Tom.
¿Duro? ¿Por qué?
Dificultades para distinguir entre lo bueno y lo malo.
Cargar con un padre borracho perdido a cuestas es mucho más fácil a como te lo ponen. Le
das una botella de tequila y ya te lo quitas de encima, lo demás… es cuestión de aprender a
cuidar de ti mismo.
Ser incapaz de ver lo aceptable y lo inaceptable.
Ya, somos hermanos, pero igual nos lo montamos ¿No? No hay mucha diferencia.
No distinguir lo moral de lo inmoral.
Conducta sociopática a causa del abandono emocional y afectuoso junto con la socialización
en un ambiente delictivo. Todo eso puede derivar conductas psicópatas propias de asesinos
en serie.
¡Dios mío, es el puto perfil psicológico de Tom!
-¿Estás bien? – alcé la cabeza hacía la profesora, pestañeando, sintiendo escalofríos por todo
el cuerpo.
-N-no… estoy mareado. ¿Puedo… salir?
-Claro, sal. ¿Necesitas que alguien te acompañe? – negué con la cabeza débilmente, más allá
que aquí y me levanté tembloroso de la silla, caminando tambaleándome, con el estómago
revuelto. Salí del aula, temblando, apoyándome en las paredes del pasillo, arrastrándome
hacía el baño.
Me miré en el espejo.
Estaba totalmente blanco, pálido y tenía un montón de emociones atrapadas en la garganta,
pidiendo salir a gritos. ¿Qué me ocurría? Empezaba a ver las cosas claras, empezaba a abrir
los ojos poco a poco.
Tenía un hermano. Ese hermano era peligroso, mucho, era una especie de aspirante a
psicópata, como Aníbal Lecter versión reducida y chula, versión básica, el principio de lo que
fue el asesino caníbal y, él me usa, me utiliza para tener sexo. Se comporta como es, como
un asesino psicópata sin escrúpulos reprimiendo sus instintos asesinos, esperando el
momento adecuado para dejarlos fluir y arrasar con todo a su paso, se comporta como un
monstruo inhumano con todos… excepto conmigo. A mí me hace rabiar como cualquier
hermano haría rabiar a su hermano pequeño. Cuando se enfada, hace lo imposible por
reprimir su rabia frente a mí. No quiere hacerme daño. Cuando se acerca a mí y me mira,
como si diera por hecho que le pertenezco a él y a nadie más. La forma con la que miró a
Natalie cuando se me acercó para hablar, como la cortó y se restregó contra mí, ansioso
como perro. Se tira sobre mí, me toca y me besa bruscamente, con todo el sentido de
propiedad y demanda que tiene una persona sobre un muñeco sin vida…
De repente, en mi reflejo ya no veía mi cara. Veía el reflejo de un muñeco horrendo, con los
ojos y la boca cosida mostrando una macabra sonrisa. El pelo negro caía por su cabeza como
alambres duros y tiesos y tenía el cuerpo repleto de agujeros por donde se le salía el relleno.
Alzó una mano con dos dedos arrancados hacía mí y se rió.
Me aparté de un salto del espejo y sacudí la cabeza violentamente, horrorizado por lo que
acababa de ver. ¿Así me veía Tom? ¿Cómo esa cosa fea y asquerosa? O… ¿era eso en lo que
él me quería convertir? ¿Sería yo su primera víctima como asesino psicópata?
Las piernas me empezaron a temblar. Corriendo, me encerré en uno de los cubículos del
baño. No quería ir a clase, no podía volver o... Todos me verían llorar como un crío asustado.
No sé cuanto tiempo estuve allí encerrado. Oí el murmullo de montones de personas entrar y
salir del baño. El timbre sonó no se cuantas veces. Seguía sin moverme y sentía el frío calar
mis huesos.
Tenía que decidir.
Tom era monstruoso, era demasiado para mí. Nada ni nadie lo cambiaría porque era el
resultado de una mente trastornada por años y años de abandono. Nadie le quería y él no
quería a nadie, a nada ni a nadie… ni siquiera a mí.
Yo sólo era un Muñeco más en su mundo repleto de Muñecos sin vida y dolía. De repente, lo
veía todo claro. Me dolía no ser más que otro de sus Muñecos. Le había negado a Gustav la
verdad por miedo a que todo acabara entre Tom y yo y lo separaran de mí. Sentía una
atracción sexual por él que iba más allá de la química. Hacía cosas que nunca en la vida se
me hubieran cruzado por la cabeza de no ser por él. Esto no era normal… esto era un puto
cuelgue adolescente.
Estaba colgado de Tom, por completo. Se me iba la cabeza por él y ahora…
Empecé a llorar con más fuerza al comprender que Tom no me convenía para nada. Era más
que obvio que él y yo no duraríamos ni una semana y todo eso, sin tener en cuenta que
éramos hermanos, para rematar la jugada y, aún así, por mucho que la razón me dijera que
me apartara de él, me veía incapaz de hacerlo. Él sólo pensarlo me empezaba a volver loco.
-¿Bill? – alcé la cabeza lentamente, escuchando esa voz penetrante y grave recorrer el baño.
– ¿Bill? Ya han terminado las clases, tío. ¿Qué te pasa? – suspiré al reconocer la voz de
Georg al otro lado de la puerta y me levanté del suelo, limpiándome los ojos con las manos.
El maquillaje ya estaba más que corrido, así que por un poco más… mierda, como escocía.
-Ya salgo. – mi voz era horrible. Ronca a más no poder. Carraspeé un poco, intentando
volver a mi tono de voz y suspiré, intentando mentalizarme, ordenar mis ideas y llegar a una
conclusión.
-Ah, así que tenían razón. Joder, ¿Tan mareado estabas que no has salido de ahí en toda la
mañana? – me aparté un poco el pelo liso de la cara y salí del cubículo, sin mirar a Georg,
yendo directo hacía el lavamanos, abriéndolo y echándome agua en la cara para hacer
desaparecer todo rastro de maquillaje de los ojos. – Eh, eh, ¿Has estado llorando, mocoso? –
sacudí la cabeza. Joder, que fría estaba el agua.
-Obviamente, no Georg, ¿Por qué iba a estar llorando? - ¿Por qué mi novio era un aspirante
a psicópata? Si, era una buena respuesta, si no fuera porque se suponía que para Georg, esa
relación era un puro fraude y no era cuestión soltarle a la cara que no sólo estaba colgado de
mi propio hermano y que manteníamos una relación incestuosa, sino que encima nos
habíamos acostado juntos más veces de lo que lo había hecho en mi vida con ningún otra
persona.
-Me han dicho que se te ha ido la cabeza a primera hora y que creían que te habías ido, pero
como todos seguimos aquí y Tom te está esperando fuera… – se me erizó la piel.
-¿Tom me está esperando?
-Desde hace diez minutos. ¿Sabes? Creo que Tom y Gustav no se llevan muy bien. Los he
dejado peleándose para salir a buscarte…
-¿¡Qué!? – le grité, girándome de inmediato hacía él con la boca abierta.
-Joder, Bill. Me has empapado. La próxima vez, sécate antes la cara tío. – Georg se limpió
con cara de asco las gotitas de agua que le habían caído en la cara, como si le hubiera
escupido. Oh, joder. Gustav y Tom peleándose. No quería ni pensar en lo que sería capaz de
hacer el loco de Tom si se cabreaba con él, con el buenazo de Gus. ¿Se atrevería a…? No
quería ni pensarlo así que, sin decir nada, salí corriendo del baño hacía la salida de la
universidad. - ¡Bill! – Georg me gritó y yo empecé a abrirme paso a empujones por entre la
muchedumbre. A la hora de la salida, todo estaba abarrotado y, aún así, me dediqué a
apartar a empujones a la gente, corriendo hacía la puerta, desesperado.
-¡Eh! – oí un montón de quejidos que ignoré. Hasta un “Joder, puto maricón” del que pasé
olímpicamente y salí de la universidad, corriendo hacía los aparcamientos como si mi vida
dependiera de ello. ¿Dónde coño estaban? Joder, que no se lo hubiera cargado, por favor,
que no se lo hubiera cargado y… ¡Ahí estaban!
Tom tenía cara de mala hostia, con el entrecejo fruncido y Gustav parecía decirle algo no
muy divertido, con la misma cara que me había puesto a mí esa misma mañana. Tom dijo
algo con una mueca despectiva y alzó el brazo, con el puño cerrado.
-¡No, no le pegues! ¡Tom! – los dos giraron la cara hacía mí con mueca de sorpresa, pero mi
hermano no bajó el brazo ni parecía tener intención de hacerlo. Salté por encima del capó de
dos coches de manera imposible y… - ¡Tom, no!
De repente, el suelo estaba a tres centímetros de mi boca y sentí como mi cabeza rebotaba
literalmente contra el asfalto, como si fuera una colchoneta hinchable.
-¡Hostia!
-¡Bill!
-¡Madre mía que hostión!
-¡Se ha matado!
-¡Ese tío es un puto suicida! – no sabría decir cuantas voces sonaron en mi cabeza a la vez,
sólo sé que intenté levantarme y el mundo cambió radicalmente para mí, de único, a doble y
luego, a triple. Me quedé sentado en el suelo, con los ojos como platos. Si me levantaba,
potaba seguro. Casi podía decir que sentía como se me agrietaba el cráneo poco a poco y
algo caliente y pringoso se me escurría por la nariz de manera desagradable.
-Bill, de las hostias que te has dado en tu vida, creo que esta ha sido la más memorable de
todas. – oí a Georg, agachándose a mi lado y agarrándome un brazo, tirando de mí para
levantarme.
-¿Y la vez que se cayó del columpio y se dio en la cabeza? ¡Era de hierro puro!
-Si y supongo que ahí nació el problema. – me quedé de pie frente a Tom y lo miré,
intentando recordar que hacía allí.
-Ah… No… No le pegues a… – otra vez veía el suelo acercarse a mí antes de que los brazos
de Tom me agarraran y me alzaran aun con mis piernas totalmente flojas. Me agarró de la
cintura y me mantuvo firmemente pegado a él. Hundí la cabeza en su hombro,
momentáneamente atontado.
-Empiezo a preguntarme como mierda has podido sobrevivir sin mí hasta ahora. – hum… que
modesto.
-El problema eres precisamente tú. – murmuré en su oído. – Si intentas pegarle a mis
amigos, ¡Rompo contigo!
-¡No iba a pelearme con nadie! – Oí carraspear a Gustav, que miraba a Tom con descarado
desdén. Si, era obvio que estos dos no se llevaban bien.
-Cuidado con tu hermano, Tom. Ya ves que es tan delicado como un muñeco de porcelana. –
soltó, con clara ironía recalcada en la palabra Muñeco.
-No te preocupes Gus. – por el tono con el que pronunció su nombre era digno de recibir una
hostia, pero teniendo en cuenta que si me separaba lo más mínimo de él, iba a ser yo quien
se llevara la hostia contra el suelo, cerré la boca y me quedé quieto. – Algo había notado y
como ahora estoy yo cuidando de él, no hace falta que sigas dándole vueltas a eso de, estar
en constante peligro.
-¿Constante peligro? – murmuré. Noté como los brazos de Tom se hacían más fuertes
aferrándome a él. Sentí su pene rozarme la ingle bajo la ropa. No estaba duro… todavía.
-Y yo confío en que nuestro Bill no se romperá una pierna estando contigo. Te lo confío.
Aunque sigue pareciéndome la hostia de raro lo de… novios. Bill, si necesitabas a alguien de
confianza, ¡Me tenías delante! – Georg parecía no enterarse de nada aún, ni lo sospechaba.
Se reía, tomándoselo a broma cuando ninguno de los tres le veía la gracia. Bueno, igual
Tom, sí.
-Anda, gorila. Tira para el coche. – Gus casi empezó a empujarlo lejos de nosotros, como si
no le gustara la idea de mezclar a Georg en el asunto, y lo entendía. A mí tampoco me
gustaría ver al grandullón enzarzado en una pelea contra el bestia de Tom por mi culpa. –
Bill, ten más… cuidado. – no le miré. Sabía a lo que se refería sin necesidad de mirarle a la
cara. Cuídate de Tom, mucho. Y, como si quisiera llevarle la contraria, me abracé con fuerza
a mi novio/hermano/psicópata.
-Adiós, Gus. – una buena opción hubiera sido salir corriendo detrás de ellos y soltar todo lo
que tenía que soltar. Gustav lo creería, si se lo decía a Georg, también. Podríamos arreglárnoslas para quitarnos de encima a Tom, lo sabía.
Pero era lo último que quería.
-Tu amigo rubio me toca la moral, Muñeco. – aparté la cabeza de su hombro y le miré, su
sonrisa perfecta estaba intacta. – Cree que soy una especie de psicópata que quiere hacerte
daño. – fruncí el ceño.
-¿Y no lo eres?
-Bueno… - Tom ladeó la cabeza, pensativo. – Lo de psicópata, igual tiene su parte de razón,
pero lo de hacerte daño, no. – no sabía si se lo tomaba a broma o lo decía en serio, pero
creo que dijera lo que dijera, como si decía que tenía pensado descuartizarme allí mismo, no
me hubiera hecho separarme de él.
-Tom… ¿Nos mira mucha gente? – mi novio giró la cabeza de izquierda a derecha,
consternado.
-Todo el mundo, ¿Por qué? – me mordí el labio inferior, evitando una risa estúpida e histérica
y preferí no mirar de un lado a otro para ver quien nos observaba. - ¿Qué pasa? – se rió –
Pareces nervio… - le puse un dedo sobre los labios, haciendo que callara de golpe. Lo que
pensaba hacer me resultaba de lo más vergonzoso y seguro que se reía porque estaba rojo
como un farolillo de Navidad.
-Calla y no te rías. – me acerqué a su boca con los labios entreabiertos, muy despacio. Tom
se quedó quieto y su sonrisa desapareció, mirándome a los ojos fijamente. Pestañeé unas
cuantas veces, pero cada vez que me acercaba unos milímetros más, acababa deteniéndome
ese presentimiento que me decía que aquello no estaba bien, que me estaba metiendo en un
lío. Cerré los ojos con fuerza, deteniéndome por unos instantes. Sentí como Tom, sin decir
nada, me acariciaba la cintura por encima de la ropa, esperando. Apreté los puños tras su
espalda.
¡Joder, que le den por culo a mi conciencia!
Me tiré a por su boca con todo el descaro del mundo, delante de cientos de personas
mirando. Le rodeé el cuello con los brazos y lo apreté más contra mí para que no se
escapara. Como si quisiera escaparse de mí. Me agarró del trasero con descaro, estrujándolo
entre sus manos y yo empecé a restregar mi hombría contra la suya, con fuerza. Ladeé la
cabeza, abriendo más mi boca y nuestras lenguas tomaron pleno contacto con cada
movimiento. Notaba su saliva escurrirse por mi lengua y como sus manos me agarraban con
tanta fuerza el culo que sentí mi polla palpitar, tiesa. Posé una mano en su nuca para que
me penetrara más profundo con su lengua, sabía que podía hacerlo mejor, más rápido, más
fuerte, más húmedo, como cuando me embestía y su pelvis chocaba contra mi culo.
-¡Tom…! - nos separamos unos momentos, haciendo un sonido húmedo con la boca. Tomé
una bocanada de aire y sus manos soltaron mi trasero para aferrarse a mi cintura. Notaba su
pecho chocar contra el mío, subiendo y bajando, acelerado, mientras pasaba sus labios por
los míos, besándome, despacio. – Vámonos. – le corté, antes de que me besara otra vez. –
Vámonos ahora, ¡Ya! – me aparté de él de un empujón y tiré de la puerta del coche con
tanta fuerza, que por un momento temí habérmela cargado. Entré en el coche y me senté
rápidamente, encogiéndome en el asiento mientras observaba a toda la gente que tenía
delante, toda la gente que nos había visto.
-¿A que viene tanta prisa? – Tom se sentó a mi lado en menos de cinco segundos, con una
sonrisita resplandeciente.
-¿Qué? No estoy para que la gente me mire como si fuera un mono de circo. ¡Si no les gusta
verme besarme con mi novio, que miren para otro lado, nadie les obliga a mirar!
-¡Ah! Para ti lo de ser novios es algo bastante serio ¿no? – alcé la cabeza.
-Por supuesto. ¿Para ti no? – Tom introdujo la llave en el contacto y arrancó. Metió la
marcha y piso el acelerador. Casi se me sale el corazón cuando de repente, el coche se lanzó
hacía delante, haciendo que el mogollón de personas gritaran y se apartaran, algunas casi cayendo al suelo por la sorpresa y el intento de apartarse de la trayectoria del coche. Tom
hizo una maniobra rápida con el volante, haciendo rugir el motor y salimos de los
aparcamientos a setenta de golpe. - ¿¡Estás loco!? ¿¡Nos quieres matar!? ¡Casi los atropellas!
-Si, una pena que se hayan apartado.
-¡Tom! – salimos escopeteados hacía la autovía a una velocidad que sobrepasaba con creces
la permitida. Me agarré al asiento, sintiendo las piernas temblorosas y un cosquilleo subirme
por el estómago. - ¡Frena, frena!
-¿En plena autovía? – aceleró. Cerré los ojos con fuerza.
-¿¡Dónde coño te han dado el puto carné de conducir, grandísimo gilipollas!? – grité. Tom se
reía por lo bajo. - ¿¡Que mierda tienes que hacer con tanta urgencia para poner en peligro mi
vida!? – por un momento, apartó la mirada de la carretera y me miró con tranquilidad,
viéndome histérico perdido. Noté como la velocidad iba reduciendo poco a poco, hasta pasar
de 130 a 80.
-¡Voy a follarte. A eso voy!
Lo miré largamente, con los ojos como platos y el cuerpo temblando como gelatina hasta
que mis pulmones volvieron a funcionar y pude respirar.
Tom estaba loco, de eso ya no me cabía la menor duda, un aspirante a psicópata. Y por lo
visto, me lo estaba pegando, a mí, quien se supone que debería ayudarle como un aspirante
a psicólogo… Guay.
Me abroché el cinturón de seguridad.
-Acelera. – Tom se rió.
-Después de comerte el suelo y un par de farolas, veo que te gusta llevarte a la boca cosas
duras. Tienes suerte… - me mordí el labio y eché la cabeza hacía atrás, cerrando los ojos.
Metí la mano debajo de mis pantalones, empezando a acariciarme delante de él. – Tengo una
cosa dura para ti que te va ha encantar.
¡Oh, sí! Me estaba volviendo loco. ¡Loco por el puto psicópata de mi hermano!

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora