Una de las cosas que habían cambiado rotundamente desde que apareció Tom, fue el sexo.
Antes, era un descarado, si, para que negarlo. No tenía ningún problema a la hora de decir
follar y hablar de ello a fondo. No era alguien que estuviera todo el día sacando el tema, pero cuando el tema salía, salía y yo, lo moldeaba. La verdad es que siempre he sido un puto descarado, pocas cosas me provocaban vergüenza en el mundo… hasta que apareció Tom.
-Es la primera vez… hum… que haces esto, ¿verdad? – antes, nunca hubiera imaginado que un día me metería un pene en la boca, pero ahora, estaba de rodillas en el suelo, frente a la
cama, entre las piernas de Tom con su grueso miembro entre mis manos, saboreando la punta con la lengua.
-Claro que no lo he hecho nunca, imbécil. – le repliqué. Sentía como palpitaba en mi mano y como el mío reaccionaba igual, poniéndose duro y tieso, deseando que me quitara los boxer y lo dejara salir. Sentí como la mano de Tom me agarraba el pelo con fuerza, empujándome la cabeza contra él, ansioso y, sin esperar más, cerré los ojos y me la metí en la boca.
-¡Oh! – Tom echó la cabeza hacía atrás, con la boca entreabierta, apoyando el brazo en la cama y apretando mi pelo entre sus manos. No era asqueroso ni vomitivo como había imaginado, era… uff, sentía la boca llena de algo duro y húmedo que acariciaba con la lengua y de sólo pensar que era la polla de Tom lo que me llenaba, me temblaba el pene de pura excitación, de puras ganas de estallar. Empecé a sacarla y a meterla en mi boca con rapidez, recorriéndola con mi lengua e impregnándola con mi saliva mientras me acariciaba el pecho desnudo con una mano, descendiendo hasta mis boxer y metiendo la mano dentro, me la
agarré y empecé a masturbarme, subiendo y bajando, sacando la punta del interior de mis boxer, acariciándomela con el pulgar. Mis gemidos se mezclaron con el sonido húmedo de mi saliva sobre su pene, sentía como se me escurría entre los labios hasta la barbilla mientras la
tragaba y jugaba con la punta con mi lengua, rozándola con el piercing.
– Eso es… así…
- Tom medio gruñía medio gemía y notaba como se me tensaban los músculos con cada ruido que hacía, como me temblaba el cuerpo y me encorvaba hacía delante, tragándola con más ganas. – Entera, Bill… entera… - dejé de tocarme y le acaricié con la otra mano los testículos.
Tom se tensó y me apretó con fuerza el pelo, empujando mi cabeza hacía delante, hasta hacer que mi boca acaparara toda la carne dura que pudiera. Casi sentí la punta rozar mi
garganta cuando me dejó la libertad suficiente como para apartarme, pero no lo hice. Volví a tragármela como un perro hambriento.
-Serás perra… argg… - Tom me tiró del pelo bruscamente, haciendo que alzara la cabeza y le mirara. Me apartó varios mechones de pelo de la cara, acariciándome la barbilla y
manteniéndola bien erguida, limpiándome la saliva con el dedo.
– Quiero ver como me la comes bien, Muñeco. – sentí las mejillas arder mientras le miraba y él me observaba con esa sonrisa repleta de malicia pura, llena de perversos pensamientos. Me la saqué de la boca y empecé a lamer la punta mientras se la acariciaba con la mano, mirándole. Él me miraba a mí, sin ni siquiera parpadear con una mueca de placer. Encogí las piernas, intentando no correrme ahí mismo delante suya y cerré los ojos, volviendo a metérmela en la boca con un ritmo desenfrenado.
-Hum… - empecé a tocarme otra vez, desesperándome. Necesitaba que me tocara, ¡Necesitaba que me follara! Sentí una gran humedad extenderse por mi boca y el preesemen
bajar por mi garganta. Su polla palpitó y Tom gimió. Me tiró del pelo hacía atrás con bestialidad, sacándomela de la boca y sentí como se escurría por mi cuerpo su semen,
impregnándome el pecho, descendiendo por él como si fueran gotitas de agua. Me cayó en la
mejilla cerca de los labios y cerré los ojos hasta que su mano decidió soltarme. Un par de gotitas me cayeron en los labios. Me pasé la lengua por ellos, recogiéndolas y saboreándolas en mi boca.
-Ahora… si que he marcado mi territorio. – se burló él, riéndose entre dientes, observándome. Abrí los ojos y le dirigí una mirada escéptica.
-Eres un puto asqueroso.
-¿Qué? – apoyó ambos brazos en la cama, con las piernas abiertas frente a mí, mirándome sin pudor, ni siquiera un ligero rubor.
– Al menos no me he corrido en tu boca ¿no? Aunque de todas formas no hay mucha diferencia. No soy yo el que va tragándose por ahí los fluidos
de una polla
– Esa forma de hablar tan basta que tenía de hablar y actuar me ponía todavía más. Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo que me puso el vello de punta. Aún hacía frío
a pesar de estar en casa con la calefacción a tope y más, estando desnudo. Apoyé las manos en la cama, a ambos lados de su cintura y me levanté, pegando el cuerpo al suyo,
restregándome por completo desde mi clavícula hasta mi entrepierna contra su polla.
– Muñeco… - se dejó caer hacía atrás, tirando de mis boxer hacía abajo, intentando quitármelos. – ¡Quítate eso! – me dio un tirón que me los dejó por las rodillas y me los quité de un manotazo, dejándole ver toda mi desnudez, todo mi pene tieso y duro frente a él. Tom sonrió mientras apoyaba las manos en su fuerte pecho, sentándome a horcajadas sobre su estómago.
-Quiero que me folles ahora, Tom. – solté en su boca. – Quiero que me folles como sólo tú sabes hacer. – hacía tiempo no hubiera dicho algo así ni de coña, y menos a un tío. Me
parecía humillante, pero Tom simplemente era… diferente. No me daba vergüenza o me sentía humillado por él cuando me ponía a cuatro patas y dejaba que me montara como una perra. No me sentía mal, ni golpeado en el orgullo ni nada, al menos, ya no. Me sentía... Hombre, aunque resulte paradójico. Su hombre. Tom sólo sonrió. Alzó la mano abierta hasta mi cara y me acarició los labios con los dedos.
Me los metí en la boca, tres de ellos, empezando a lamerlos lascivamente, uno a uno.
-Duele mucho una penetración por detrás ¿no? – le mordí un dedo con cuidado. Con su otra mano, volvió a apartarme el pelo de la cara, acariciándome levemente la mejilla y
descendiendo por mi cuerpo.
-Hum… - ronroneé. Me temblaba el pene de puro deseo cuando notaba su mano fría acariciarme insistentemente un pezón con fuerza hasta erizarme la piel y ponerse duro entre sus dedos. Apartó la mano de mi boca, cubierta de saliva y la llevó hasta mi trasero. - ¡Ah,
Tom! – me encorvé hacía delante, sintiendo la cara arder en cuanto me pegó el guantazo en el culo. Se rió suavemente.
-Te encanta que te trate como una perra.
-Eres un maldito gilipollas – Me quedé mirando su boca embelesado, con su aliento rozando mi cara y le di un lametón al piercing de su labio, jugueteando con su comisura. Abrió la
boca e intentó pillar la mía entre risas, pero me apartaba en el momento justo para que no me alcanzara, sonriente, empujándolo sobre la cama, dándole pequeños manotazos sobre el pecho cada vez que se precipitaba a por mí. Me quedé quieto, inmóvil, cuando sentí la
presión de uno de sus dedos sobre mi agujero, penetrándolo con brusquedad mientras me estrujaba con la otra mano la nalga izquierda. Mi pene vibró y sentí la punta empezando a humedecerse, empezando a chorrear de puro gozo sobre su abdomen.
-¿Te vas a correr encima de mí, pedazo de guarra…? - Su risa mezclada con sus suspiros me
ponía la piel de gallina y me hacía sonreír como un idiota enamorado mientras su boca se amoldaba a la mía otra vez, mientras su lengua y la mía se mezclaban, se lamían lejos de la prisión de nuestros labios mientras me penetraba suavemente con dos dedos más. Dejaba que mis gemidos se ahogaran en su boca y me aparté, con la respiración entrecortada y los
labios empapados de su saliva, echando la cabeza hacía atrás, extasiado simplemente por como me penetraba con los dedos. Estaba sudando a chorros.
-¡Oh, sí, así! – berreé, poniéndome más duro si cabía. Apoyé las manos sobre su torso empapado de mi presemen y le aparté la mano que me penetraba de un guantazo.
Empezaba a ponerme burro y vi como Tom encogía la cara cuando le arañé con las uñas los músculos del abdomen. Me agarró el culo con ambas manos y me separó las nalgas. Noté como me rozaba la punta de su polla, otra vez dura y restregué mi entrada contra ella, notándola al cien por cien firme y caliente. Los músculos de Tom empapados y su cara brillante, llena de gotitas de sudor. Me observaba mordiéndose el labio inferior con fuerza.
-Vamos… - jadeó, apretándome con más fuerza el trasero. Sonreí, relamiéndome los labios en su cara. Entrecerró los ojos, medio ido mientras me restregaba contra su cuerpo. – Te mueves como una jodida puta… ¡Ahh! – le pegué un manotazo en el pecho que se lo dejó
completamente rojo. Le di tan fuerte que sentí un ligero picor en la mano.
-Cierra la puta boca, Tom. ¡Quien te monta ahora soy yo! – joder, me estaba portando como una guarra. Veía la cara de mi novio desesperándose cada vez que me restregaba contra él, con más fuerza.
- ¿Quieres que… me la meta? – dejé la punta de su hombría dentro,
sintiendo su lascivo calor. Tom cerró los ojos con fuerza, apretando los dientes. - ¡Tom! – le grité, sacudiendo su cuerpo contra la cama con brusquedad.
-¡Si, si, joder! ¡Métetela ya! ¡Ahora! – eché el cuerpo hacía atrás y dejé que su gruesa polla entrara en mí de golpe, dándole el gusto de sentir mi presión y yo, su fuerza, como palpitaba en mi estrechez.
-¡Aahh! – grité de gusto. Nunca me iba a cansar de sentirla tan dentro, tan profunda… Tom arqueó la espalda y gruñó como un auténtico perro, aferrando las manos a mi cintura con
firmeza. Me miró con sus penetrantes ojos oscuros, esperando que me moviera, pero me quedé quieto, con la respiración acelerada, mirándolo por una vez, desde arriba.
-Muñeco… muévete…
-¿Y si… no quiero? – suspiré. Tom entrecerró los ojos levemente, sin perderse detalle de mis movimientos, de cómo me acaricié la punta de la polla con los dedos y gemí quedamente, de cómo me toqué el cuerpo empapado en sudor y con restos de su semen, recorriéndolo con
mi mano, deteniéndola en mis labios. Lo lamí, metiendo un dedo en mi boca, sin apartar la mirada de él.
Una sonrisa lasciva se formó en sus labios. Se enderezó de golpe sobre la cama, tirando de mí hacía delante con fuerza, haciendo que me moviera y su potente erección presionara justo en el sitio indicado, haciéndome gritar por el brusco e inesperado movimiento, sentándose y quedando frente a mí, con todo el cuerpo sudoroso bien pegado al mío, con sus
manos fuertemente aferradas a mi cintura. Sus labios rozaron mi clavícula con el frío piercing, ascendiendo hasta mí oído. Me lo mordisqueó con saña, hasta hacerme daño.
-Uff… joder, coño Tom…
-Escucha Muñeco… - jadeó en mi oreja. Apoyé las manos en sus brazos tensos. Los músculos con los que me mantenía sujeto estaban tan duros como su propia hombría en mi culo.
– Lo que estás montando ahora mismo… es mi polla. ¿La sientes?
– tiró de mí hacía abajo,
clavándomela con fuerza, hasta el fondo. Casi se me iba la cabeza y la apoyé sobre su hombro, sintiendo mi cuerpo arder. – Voy a reventarte con ella, así que muévete. – alcé mi
cuerpo apoyándome en sus brazos. Tom tiró de mí hacía arriba, agarrándome del culo otra vez con una mano, con la otra, tiró de mi pelo hacía atrás, obligándome a alzar la cabeza, exponiendo mi cuello frente a su boca.
Empecé a subir y ha descender, con su boca atrapando mi nuez entre sus dientes, con su grueso miembro entrando y saliendo de mí, regocijándose, restregándose, chorreando otra vez. Aplasté sus rastas entre mis manos, pegando su cabeza a la mía, sintiendo su saliva
descender desde el cuello hasta la clavícula, mezclándose con el sudor. Su cuerpo estaba tan pegado al mío que con cada sacudida, me restregaba por completo en él. Me temblaba la
polla cada vez que la sacudía contra su musculoso abdomen, empapada y le rodeé el cuello con los brazos, apretándolo contra mí. Su lengua se apoderó de la mía fuera de la boca en
un juego sucio y húmedo y sus dedos me manosearon mi entrada mientras su hombría entraba y salía con fuerza de mí, reventándome.
-¡Ahh! ¡Tom, joder, más fuerte, más fuerte, más fuerte! ¡Necesito que me folles con más fuerza! – le grité en la cara, en su boca. Empezó a reír con la respiración entrecortada.
-¡Tú eres quien me monta! ¿¡No!? ¡Suplícame!
-¡Eres un…! – me mordió los labios con fiereza antes de que pudiera terminar de hablar, besándome luego y dejándose caer sobre la cama de nuevo, arrastrándome con él. Nuestros cuerpos chocaron y me envolvió los labios con los suyos, agarrándome de la nuca. Su polla
seguía dentro de mi culo, la notaba palpitar, caliente, empezando a humedecerse, a punto de explotar. Me enderecé sobre él sin aguantar más, echando todo mi cuerpo hacía atrás,
apoyando todo el peso sobre mis manos, apretando las sábanas entre mis dedos, abriendo más mis piernas frente a su cara. Empecé a montarle, a cabalgarle sin pudor como un bestia, como una maldita puta y… me encantaba. Disfrutaba sintiendo como me penetraba con su dura y gruesa polla, si, para que engañarme, me encantaba. Adoraba ser suyo.
Adoraba que Tom me tocara.
-Me… me voy a correr… - Tom me la agarró de improviso, presionándome la punta con los dedos. Sabía que era mi punto, dónde me deshacía de puro placer. Sacudí la cabeza, berreando entre gritos y... - ¡Oh, sí, Tom! – me dio un azote en el trasero. Encorvé la
espalda hacía atrás de manera imposible, cerrando los ojos con fuerza y gimiendo, rasgándome la garganta en ello y, simplemente, me corrí. Me corrí sobre él, sobre su duro
torso.
Me quedé ido. Me quedé ahogándome en mi propio placer sobre él, gritando hasta quedarme sin aire, con la vista completamente nublada. Me iba… me iba a… sus manos tiraron de mí
hacía delante, evitando que cayera fuera de la cama. Otro golpe tonto, lo que me hubiera faltado, pero no me dejó caer para estrellarme contra el suelo. Para cuando tuve la suficiente
fuerza de flaqueza para abrir los ojos, mi cabeza estaba apoyada en su hombro y mi cuerpo tumbado sobre el suyo. Suspiré.
-Joder, perdón… - murmuré con voz ronca. Tom se rió. Sus brazos estaban liados alrededor de mis hombros, pegándome a él, sin dejarme moverme. Claro, que tampoco tenía mucha intención de moverme.
-Perdón ¿Por qué? – tomé aire, acomodándome más en su pecho.
-No te he dejado correrte. – volvió a reír con suavidad.
-Me he corrido antes que tú, pedazo de puta. – Aparté la cabeza de su hombro y mirándole cara a cara. Me moví, hacía arriba, restregándome débilmente contra él. Tom hizo una
mueca y soltó un quejido mientras me la sacaba con lentitud. Noté entonces su semen escurrirse por mis nalgas, empapándome a mí, a Tom y a las sábanas, descendiendo por mis
piernas.
-Antes que yo. – me burlé en su cara.
-Tú no la has metido en un culo tan jodidamente estrecho… - volvió a darme otro guantazo en el culo. Me mordí el labio inferior para no soltar otro grito. Tom disfrutaba viendo mi cara de vicioso reprimido, le gustaban mis gritos, lo sabía, lo notaba. Dejé que se apartara de debajo de mí, quedando yo tumbado boca abajo en la cama, de lo más cómodo, echando la cabeza hacía un lado mientras Tom me apartaba el pelo del cuello y empezaba a tocarme por todos lados como un poseso. - ¿Se puede saber cuantos tatuajes tienes? – preguntó, al ver el de mi nuca.
-Tres… por ahora. Pienso hacerme uno enorme en el costado.
-¿Aquí? – pasó la mano desde mi cintura hasta debajo de la axila. Me estremecí.
-Si. Así de grande…
-Y vas a poner, la putita de Tom. – sonreí.
-Más quisieras. – se recostó sobre mi espalda y pasó las manos por mi pecho, deteniéndose a manosearme los pezones, repartiendo besos húmedos por mi cuello, mi hombro, mi espalda. Entrecerré los ojos, mirando al suelo desde la cama.
-Voy a hacértelo otra vez, zorrita – me llevé la mano al pelo, acariciándomelo, dirigiéndole una mirada de diversión.
-Cuidado, a ver si la zorrita te va a morder. – apresó mis manos contra la almohada, impidiéndome el movimiento de nuevo, dominante.
-Puedes intentarlo. – y empezó a restregar su hombría de nuevo contra mi trasero, poniéndome el vello de punta, mordiéndome el cuello, jugueteando. Intenté soltarme de su
agarré entre suspiros, desistiendo enseguida, sin fuerzas. Que me lo hiciera como quisiera, si, me iba a volver loco de cualquier forma. Me dejaría hacer, a gusto, disfrutando de su fuerza, de su forma de imponerse sobre mi cuerpo, de la manera tan burra que tenía de hacerme completamente suyo. Si… Abrí las piernas un poco, ofreciéndole todo mi cuerpo en bandeja, para que hiciera con él lo que quisiera, entrecerrando los ojos cuando esa cosa llamó mi atención, en el suelo. Fruncí el
ceño al ver algo sobresalir de debajo de la cama. Algo que me sonaba por su forma pero que no reconocía como objeto que formara parte de la casa.
-¿Qué es eso? – Tom movió la cabeza hacía la dirección en la que miraba, deteniéndose por completo.
-¿El qué?
-Eso. – Suspiró, de repente, con muestra de resignación y me soltó, dejándome moverme libremente bajo su cuerpo. Me incliné sobre la cama, hacía abajo, agarrando ese objeto de
madera que había bajo la cama. Tiré de él hacía arriba y un sonido metálico y chirriante impactó en mis oídos. Lo solté de golpe, sobresaltado y Tom pegó un bote, extendiendo el
brazo hasta él. – Cuidado. Está vieja y rota, pero no tengo otra, ¿Sabes? – y lo agarró, sacándolo con cuidado de debajo de la cama, sentándose a mi lado con el objeto en sus brazos. ¿Objeto? ¡Que mierda!
-¿Una guitarra? – me situé de rodillas frente a él, observándola. Estaba rota, tenía una grieta enorme en la madera y parecía tener un par de años ya. La acaricié por encima, con cuidado, tocando las cuerdas con suavidad.
-Está hecha polvo, desafina demasiado. No sé porque me la he traído. La última vez que intenté tocarla se rompió una cuerda y me dio un latigazo. Igual es hora de hacerla pasar a mejor vida y tirarla.
– no parecía gustarle esa idea por el tono en el que hablaba y por como
fruncía el ceño.
-¿Tocas la guitarra acústica?
-Bueno, prefiero la eléctrica, pero no tengo una así que… - se encogió de hombros.
-¿De dónde la has sacado? Parece muy vieja.
-Me la regaló mi madrastra para un cumpleaños hace ya unos nueve años. El único jodido regalo que me han hecho en la vida. Es una pena, me gustaba mucho. – esa afirmación me
hizo tragar saliva. Sólo un regalo en la vida, sólo uno y estaba roto. Sentí algo profundo y molesto en el pecho, sentía… pena, compasión, pero por supuesto, no dije nada. Estaba
seguro de que a Tom no le haría gracia saber que sentía pena por él, de hecho, probablemente no sabría porque me sentía así. Él veía su vida normal y la mía un lujo innecesario. Igual me veía hasta como un niñato mimado.
Me acerqué a él, tirando de la sábana de la cama hasta dejarla suela y me cubrí el cuerpo desnudo y sudoroso con ella. Me situé tras él y me colgué de su cuello, pasando la sábana
por sus hombros, compartiéndola entre nuestros cuerpos.
-Entonces, sabes tocarla. – le susurré al oído. Tom alzó la cabeza y soltó una carcajada llena de prepotencia.
-Muñeco, estás hablando con un profesional. A mí lado, Elvis tocaba como un fumado.
– se burló y yo alcé una ceja. ¿Quién lo diría? Así que Tom también tenía hobbies y no uno que tuviera que ver con destripar seres vivos. Hacía algo tan humano como tocar la guitarra,
algo tan liviano como eso.
-Toca algo. – pasé la mano por su pecho desnudo, dejando la cabeza apoyada en su hombro
tranquilamente. Cerré los ojos. Tom giró la cabeza hacía mí unos segundos antes de inclinarse sobre la guitarra y situar los dedos suavemente sobre las cuerdas.
Se me puso la piel de gallina.
Era un sonido melancólico, un compás triste y agudo que me hizo pensar en alguien gritando, pidiendo ayuda, pero dentro de ese grito había algo… algo bonito. Algo que me
hacía sentir tranquilo, en paz conmigo mismo. Me abracé con más fuerza a él, escuchando.
Pegué mi mejilla a su oído, apretándome contra su cuerpo. Tom parecía haberse olvidado de que había alguien a su lado, deslizando los dedos por las cuerdas, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, concentrado, tranquilo. Si, nunca le había visto tan tranquilo.
Estaba claro que le encantaba tocar la guitarra, aislarse del mundo acariciando suavemente las cuerdas. Yo también me sentí aislado, en una burbuja en la que sólo estábamos dos, él y yo y, de repente, explotó.
-¡Ah! – pegué un bote, sobresaltado al oírle gritar. La guitarra cayó al suelo bruscamente y Tom sacudió la mano con la que tocaba con expresión de dolor. - ¡Me ha dado otro latigazo
la muy…! ¡Cómo duele! ¡De esta va directa a la basura! ¡Joder, mierda, mierda, mierda! – no pude evitar ponerme a reír a carcajadas oyéndole maldecir a la guitarra por su mala suerte.
– ¡No te rías, no tiene gracia!
-¡No me río por eso! ¡Aquí estamos los cuatro como para formar un grupo! – Tom se me quedó mirando como si le acabara de hablar en chino. – Gustav toca la batería, a Georg se le da bien el bajo y tú, la guitarra. Un buen lote.
-Ya. Y tú vocalista ¿no? – sonreí con altanería.
-¡Canto de puta madre! – Tom asintió con la cabeza, dándome la razón como a los locos.
– Es verdad. – le gruñí.
-Lo sé. Por tus gritos y gemidos tiene que ser verdad por huevos. – puse los ojos en blanco unos momentos antes de enganchar los dientes en su oreja, mordisqueándola como si fuera
un perro. Tom encogió el cuello, sacudiéndose. Noté como un escalofrío le subía por la espalda.
- ¡Muñeco!
-¡Ha estado increíble! ¡Sí, reconócelo, genial joder! – se empezó a carcajear, tirándose sobre la cama conmigo debajo, empezando a revolvernos entre las sábanas, riendo, hasta que
acabé encima de él, otra vez y nuestros labios a escasos dos centímetros.
-Si, lo reconozco. Será un bonito recuerdo.
-¿Recuerdo? – susurré. Notaba una sonrisa bobalicona plasmada en la cara, igual de estúpida que la suya.
-Ah, si, ¿No te lo ha dicho tu madre? – negué con la cabeza.
-No ¿El qué? – tampoco es que en esos momentos me importaran mucho las palabras de mi madre. Me esperaba cualquier chorrada, cualquier tontería, cualquier gilipollez…
-Mañana vuelvo a Stuttgart. Cualquier cosa menos eso.
La sonrisa se esfumó de mi cara tan pronto como había aparecido. Me quedé mudo, paralizado durante unos segundos mientras un extraño parásito se revolvía entre mis tripas
con fiereza, gritándome, exigiéndome atención, instalándose en mi cuerpo como si fuera suyo, golpeándome desde dentro con bestiales latigazos.
Me aparté de Tom, levantándome de la cama y retrocediendo como si me hubiera dado un puñetazo.
-¿Te vas? – murmuré. Tom se sentó en la cama, mirándome con una ceja alzada.
-¿Y esa cara de pocker?
-¿¡Te vas!? – el grito me salió desde lo más hondo. Me sentía furioso, revotado y no pensaba ponerme a intentar averiguar porque. Lo estaba. - ¡Ah, vale! ¡Así que esto ha sido el polvo de despedida! ¡Genial! – agarré mis boxers y me los puse con rapidez. Tom se me quedó mirando mientras recogía mi ropa y le pegaba patadas a la suya. Cogí sus boxers y se los
tiré a la cara, enrabietado. - ¡Pues vete, lárgate! – le grité, abriendo la puerta de su habitación dispuesto a irme y pegar un portazo que tirara la casa abajo.
-¿A que viene esa rabieta? – la tranquilidad con la que me pidió explicaciones y se ponía los boxers me irritó aún más.
-¡Me lo dices ahora, me dices que te vas precisamente ahora!
-¿Y cuando se suponía que tenía que decírtelo? ¿Preferías que me fuera sin decir adiós?
-¡Prefería que me lo dijeras antes de echarme un polvo! ¡Antes, Tom, antes! – nos quedamos mirando fijamente, en silencio, con seriedad, hasta que el muy imbécil se puso a reír de nuevo, como si tuviera toda la gracia del mundo. - ¡Ah, que te jodan! – y le tiré toda mi ropa a la cara, saliendo de su habitación con una mala hostia increíble.
Bajé las escaleras descalzo, casi desnudo y murmurando maldiciones entre dientes. Sus pasos retumbaron detrás de mí y volteé, al principio de las escaleras, alzando una mano en
señal de advertencia.
-¡No me sigas! – Tom se detuvo, mirándome con cara de ¿Hablas en serio?
-¿Qué mosca te ha picado, Muñeco?
-¡Vuelve a llamarme Muñeco y te reviento la boca! – él ladeó la cabeza, sonriendo con burla.
- ¡Te vas! ¡Eso me pasa! ¡Te vas cuando dentro de dos días es Navidad!
-¿Qué tiene que ver la Navidad en esto?
-¡Lo estaba planeando todo para la Navidad, joder! – Tom frunció el ceño, con expresión de extrañeza.
-¿Prepararlo todo? ¿Te refieres a una cena romántica a la luz de la luna o alguna cursilada de esas?
-¡Si! – me quedé bloqueado. - ¡No, eso no!
-¡Oh, Muñeco! ¡Me has emocionado, voy a llorar! – gritó con una sonrisita irónica y tono falsamente dramático. Me dieron ganas de pegarle una hostia.
-¡Eres un solemne gilipollas y te odio!
-¡Pues yo a ti te quiero, estoy enamoradísimo de ti!
-¡Deja de burlarte! – me estaba crispando los nervios con tanta estúpida burla.
-¡Te quiero Bill, te adoro Muñeco!
-¡Sólo quería pasar la Navidad contigo! – por un momento, se quedó callado.
-Muñeco, sabes que esas gilipolleces no van conmigo. – soltó, negando con la cabeza.
Parecía que la escena le divertía mucho y a mí… ¡A mí me estaba jodiendo como nunca!
-¡No quiero que te vayas!
La diversión desapareció de sus ojos. La sorpresa pareció dejarle mudo, comerle la risa de golpe. Nos miramos de nuevo, yo desde el primer piso y él desde la mitad de la escalera, en
silencio.
-No quiero que te vayas. – repetí, más despacio. Me había quedado sin aire con el último grito. Cogí aire, observándolo en silencio hasta que agaché la cabeza, recordando que Tom era inmune a cualquier muestra de cariño. Era indiferente ante todo y eso no era tan fácil de cambiar por medio de polvos bestiales. Suspiré y le di la espalda, acariciándome el pelo con las manos. Intentar cambiarle sería mucho más difícil de lo que pensaba, intentarle ofrecerle algo de cariño sin que acabara conmigo antes.
-Tenía pensado volver para después de Navidad. – oí un tremendo golpe en el suelo a mi espalda cuando Tom saltó de las escaleras, alcanzándome en un segundo, situándose a mi
espalda. - No me interesa pasar mucho tiempo allí. Me aburre. – sus manos me aferraron de la cintura y me empujaron contra su cuerpo, pegando firmemente su pelvis contra mi trasero. – Pero… si quieres que vuelva para Navidad… son seis horas de viaje. – apoyó la barbilla en mi hombro. Alcé la mano y le acaricié las rastas sobre su mejilla, olvidándome de toda muestra de enfado con su tacto.
-¿Qué tienes que hacer en Stuttgart?
-Hum… Es un secreto. ¿Quieres que vuelva para Navidad si o no? – le di un tirón de las rastas, pegando su cara más a la mía.
-Más te vale estar aquí para Navidad.
-¿Me estás amenazando? – se rió suavemente, agarrándome las manos, separándolas de si mismo. Me empujó hacía delante sin separarse de mí hasta que mi cuerpo quedó pegado a la pared y el suyo a mi espalda. Apretó mis manos contra la pared, a ambos lados de mi cabeza mientras empezaba a mordisquearme el cuello. Otra vez, otra vez, ¡Si, por favor!
-¿Vas a follarme… - cogí aire, con el corazón a cien y la entrepierna de nuevo despierta, empezando a temblar, empezando a endurecerse. - … otra vez? – me soltó las manos,
descendiendo las suyas por mi cuerpo hasta mis boxers, bajándomelos lentamente.
-Si… - su lengua sobre mis hombros… - Si… - y se arrancó literalmente sus boxers y tiró de mi brazo, dándome la vuelta, quedando cara a cara, estampándome de espaldas contra la
pared. Su pelvis chocó contra la mía mientras me devoraba la boca, mientras yo pasaba las manos por su espalda y presionaba sobre su nuca. Apartó sus labios de los míos, empezando a devorarme el cuello y los hombros, descendiendo, bajando, dejando rastros de su saliva sobre mi cuerpo…
-Tom… Tom… - noté como me sujetaba una pierna, apretándome el muslo, alzándomela, separándolas y se restregó, todo, por completo contra mí. - ¡Ooohh! – se me iba la cabeza,
agarrándome a sus hombros, clavándole hasta las uñas. – Tom… - cerré los ojos, echando la cabeza a un lado.
-¿Eres mío, Muñeco? – me preguntó, lamiéndome la oreja. Se la noté, toda dura contra mi
entrada, presionando, deseando entrar y reventarme.
-Si… tuyo… todo… ¡Todo tuyo, Tom! ¡Tuyo, sólo tuyo! – otra vez me comía, incansable,
insaciable, haciendo sonidos húmedos cada vez que separábamos nuestros labios y
volvíamos a unirlos, comiéndonos, tocándonos por todas partes, desesperados, como perros
hambrientos, con su polla de nuevo dura, penetrándome, lentamente…
-Menos mal que esto no lo hacéis contra las taquillas de la universidad. – abrí los ojos como platos. El corazón me dio un vuelco y separé nuestras bocas enseguida, girando la cabeza
hacía la puerta de casa, por donde entrábamos y por dónde salíamos todos los días y dónde uno de mis mejores amigos me observaba, pálido, con la barbilla temblando y los ojos
desorbitados, magreándome, restregándome, dejando que mi hermano me manoseara y me
lamiera, me devorara la boca, me agarrara y me poseyera como se posee a cualquier puta.
-Gustav… - murmuré, sin aliento. Perdí todo, la excitación, el color en mis mejillas, el movimiento, la capacidad de razonar, mirándole. Él meneó la cabeza de un lado a otro, sin
sentido, sin saber que hacer ni que decir, cualquier cosa en vez de mirarme a mí. Dejó caer
mis llaves al suelo, las llaves que había perdido el día en el que Tom me empotró contra las taquillas y me mostró como suyo delante de cientos de personas. Se llevó una mano a la
frente, sudando a pesar del frío – Gustav no… esto… - apoyé una mano en el pecho de Tom, empujándolo débilmente, con el cuerpo repentinamente helado. Me dejó el espacio suficiente como para dejarme ponerme de nuevo los boxers, rápidamente, totalmente avergonzado y antes de que pudiera colocármelos, Gustav salió por la puerta a paso acelerado. - ¡Gus…!
– grité. La desesperación me inundó los sentidos al ver que no daba marcha atrás, que no se giraba para dedicarme al menos una mirada de reproche o de asco.
Me abalancé hacía la puerta, tropezando torpemente y cayendo de rodillas, levantándome otra vez enseguida cuando Tom me detuvo, apretándome contra él, abrazándome por la espalda.
-No seas loco, Muñeco. No puedes salir a la calle desnudo, espera.
-¡Suéltame, suéltame Tom! ¡Tengo que ir, joder! ¡Gustav no, no, es mi mejor amigo, no puede ser! ¡Tom, por favor, déjame!
-¡Sshh! – me siseó, repentinamente serio, paralizándome entre sus brazos. Me pasó las manos por las mejillas, presionando debajo de mis ojos sin decir nada. – No llores…
- murmuró - No es divertido verte llorar. Notaba mis ojos humedecerse y nublárseme la vista, con un nudo en la garganta que me provocaba dolor y una angustia palpable.
-Me va a odiar… - sollocé. – Gus me va ha odiar. Le doy asco… le doy asco…
– mis brazos se cerraron alrededor de su cuerpo de piedra, sin explicación, utilizándole de apoyo para mi
desesperación, a él, a la persona que cualquiera temería, al demonio personificado, a un monstruo sin conciencia, sin remordimientos, de piedra, frío como el hielo, maligno como el diablo, indiferente como un trozo de piedra inerte ante el mundo. Abracé a Tom, sin miedo.
Como la única persona en el mundo que no le teme ni intenta huir de él, que quiere tenerle cerca sin importarle las consecuencias.
¿Por qué? Mierda…
Porque el Muñeco empieza a enamorarse de su diabólico dueño.
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MUÑECO By Sarae
RomanceUn Muñeco al que hacer sufrir... un Muñeco al que romper... Poco me importaba quien fuera o qué fuera para mí. No tenía preferencias por nadie, cualquier criatura bonita con cuerpo de porcelana y fácil de manejar estaría bien. Cualquier persona, cua...