Capítulo 64

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By Tom.

-Te has aprovechado bien, eh. – de los cien euros, no me había quedado ni uno. Andreas me había dejado sin blanca ¡y menos mal que yo no había comprado nada! Se había hartado de mirar libros y libros y había cogido de todos los géneros. Testigo de ello era el tiempo, que había pasado delante de mis ojos con piernas de acero. Habíamos entrado en la librería a las cinco de la tarde y hasta las nueve, nada. Porque nos había echado el dueño de la tienda, si no, igual ni habría cenado. Y estaba muerto de hambre. 

-Mañana por la mañana me leeré éste. Y pasado, este otro. – me dijo, señalándome un enorme libro cuyo título era “Los pilares de la tierra”, de Ken Follet. Observé a Andy con incluso temor. ¿En serio era capaz de leerse un libro de ese grosor en una mañana? Yo todavía no me había terminado “Las aventuras de Tom Sawyer”, y lo empecé en sexto de primaria. – Ahora…

-No te irás a poner a leer ahora ¿no? – por mí, de acuerdo. Le robaría la cartera a alguien y me iría a tomar unas cañas a alguna parte. El hombre gordito y de bigote francés que sudaba como un poseso, cerca del cajero automático, tenía pinta de tener una cartera con un contenido sustancioso.

-No, no, ahora no. ¿Por qué no vamos a comer por ahí? Estoy muerto de hambre. – alcé una ceja, irónico. Andreas frunció los labios y se hizo el disimulado. – Ah, ya. Que se te ha acabado la pasta, ¿no? 

-Adivina por culpa de quien. 

-Por culpa de Bill. – soltó, y siguió adelante con porte indignado. Noté algo incierto removerse en mi estómago y lo atribuí a la falta de comida, pero cuando ese algo tomó posesión de mi cuerpo y mente como un virus expandiéndose y buscando los puntos vitales clave, mis pies frenaron. 
Andreas estaba ofuscado conmigo, eso lo notaba, pero después de soplarme casi cien euros en libros, mi cabeza no tardó en deducir una idea aplastantemente lógica y típica de mí. Se podía ir a comer pollas con su enfado, porque a mí no me interesaba tragármelo con el buen humor con el que me había levantado.
Me detuve. Esperé a que captara mi ausencia y se diera la vuelta con sus libros a cuestas. Al hacerlo, yo le di la espalda y tiré por el otro lado, rumbo a mi casa. 

-¿Tom? ¿A dónde vas? 

-A mi puta casa. 

-Pero ¿por qué? – no contesté. 
Las calles de los barrios altos eran iluminadas cuando el cielo era alcanzado por la noche, con las farolas y las luces de los escaparates, las fuentes bañadas por la luz dorada de los focos que palpitaban bajo el agua. Los edificios más conocidos brillaban, más bonitos que durante el día, manteniendo un intenso contraste de colores vivos. La carretera era transitada por un tráfico inmenso y las personas, sobretodo, parejas, iban cogidos de la mano, sonriendo con una dulzura demasiado acaramelada. El ambiente me recordaba a Hamburgo. 
Quizás a Bill le hubiera gustado pasearse por los barrios altos. Lo llevaría un día a dar una vuelta por ellos y le compraría algo gracioso para que recordara la parte buena de mi ciudad. 

Andreas se interpuso en mi camino, alcanzándome en una carrera. El pelo rubio onduló con el viento, dificultándome el analizar la expresión de su cara. 

-¿Por qué? – repitió. - ¿Te has enfadado conmigo? 

-¿Tú qué crees, perra rubia? 

-Pero, ¿por qué? – seguí sin contestar. Yo tampoco conocía una respuesta concreta al “por qué”.

-Deja a mi hermano en paz. Él está al margen de nuestra vida. – y seguí caminando, esquivándolo. Pude oír sus pasos apresurados buscándome entre mi halo de indiferencia. 

-Es que Bill no es tu hermano, Tom. – entrecerré los ojos. El virus se había extendido hasta un recóndito lugar de mi mente. Ésta me dijo, para, y yo lo hice. 

-Es mi hermano. 

-Es el tío con el que te has estado acostando durante meses en Hamburgo y creo que ya no puedes ver más allá de eso. 

-Andreas, hazme un favor y métete los celos por el culo. 

-¡Oye, tengo razones para estar celoso! ¡Has estado todo el puñetero día paseándote de un lado para otro para comprarle cosas al Muñeco! ¡En nuestra cita! Yo también existo, ¿sabes? Y ya debería haberte dado una hostia y haber roto contigo por gilipollas. ¡Pero no lo hago! – me agarró del brazo del que colgaba el maquillaje y la plancha de Bill y a causa del basto tirón, dado para intentar llamar mi atención, el asa de la bolsa se rompió. La plancha estuvo a punto de caer al suelo. La puta plancha de cuarenta y dos euros.
Inmediatamente agarré la bolsa con la otra mano y fulminé a mi supuesto novio.

-¡Andy! ¿Eres idiota? ¡Casi te lo cargas, coño! – y Andreas, tras echarle un breve vistazo a la mercancía, se cruzó de brazos con rostro impotente. 

-¿Y qué? Es nuestra cita, Tom. ¿Hola? ¡Estoy aquí! ¡Existo! ¡Hazme caso, no sé, finge que te gusto un poco, por lo menos! 

-Te estás poniendo pesadito con eso. 

-¿Tengo que volver a repetirte que parezco el mejor amigo que va a acompañar a su colega de tiendas para que compre regalitos para su novia? – habló, sarcástico. ¡Argg, con el buen humor que había tenido hasta que había abierto la boca! – Empiezo a creer que esto no tiene sentido. ¡Ni siquiera hemos empezado bien! Ha sido llegar tu hermano y mira… me ignoras, ni puto caso me haces. De repente, parece que la única persona que existe en el mundo para ti es tu hermano y, si no fuera porque me contaste que te lo habías follado, ¡no me importaría! Pero es que ¡te lo has follado! Y ahora compartes casa con él de la noche a la mañana. ¿Y qué esperas que yo haga? Si al menos me hicieras caso… - empezó a parlotear. Quizás él tuviera razón, pero yo nunca lo sabría, porque en mi mente se habían instalado otros pensamientos. 

¿Qué cara pondría Bill cuando viera la ropa, el maquillaje y todo lo que le había comprado? ¡Seguro que se arrepentiría por haberme tirado el jabón a la cabeza! ¿Y con el jabón? ¿Qué cara pondría con el jabón? ¿Me dejaría jugar con él y con ese enorme trozo creador de espuma? Ya me lo imaginaba, mojado hasta en los rincones más insospechados, con el pelo empapado, con las gotitas de agua comiéndoselo a lametazos, y yo… yo abriría la puerta del baño de repente y Bill intentaría taparse, gritando mí nombre para que me largara. Pero no lo haría.

-¡No, Tom! ¡Estate quieto! ¡Lárgate! ¡No, Tom, no me toques, no! Tom… por favor… esto no está bien… no quiero… no hagas eso. Me duele… Tom… oh… aaahh… ¡Aahh! 

Uff… Me estaba poniendo malito. 

-¡TOM! 

-¿Qué? 

-¿Me has oído? 

-Claro. 

-¿Y qué es lo último que he dicho? – puse los ojos en blanco. 

-Que te vas a casa con tu hermano. – Andreas me miró como si hubiera soltado la mayor gilipollez del mundo. 

-¡No he dicho eso! 

-Cierto. Eso lo digo yo. ¡Buenas noches, Muñeco! Mañana nos vemos. – y retomé la marcha con la cabeza llena de mariposas. Cuando le diera la ropa a Bill, cuando viera las zapatillas y el maquillaje… ¡Mierda, tendría que haberle comprado ropa interior que le quedara pequeña! ¿Habría una tienda dónde vendieran bóxer a esas horas? Mierda, no tenía dinero. Bueno, a Bill le encantaría el detalle de todas formas, seguro. Quizás se me echara encima conmovido por mi acto, quizás acabábamos en la cama, esta vez de verdad, sin drogas de por medio, quizás…

¿Y si pese a todo, no me perdonaba? 

-¡Pues corre, Tom, haber si encuentras a tu hermano en casa, capullo! – me gritó Andy desde la lejanía, formando una extraño trasfondo casi inexistente. Alcé una mano, diciéndole adiós con un gesto. - ¡Bill ni siquiera habrá llegado todavía! – tronó. Su voz sonó un poco nerviosa y ante el nombre de mi antiguo Muñeco, conseguí captar el sentido de la frase. 
Me volví, interrogativo y con el ceño fruncido por la confusión. Andy me giró la cara, poco dispuesto a hablar. 

-¿De dónde se supone que mi hermano no habrá llegado todavía? – pero Andreas me ignoró y empezó a andar por el camino opuesto.

Ahora me tocaba a mí arrastrarme para conseguir una respuesta.

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora