Capítulo 20

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-¿¡Que coño haces!? ¡Podría haberte matado, anormal!
-¡Sparky! – creo que nunca en la vida me había alegrado tanto de ver a alguien y mucho menos a él, a ese matón que me las había hecho pasar canutas desde que tenía cinco años y
me arrancó la piruleta que me había comprado mamá el primer día de guardería de la boca, tragándosela de un mordisco después de que yo le hubiera dado ya los primeros chupetones.
Me puse a llorar como un crío y mi madre tuvo que recogerme a los cinco minutos de haberme dejado allí con los demás niños para que jugara a los cochecitos de carreras. Desde entonces, Sparky la había tomado conmigo, gastándome bromas en el parvulario, manchándome mi baby con las acuarelas, comiéndose mi almuerzo, rompiendo mis ceras de
colores y dibujando garabatos en mis dibujos en los que siempre me pintaba a mí, a mamá, a papá y a mi hermano perdido, dándome la mano con carita sonriente.
En aquel entonces, Sparky era considerado un niño travieso. Hoy en día, era mucho más que eso.
-¡Maldito capullo sarasa! – fruncí el ceño con semejante respuesta, pero no le repliqué. Sólo me faltaba meterme en una pelea con él encima de que me acababa de salvar.
Un momento… me acababa de salvar… hostias…
Eso era algo más bien difícil de creer…
-¿Qué haces aquí?
-¿Tú que crees? – ¡Buag, estaba borde el tío!
-¡Pensaba que todavía estabas en cama! ¡No has vuelto ha aparecer por la uni!
-¡Después de que tu novio se halla proclamado el dueño de la uni, cualquiera se acerca!
-¡Pues no sé que haces en la fiesta de Nat con él paseándose por aquí! – Sparky abrió los ojos como platos.
-¿Tu novio está aquí? ¿¡Y que coño haces hablándome!? ¡Me romperá otras dos costillas!
-¡Lo estoy buscando! – Sparky me dio la espalda, dirigiéndose a la cocina. Fui detrás de él enseguida, chocándome con varias personas por el camino, intentando abrirme paso entre la muchedumbre. Ni loco me volvía a quedar solo en ese manicomio. - ¡Espera, espera! ¿Lo has
visto? – Sparky puso los ojos en blanco mientras cogía un vaso lleno de ponche sobre la mesa de la cocina y le daba un sorbo.
-¡Estoy vivo, obviamente, no nos hemos cruzado, así que pasa de mí!
-¡Pero…! – intentó rehuirme, pero le agarré del brazo casi en un acto reflejo, colgándome prácticamente de él. Él se giró, rabioso. Su cara de mala hostia me recordó a mi Tom
inmediatamente. Creo que hasta me ruboricé imaginándolo frente a mí, con esa expresión que, aunque no deparara nada bueno, en cierta forma me gustaba. Esa cara de niño malo.
-¡Bill, joder! ¡Suéltame! – reaccioné con ese grito. No era el momento para ponerme a soñar despierto.
-¡Te soltaré en cuanto encuentre a Tom!
-¡No es mi culpa si te ha dejado tirado, para empezar, no sé que coño hacéis aquí! ¡Si yo fuera tú le tendría la guerra declarada a la puta de tu ex!
-¿Qué? ¿Por qué? – Me levanté del suelo al que prácticamente me había tirado agarrando la mano de mi archirival para retenerlo a mi lado y empecé a buscar a Tom con la mirada entre el montón de personas que se movían histéricas de aquí para allá. Sparky no parecía tener intención de huir por el momento, así que le solté el brazo. Me miraba con el ceño fruncido.
-¿Cómo que por qué? ¡Por que no sé como puedes entrar por la puerta con tantos cuernos encima! – mis ojos se desviaron de la muchedumbre hacía Sparky instantáneamente. No sabría explicar que cara tendría en ese momento, si de gilipollas o de gilipollas rematado, el caso es que le miré sin entender nada.
-¿Qué? – Sparky me observó con una ceja alzada. Después, se empezó a reír, negando con la cabeza.
-No puede ser… tú no lo sabes… joder…
-¿El qué? – le dio otro trago largo al ponche y me miró fijamente.
-No puede ser que tus dos amigos del alma no te hallan dicho que eres el tío más cornudo de toda la universidad, ¿O sí? – parpadeé varias veces, aún sin entender. – No me jodas que tengo que explicártelo yo… - alcé una ceja, sin saber que decir. ¿Estaba de coña?
-Mira Sparky, si esto es por lo que dijiste hace unos meses, lo de… lo de que te gustaba… esa broma y esta, no tienen gracia, ¿entiendes? Tus bromas no hacen gracia. – Sparky me miró fijamente, repentinamente callado.
-¿Quién dice que lo de que me gustas es una broma?
-Eh… - Ya no sabía como tomarme aquello. Estaba realmente serio como para estar contando un chiste. Si hablaba en serio, ¿Debería sentirme halagado? Desde luego, nunca lo abría
imaginado. Él, Sparky, mi jodido calvario iba detrás de mí culo. Hum… prefería ignorar lo oído. – Bueno, es igual. No tengo ni puta idea de lo que me estás contando así que…
-Te estoy contando que Natalie, durante todo el año que estuvo contigo, se folló a todo lo que se meneaba delante de ella, ¿Entiendes ahora? – me quedé boquiabierto unos segundos antes de poder volver a reaccionar. ¿Pero que me estaba contando?
-¿Qué…?
-¡Bill, todo el mundo creía que eras maricón en el instituto! ¿No te parece muy raro que justamente la tía más popular y buenorra del instituto se fijara precisamente en ti? – una
pregunta se quedó atascada en mi garganta, que se me secó de pronto. ¿Qué insinuaba?
¿Acaso con eso quería decirme que…? Tragué saliva con fuerza, sintiendo un extraño nudo atascándome la garganta y negué con la cabeza lentamente. Absurdo, completamente
absurdo. Sacudí la cabeza de nuevo y le di la espalda.
-Si no quieres ayudarme a buscarlo, lo encontraré yo solo. Nos iremos de aquí y tranquilo. Le diré que no te meta una pali…
-Hizo una apuesta, Bill. – me cortó de repente, con un tono de voz serio y tenso. No sé porque demonios mis piernas no obedecieron la orden de mi cerebro y se detuvieron, incapaces de avanzar. Mi cabeza se giró automáticamente hacía él, observándolo con ojos afilados. Él se encogió de hombros, con gesto resuelto. - Todo el mundo lo sabe. Incluso las tías más guarras y guapas, por muy buenorras que estén no pueden hacer cambiar a un maricón de acera y Natalie dijo, yo sí y os lo demostraré. Me tiraré al tío más maricón del instituto aunque sea lo último que haga en este mundo y vosotros me adoraréis. Seré la reina y besaréis el suelo que yo pise, da igual cuanto tarde, lo haré… y lo hizo. – nos
miramos fijamente, devorándonos con los ojos. Puede que él lo hiciera con otro sentido pero en ese momento no me percaté de ello. Yo sólo lo observaba refugiándome en la
indiferencia. Una indiferencia que no existía, una indiferencia que intentaba ocultar el descontrolado temblor de mis piernas y el molesto tembleque de mi barbilla.
-No, no es verdad, Natalie no haría nunca algo así. – solté, frunciendo el ceño y le di la espalda de nuevo, irritado.
-¿Te refieres a tu dulce, amable, guapa y sexy rubia? ¿A la que le dijiste, he estado con muchas chicas pero es la primera y única vez que toco la piel de una y siento como el estómago me da un latigazo porque estoy loco por ti? – Su voz se hizo oír por encima de la de los demás, paralizándome de nuevo en el suelo.
El recuerdo de esa noche, de esas palabras, justamente esas palabras saliendo de mis labios, dedicándoselas a ella por completo junto con mi corazón, junto con todos mis sentimientos repletos de necesidad por ella, de amor puro, de deseo. Natalie… era lo que más habíaquerido en mi vida antes de conocer a Tom, mi primer amor… no podía ser que…
-Yo mismo me la tiré, Bill. – alcé la cabeza agachada y miré a Sparky, completamente adolorido y algo sorprendido ante esa sinceridad tan asfixiante, tan odiosa. Él no sonreía,
parecía serio, parecía respetarme, parecía molesto por la misma actitud de Natalie. Parecía comprenderme. – Dijo que eras bueno en la cama, pero demasiado meloso y pegajoso. Que
eras tan tonto e ingenuo que dabas pena, demasiado fácil de manipular. – me llevé la mano al pecho inconscientemente, con el labio inferior temblándome. Apreté el puño y sentí torrentes de lágrimas agolparse en mis ojos sin llegar a escapar. Sparky suspiró.
-Lo siento Bill, pero esta noche te ha invitado para lo mismo. – se encogió de hombros, negando con la cabeza, resignado. – Como ahora estás con Tom, la apuesta se ha roto porque tal y como se decía en el instituto, aunque te tiraras a Natalie, al final se acabó demostrando que eras gay con esa relación. Natalie se cabreó muchísimo, no sabes cuanto y… ha vuelto a apostar. Tú estás esta noche invitado aquí sólo para que ella pueda
demostrar una vez más que puede manejar a las personas a su antojo.
No me lo podía creer, no… no… Sabes que Natalie es una puta, puta, ¿verdad? Natalie no es de fiar, Bill. Olvídate de ella.
¿Qué puñetas quieres ahora?
Esa tía pasa de ti, deja de arrastrarte.
Las palabras que Georg y Gustav me habían repetido tanto a lo largo del final de mi ruptura con ella me azotaron la cabeza de golpe. Mi respiración se hizo irregular, acelerada y algo potente y caliente empezó a recorrerme las venas hasta provocarme intensos escalofríos en
el cuerpo. Saqué el móvil de mi bolsillo trasero, marqué el número fuera de mí mismo y me lo llevé al
oído.
-¿Sí? – la voz de Gustav al otro lado del aparato me hizo abrir los ojos que había mantenido cerrados hasta el momento, esperando su respuesta con aparente indiferencia, pura
impaciencia por dentro.
-Lo sabías, tú y Georg, siempre. – hablé, sin percatarme de mi macabro tono de voz. Seguramente, ese sería el tipo de voz que tendría un muerto procedente de ultratumba. –
Natalie me ponía los cuernos con todo aquel que se le ponía delante, ¿No? – no oí de nuevo una respuesta hasta pasados unos segundos.
-Bill, yo…
-Gracias por contármelo para evitarme hacer el ridículo – y colgué. Puede que Georg y Gustav hubieran intentado ahorrarme sufrimientos, pero en aquel momento, yo no los veía así. Me sentía traicionado por mis dos mejores amigos y Natalie… Mi Natalie… Todo había sido un engaño, un horrible engaño que me había ridiculizado frente a miles de personas.
Yo no había sido popular por tirarme a Natalie. Había sido popular porque era el conejillo de indias de la chica más popular del instituto. Me había utilizado y se había desecho de mí
como un vulgar y asqueroso condón usado y se habían reído de mí a mis espaldas. Ese puñado de pijos que no ven más allá de sus trajes de marca y sus caras repletas de colágeno para disimular arrugas. Los mataría, los destriparía, los descuartizaría y bailaría sobre sus tumbas. Y Natalie… Natalie…
La sangre me ardía de la furia. Nunca estuve tan furioso en la vida y difícilmente volvería a estarlo en los próximos diez años.
-Bill, lo siento tío pero… ¿Estás bien? – Sparky retrocedió con los ojos muy abiertos cuando le miré. Me hubiera gustado ver la mirada asesina que tenía como para haber conseguido
acojonar al mismísimo macarrilla gilipollas al que siempre había temido.
-Estoy perfectamente. – eché a andar hacía la muchedumbre y, esta vez, quien se dedicó a dar empujones fui yo, apartando a la gente de mi camino como un toro rabioso.
-Eh, eh, tío, no te aconsejo que vayas buscando pelea. Se te echaran encima en un momento y te harán puré si intentas tocar a la guarra de Natalie, aunque te entiendo y te apoyo, pero… - Sparky me seguía pisándome los talones entre la multitud, intentando
convencerme de algo que no pensaba hacer… de momento…
Si llegaba a encontrar a Natalie antes que a Tom, lo haría. No estaba muy seguro de qué, pero me echaría encima de ella y... Prefería no pensar en ello para no tener que notar la
corriente caliente que fluía por mis venas, cada vez más alocada.
-¡Aparta! – le grité al tío que, hacía unos minutos, se me había echado prácticamente encima. La diferencia era que ahora yo estaba colérico, no asustado.
-¡Joder, tío! – gritó Sparky, esquivando a la muchedumbre con el vaso de ponche en alto. -
¡Quien iba a decir que los maricones teníais tanto carácter! – estuve a punto de darme la vuelta y pegarle un puñetazo en la boca cuando el movimiento de una inconfundible
cabellera rubia se movió a poco más de un par de metros. Di un paso al frente, embalándome hacía Natalie, alargando la mano para agarrarla del pelo, dispuesto a arrancárselo de cuajo, pero Sparky me cogió del brazo con fuerza y me hizo retroceder. -
¿¡Estás loco!? ¡No, al menos no aquí! ¡Se te echaran encima! ¡No podré protegerte de todos, anormal!
Me quedé paralizado. Me hubiera intentando resistir con todo lo que tenía, atacándole incluso de no ser por lo que vi en ese momento, dejándome totalmente shockeado.
Natalie no estaba sola. Estaba inclinada… sobre Tom. Él bebía, distraído, apoyándose en la mesa del salón. Tenía cara de mala hostia, de comerse a quien se le pusiera delante y observaba bailar a Natalie delante suya con una indiferencia ofensiva para ella. Cuando se le acercó, provocándole, acercándosele tanto como para rodearle el cuello con los brazos y empezar a susurrarle a saber que guarradas al oído, Tom giró la cabeza. Nuestras miradas se cruzaron. Todo pasó muy rápido.
En cuanto Tom me vio, sonrió de oreja a oreja con esa sonrisa maliciosa, tan prepotente, superior y malvada como las que hacía meses no mostraba. Agarró a Natalie de la cintura, le dio un sorbo rápido al vaso de ponche, acabándoselo y vi claramente como su lengua se
introducía en la boca de mi ex, penetrándola con ella como me penetraba a mí con su hombría todos los días desde que nos hicimos oficialmente novios. Se me aflojaron las piernas y prácticamente, Sparky tuvo que agarrarme de la cintura para
que no cayera al suelo de rodillas mientras Tom me dirigía una mirada provocadora e indiferente, apartando sus labios húmedos de los de Natalie y agarrándola de la mano, empezando a arrastrarla hacía las escaleras que daban al segundo piso, a las habitaciones.
El tiempo se detuvo para mí en ese instante.
-Joder… eso sí que es una putada. – le oí decir a mi archienemigo, tirando de mí un poco hacía arriba para conseguir mantenerme en pie frente a todo aquel caos demoledor.
¿Cómo describirlo? Resumiéndolo en pocas palabras, el mundo se me vino encima y deseé con todas mis fuerzas tener algo afilado con lo que atravesarme el pecho para que el agujero negro que empezaba a tragarse mis emociones, el agujero que se instalaba allí empezando a
machacarme la autoestima, destruyendo mi mundo, provocándome tanto dolor que me hacía dificultosa la respiración, desapareciera para siempre.
Tom acababa de traicionarme, Natalie, desde un principio, fue una traidora y mis mejores amigo me habían ocultado algo tan horrible como aquello. De un plumazo, me habían quitado todo y me había quedado solo… y Tom no estaba para consolarme. Tom se había ido. Tom estaba disfrutando de los besos y las caricias de otra persona que no era yo…
Tom… Tom… Tom…
Fueron 13 segundos eternos. Los conté cuando mi mundo se desmoronó de golpe y, como si se hubiera detenido el tiempo, todo se detuvo a mí alrededor. Las voces, la música, los gritos fueron tragados por mi intenso silencio. El agujero que tenía en el pecho se tragó también la
furia que corría salvajemente por mis venas. La tristeza que sentía frente al acto que Tom me había mostrado con total descaro fue inmensamente superior al dolor que sentí cuando
Natalie me dejó sin darme explicaciones. Depresión, necesidad, deseos frenéticos de ir a buscarle y rogarle que volviera conmigo a casa. Frente a lo que sentía en ese momento, cortar con Nat un año después había sido cómico. Ahora, me sentía caer y caer en un pozo sin fondo, sin salida, sin posibilidad de huida, consciente de que tarde o temprano me daría el hostión contra la realidad que sería tan negra como ese pozo oscuro con las paredes
agrietadas.
Me dejé caer al suelo, desmoronado por completo, incapaz de hacer nada más. Quedé agachado de cuclillas, con las piernas cerradas y los puños cerrados frente a mi cara,
ocultando los ojos totalmente empapados y apretando los dientes con fuerza. No pude evitarlo, por más que lo intentaba, no había forma de evitarlo. El agujero era demasiado
grande, demasiado profundo. Empecé a llorar.
-Bill no… mierda tío… no hagas eso, no llores, nunca sé que hacer cuando alguien llora. No…
- había empezado a llorar como una nenaza delante de todo aquel montón de pijos que se burlaban de mí a mis espaldas. Soy patético, patético. Un maricón patético.
-Tom, te odio… te odio… idiota, idiota… - si me hubiera dejado un tiempo más a solas, seguramente me habría puesto a patalear como un niño rabioso y consentido, sin embargo, a pesar del espectáculo que estaba dando, Sparky no me dejó sólo. Él empezó a tirar de mí, agarrándome por debajo de las axilas, medio arrastrándome, intentando apartarme del montón de personas que me acabarían pisoteando como una vieja y lujosa alfombra de piel.
Hasta que consiguió levantarme. Yo no tenía fuerzas para resistirme y dejé que me rodeara la cintura con el brazo, manteniéndome firme con las piernas flojas.
-Vaya fiestecita me estás dando. Anda, te llevaré a casa, saco de huesos… - anduve unos segundos hacía la entrada, dejándome guiar por él sin ni preguntas. Entonces, reaccioné.
-¡No! – le empujé bruscamente, casi tirándome al suelo de forma dramática intentando soltarme de su agarre.
-¡Eh! ¿Qué haces? ¿A dónde vas? ¡Bill! – corrí de nuevo hacía el interior de la fiesta, rabioso y con las lágrimas todavía descendiendo por mis mejillas. Necesitaba un consuelo que en casa no iba a conseguir y, de tan desesperado que estaba, tan angustiado y dolorido como me sentía, lo primero que hice fue agarrar uno de los vasos que había por todas partes y lo llené del mismo ponche tan cargado que había bebido media hora antes.
Mientras me lo tragaba de un sorbo, sólo pude pensar en Tom a voz en grito. Te odio, te odio, ¡Te odio, Tom!

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora