Capítulo 56

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By Tom.

Estaba sangrando. Un enorme cuerno morado estaba empezando a crecer en mí frente a una velocidad de vértigo, al igual que mi mal humor, que la cólera. Tendría que haber echado la puerta abajo, haberle agarrado del largo pelo ondulado y haber hundido su preciosa y bien formada cabecita en lo más profundo del inodoro. ¡Hasta que se ahogara entre la mierda ese maldito desagradecido hijo de puta! 

No… no, no, no, no, no, no… ¡Todavía estaba a tiempo! Todavía podía ir hasta al baño, cogerlo y… 

Agarré el vaso de agua que había llenado para nada, intentando tranquilizarme vanamente y lo lancé con fuerza al otro lado de la pared. Se hizo añicos. 

-¡Hijo de perra! – grité. El Muñeco macabro no había dejado de dar vueltas sin parar a mi alrededor, intentando llamar mi atención, alzando los brazos, suplicando que lo mirara. Yo no lo hacía. Le gritaba e intentaba aplastarlo cuando se ponía en mi camino. – Se cree muy duro, se cree que todavía está en su casa protegido por mami, Georgi y Gusi… ¡Por ese puto perro rubio! El muy cabrón se atreve a plantarme cara, a revelarse, a ponerme en evidencia delante de esos mamones encadenados y ellos… ¡Ellos lo miman, como si les gustara! ¡Andy le ha buscado un trabajo, Ricky va detrás de su culo, lo invita a fiestas y Black lo protege y no solo porque yo se lo haya pedido! ¡Le cae bien! ¡A todo el mundo le cae bien! ¡Todos lo aceptan nada más conocerlo, sabiendo de donde viene, sabiendo que es un pijo niñato! ¿Por qué? ¿¡Por qué!? ¡Solo es un Muñeco inútil, viejo y estropeado, incrédulo, inocente y…! 

“Y te encanta que sea así.” Me recordó mi puñetera parte ilógica y absurdamente anti-yo. 

-A mi me encanta tirármelo. ¡No a todo el mundo puede encantarle tirárselo! Black es hetero… él no… ¡Arrrgg! ¡Muñeco cabrón manipulador! ¡Nunca he estado tan furioso y descontrolado en mi vida! ¡Ja! En Hamburgo pasó lo mismo cuando me rompió la nariz. Esto no puede ser, yo no soy así, yo no… yo no soy… ¡Deja de hacer eso, puto Muñeco! – había dejado de seguirme y se cortaba. Se cortaba sin parar con esa cuchilla que nunca le había visto, con ese afilado trozo de metal y alzaba los brazos y me los enseñaba y saltaba y suplicaba y parecía intentar gritar pidiendo ayuda y cuanto más lo hacía, más ganas tenía yo de que desapareciera. ¡Igual que deseaba cada vez con más ganas que Bill desapareciera de mi baño y de mi vida para siempre! - ¿Qué quieres que haga, eh? – le pregunté al Muñeco, alterado y sin paciencia. - ¿Quieres que vaya a pedirle perdón? ¿Quieres que vaya detrás de su miserable culo? ¡Y una mierda! ¡Se lo estoy dando todo en bandeja! ¡Una puta casa, un puñetero plato en la mesa, agua, acojo a su perro, le presto mi ropa, a mi pandilla, incluso le han conseguido un trabajo! Aún estando aquí no hace nada… ¡Nada! ¡Es un inútil, un fracasado! ¡Se lo pasaran por la piedra en cuanto me despiste! Todavía… todavía no se entera de que si sigue vivo aquí es porque yo lo dejo vivir. – sacudí la cabeza, cogiendo aire, expulsándolo. – No se merece lo que hago por él si pese a todo, el muy cabrón me rechaza… ¿por qué me rechaza? ¿Tanto asco le doy? ¡En Hamburgo lo pasábamos bien! ¿Por qué ahora no? ¡Me ha dicho mil veces que me quiere! ¿A qué juega? Porque si se cree que puede jugar conmigo… - la ligera presión oscilante que se apoderó de mi pierna me obligó a bajar la cabeza. El Muñeco se había enganchado a ella con manos y pies. - ¡Suéltame, coño! – la zarandeé y el Muñeco cayó al suelo, quejumbroso. – Lo odio… lo odio… lo odio… - murmuré, apretando los puños. Un escozor horripilante se apoderó de mi brazo y al fijarme en la herida que los colmillos de Scotty habían conseguido marcar, grité de rabia. 

Lo odiaba… lo odiaba… lo odiaba… odiaba esa sensación que me hacía tan vulnerable y predecible, que me atacaba por los cuatro costados y que era incapaz de esquivar, solo atacar con furia. Una furia que en realidad no estaba ahí. Era un medio de defensa contra esa debilidad tan aguda, esa estupidez innata con la que Bill me aplastaba los nervios. ¡El muy hijo de puta barría mis defensas como si fuera una simple casita de paja y él fuera el lobo feroz que soplaba y soplaba hasta levantarla! 
No podía aceptar eso. El lobo era yo, no él. Él no pasaba de ser un Muñeco. Yo no pasaba de ser una bestia. 

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora