Capítulo 26

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By Tom.
La puerta del Floy se abrió ante nosotros. El club Floy es enorme. Una mezcla entre discoteca, pub y
puticlub situado en la periferia de Stuttgart. Era un hervidero de alcohol, sexo, música dance y drogas y, prácticamente, era mío.
En la barra, las chicas que conocía a la perfección y de manera bastante profunda e íntima, bailaban y restregaban sus perfectos y sensuales cuerpos casi desnudos frente a la pandilla de babosos ansiosos por probar un coño caliente y húmedo.
Las luces de los focos daban vueltas por todo el local, sin detenerse en un mismo lugar durante apenas un segundo. La música hacía retumbar las paredes.
Caminé por entre la marabunta de gente, apartando cerdos de mi camino a empujones. Algunas personas se me quedaban mirando desde una distancia prudente, con la boca abierta, sumidos en un silencio respetuoso o, tal vez, lleno de temor.
-¡Tom! - una de las chicas del club se me acercó con un albornoz abierto, dejando ver claramente su desnudez bajo la lencería transparente. -¿Dónde estabas? Esos cerdos se han adueñado del Floy. ¡Es un puto desastre! ¡Lo destrozan todo, no pagan las consumiciones y echan a los clientes! ¡Nos acosan a nosotras! ¿¡Por qué!? ¡No puedes dejar que sigan haciendo...!
-Por eso estoy aquí. - le acaricié la mejilla con una mano, tranquilizando su histeria por momentos. - Anda, guapa. Llama a tus amigas y sácalas de aquí. También a los clientes. ¡Rápido!
- la empujé hacía atrás bruscamente. Ella se me quedó mirando con el ceño fruncido y las mejillas ruborizadas.
- De acuerdo. Si lo haces bien, luego os daré un bonito regalo a ti y a tus amigas.
- ella sonrió complacida y desapareció rumbo a los vestíbulos.
-¿Qué piensas regalarles, Tom? No creo que pudieras tirarte a las veinte en una sola noche. - se burló Black a mis espaldas, mi único apoyo en aquel lugar repleto de cabezas rapadas.
Estábamos en territorio enemigo, en la boca del lobo. Y solos. Por ahora.
-Será un regalo mucho mejor, ya lo verás. Sabrán apreciarlo.
- sonreí. - No hay nadie más vengativo que las prostitutas del Floy.
- Estábamos cerca. Lo olía. Esa peste a cerdo que inundaba el lugar me guiaba fácilmente hasta el "Cerdo real" o lo que es lo mismo. El líder de esa manada que se creía algo
parecido a los nuevos nazis que traerían la destrucción eliminando a todas aquellas personas que no fueran consideradas de la raza Aria, es decir, matar a los humanos en
el matadero y dejar vivos a la jauría de cerdos. Personalmente, me importaban muy poco sus planes. Sólo me importaba que para hacerse dueños del mundo, yo estaba delante. Y de muy mala hostia, por cierto.
Y allí estaba el cabeza rapada real, rodeado de sus lechoncitos que nos observaron a Black y a mí con ojos temerarios. Suicidas.
El cabeza rapada se hacía llamar... ¿Cómo era?
-¡Hombre, Kaulitz! ¡Que agradable sorpresa! ¿Qué te trae por aquí, Capitán?
Ah, sí. Se hacía llamar el Fürher, aunque yo lo llamaba el Cerdito
con aires de grandeza que soñaba con aprender a volar. Sería un bonito título para una película de Disney. El tío era feo, calvo, enorme y lucía una perilla que me recordaba al negro del Equipo A.
-Ya sabes, asuntos de trabajo, Heil Hitler. - hice una vaga imitación del saludo nazi que le hizo reír. Uno de sus dientes se tambaleó en su boca. Caminé hacía él y me senté cómodamente a su lado, en el sofá. Black se quedó de pie, en silencio,
ignorando las miradas de desprecio que le dirigían los cabeza rapada.
Ya estaba acostumbrado a ello. Ser judío en Alemania seguía siendo algo difícil de sobrellevar.
-¿Dónde se había metido todo este tiempo, Capitán? Se le empezaba a echar en falta. - me habló, centrándose momentáneamente en mí. Yo ni siquiera le miré a los ojos. Su
aliento me molestaba.
-Pero bueno ¿No piensas invitarme aunque sea a una birra? Tu
hospitalidad deja mucho que desear.
- en realidad, no quería birra. Solo intentaba ganar un poco de tiempo a la espera de que todo el mundo menos los "Arios" salieran del club.
-¡Oh, perdona, perdona, hombre! Mira que soy estúpido. - pues sí. Enseguida tuve una cerveza y un cigarrillo ocupando mis labios. El lechoncito que me trajo la bebida me miró con mala cara. - ¿Y que le trae por aquí al gran Tom Kaulitz? ¿Piensa quizás disfrutar de los placeres de una de nuestras chicas o sólo ha venido a tomar un par de birras con su colega, el Fürher?
- ¿nuestras chicas? ¿Colega? No me descojonaba en su cara por hacer el paripé.
-Ninguna de las dos cosas. Vengo a arrancarte la polla y a recuperar mi club. - él intentó parecer tranquilo, pero sus lechones empezaron a inquietarse observando el puro que su líder se llevó a la boca, tan pancho. -Entiendo. Has venido a hablar de negocios.
-No. He venido a cortar cabezas y la tuya es la primera del menú.
-Por supuesto, Capitán, pero estoy seguro de que este malentendido se puede arreglar con una buena oferta. ¿Qué te parecen seis mil?
-¿Por el Club? Eso es lo que gano en dos meses por él. No me hagas reír.
-Está bien, está bien. ¿Qué te parecen diez mil?
-No lo veo claro.
-¿Quince mil? - sacudí la cabeza, fingiendo aburrimiento ante su insistencia. - Veinte mil y es mi última oferta.
-Pues si es tu última oferta, tienes un problema. - ante mi sorpresa, él volvió a reírse.
-¿En serio? ¿Qué me dices si incluyo en la oferta al príncipe del castillo de muñecas? - fruncí el ceño cuando los lechoncitos sonrieron tímidamente.
- Traedlo. - Black y yo cruzamos una
mirada de ligera sospecha y en cuanto de entre la muchedumbre de cabezas rapadas, entre risas, apareció él, atado, despeinado, desnudo decintura para arriba y con unas pintas muy poco saludables, tuvimos el mismo pensamiento.
Joder...
-¡De rodillas, principito! - el Príncipe, nuestro Príncipe, Aaron,
cayó al suelo de rodillas frente a mí. Estaba furioso, se sentía
impotente y humillado, rabioso, sólo con mirarle todas esas emociones me fueron transmitidas como si hubiera recibido una
descarga eléctrica. Me cabreé.
El Príncipe tenía el pelo rizado, castaño claro, casi rubio. Ojos
verdes, grandes y expresivos. Solía tener los labios siempre
fruncidos, muy carnosos y la cara era blanquita y sin rastro de
barba. El cuerpo no muy musculoso, pero lo suficiente como
para llamar la atención de cualquier chica. Nadie negaría nunca
que era realmente atractivo y guapo a los ojos de las mujeres o
también, a los ojos de hombres como Andy.
Le llamábamos Príncipe por sus aires de grandeza, se creía muy
superior a la escoria como nosotros y no le gustaba mezclarse
mucho con nuestra pandilla. Por eso, muchos le tenían tirria. Yo
no y menos ahora. Lo comprendía. Había nacido en el seno de
una familia adinerada y era normal que no se considerada de
los nuestros, aunque a veces pareciera realmente desesperado
por intentar ser como nosotros. Sus actos eran contradictorios,
pero tampoco es que me importaran gran cosa. Lo que me
importaba en ese momento era el mal aspecto que tenía,
encogido en el suelo con la cara pálida, el pecho morado casi
en su totalidad y los desgarrones que tenía sobre la piel.
Me sentí enfurecer y más cuando ví el Muñeco, producto de mi
mente enferma, pasearse por allí a sus anchas, andando
tranquilamente hasta el Príncipe, situándose a sus espaldas sin
apartar sus ojos de mí y reírse con esa asquerosa boca cosida
que tenía. Se reía y entendí enseguida por qué...
Aaron, el Príncipe, me recordaba demasiado a mi Muñeco
precioso, Bill.
-Vaya, vaya... - murmuré, agarrando el cigarrillo entre mis
dedos y soltando el humo tranquilamente por la boca. - ¿Cómo
te has podido dejar capturar, Príncipe? Mira que te lo advertí.
-¡Que te follen, Tom! - me gritó. Lo que decía, aires de
grandeza. Incluso su genio era parecido al de mi precioso
Muñeco. El Fürher se rió.
-Vaya, parece que tus camaradas no te tienen mucha estima,
Capitán. Dejémonos de negociaciones pacíficas. - el líder del
escuadrón Cerdos Neonazis Oing Oing se levantó del sofá y
anduvo tranquilamente hasta el Príncipe. Se sacó una navaja
bien grandecita de la chaqueta y se la puso en el cuello. Aaron
enmudeció, con los ojos muy abiertos cuando sintió el filo del
metal resbalar por su piel peligrosamente. Black dio un paso al
frente. Enseguida los cabezas rapadas se vieron armados hasta
los dientes contra mi "guardaespaldas", intimidándolo. Él dio un
paso atrás. - Este es el trato, Capitán. Si nos cedes el Floy, el
Príncipe saldrá de aquí con el cuerpo unido a la cabeza, ¿Qué te
parece? - le di una última calada al cigarrillo, con los ojos
entrecerrados.
-Una oferta no muy generosa por tu parte, pero yo tengo una
mejor.
-Cuéntame. - Me levanté del sofá, con las manos en los bolsillos
y el cigarrillo aún en la boca. Di dos pasos al frente, dirigiéndome hacía el líder. Él retrocedió instintivamente. No le iba a servir de nada.
-Este es mi trato. Tú sueltas al Príncipe, me devuelves el Floy,
sales cagando hostias de mi territorio y yo te dejaré con vida, a ti y a los tuyos. - Fürher se descolocó por completo. Todos lo hicieron, mirando de derecha a izquierda, hacía atrás,
vigilándolo todo, temiendo que alguien se les echara encima de
un momento a otro. Al no ver nada, el líder rompió a reír.
-¡¿Estás flipado?! ¡Se te ha ido la pinza, Capitán! - siguió
riéndose a carcajadas. Miré a Aaron unos segundos. Estaba muy
nervioso, sudaba, respiraba ansiosamente, temblaba. Tenía
miedo. Mucho miedo. Me recordó a Bill al principio, aquella vez cuando tembló de miedo bajo mi cuerpo, llorando, pensando que iba a forzarlo o a hacerle algo peor. No pude contenerme.
Fürher se atragantó cuando clavé la pierna en la profundidad
de su boca. Salió catapultado hacía atrás. La navaja cayó al suelo con un débil tintineo. Le agarré del cuello de la camiseta antes de que se estrellara contra el suelo y empujé su cara
hacía la mía.
-Escucha cerdito, esa era mi última oferta y no sólo la rechazas,
¿Sino que encima tengo que aguantar que te burles y tomes de rehén a mi Príncipe, eh? - lo acerqué lo suficiente a mi cara como para que el cigarrillo que llevaba en la boca impactara
contra su mejilla, ardiente. Él gritó y yo lo sacudí de nuevo. -
¿Estás de coña? Es un insulto que alguien como tú se haga llamar Hitler. ¡De acuerdo! Si tantas ganas le tienes, voy a enviarte con el mismísimo Führer en persona, cerdito. - tiré de
él sin soltarle del cuello de la camiseta, prácticamente
arrastrándolo por el suelo mientras se resistía en vano. Sus camaradas hicieron amago de tirárseme encima cuando, sin previo aviso, levanté al líder de los cerditos a base de tirones de su gordo y sudado cuello hacía arriba y lo empujé hacía atrás
haciendo un esfuerzo sobrehumano que me destrozó los músculos de los brazos. Salió volando por la ventana,
haciéndola añicos en el proceso. Tuvo suerte de que fuera sólo el primer piso. Salté fuera antes de que los demás me siguieran dispuestos a rebanarme el pescuezo y cuando todos salieron del club hechos una furia, se percataron de la encerrona.
Un cuarto de mis seguidores estaban allí, esperándoles. Se cerraron inmediatamente en círculo alrededor del líder de los cerditos que se retorcía en el suelo, con la boca ensangrentada y un par de dientes menos.
-¿Y ahora qué, cerdito? ¿Ves mi trato desde otra perspectiva?
- miró con los ojos muy abiertos a todas las personas que habían a su alrededor, temblando como una hoja. En primera fila, como siempre, estaban Andreas y Ricky. Sonreí y me tragué la carcajada cuando vi a Ricky con la motosierra eléctrica a cuestas que desde luego, era algo muy intimidante que le daba fama de carnicera.
Las chicas del club, a medio vestir, también estaban en primera fila, disfrutando al ver como los hombres que las habían tratado como auténticas putas se encontraban en grandes apuros en aquel instante.
-¡Joder, joder, joder, joder...! - gritó el patético Hitler, muerto de miedo.
-Sí, sí, sí, guárdate eso para el infierno... ¡Ricky! - ella se 0posicionó a mi lado con la motosierra a cuestas. La encendió. El ruido del motor y el movimiento de los dientes girando y
girando me dio un buen chute de adrenalina.
-¿Cómo lo quieres, Tom? ¿Primero las piernas y después los brazos o lo descuartizo entero, sin miramientos? - naturalmente, sólo era una broma. Una broma muy divertida.
-¡No, no! ¡No, no, no, no, no por favor, no! - no hubo persona de mi bando que no rompiera a reír.
-¿Cuánto me das? - grité sobre el rugido del motor de la motosierra.
-¡Veinte mil! - Ricky se la acercó a la cara un poco más. El Fürher empezó a sudar, se le saltaban las lágrimas. - ¡Treinta mil!
- mi carnicera particular dio un paso al frente con una sonrisa asesina que le pondría los pelos de punta a cualquiera. -
¡Cincuenta mil, cincuenta mil, no tengo más, lo juro, no me matéis! ¡Cincuenta mil! - suficiente.
-Ricky, ya. - ella sonrió de nuevo, más tranquila. Apagó la motosierra. - Eso está muy bien. Hay que aprender a compartir las cosas, cerdito, pero así no fue como conseguiste el Floy
¿Verdad? No hiciste negocio, entraste por la fuerza y lo tomaste por la fuerza aprovechándote de la situación y eso no está bien.
- alcé la cabeza y le di la espalda, dirigiéndole una mirada de advertencia a los supuestos "camaradas" del supuesto "Hitler"
que se habían quedado paralizados, mirando hacía otro lado mientras humillábamos a su líder como los cobardes que eran. -
Chicas... y chicos... - miré a las chicas del club de reojo. Distinguí entre ellas a aquella a la que le había prometido el regalo que tendría en ese momento. Luego miré a los miembros de mi
banda, heridos, con las marcas y cicatrices de la paliza a sangre fría que habían recibido por los Arios el día que tomaron el Floy, pillándolos desprevenidos por completo. Les sonreí. - Os toca cobrar por las consumiciones y las facturas del médico. Que lo disfrutéis. - las chicas sonrieron con pura maldad y mientras yo salía de entre la muchedumbre, oí los gritos del "Hitler" cuando las putas y mis colegas discapacitados se les echaron encima.
Pasé directamente de todo el jolgorio. Eso ya no era asunto mío.
Lo que hicieran con la carne fresca no me incumbía, pero por librar al Floy de semejante jauría calculaba que podría sacar unos tres mil euros.
Siempre pensando en el dinero, joder... me compraría un deportivo para hacer frente a la decepción... y a lo demás...
-¡Joder, puto negraco, que eso duele!
-No te quejes tanto, puto pijo, sino quieres que te deje caer y utilice tu culo blanquito de reposa botas. - seguí los gritos con la mirada hasta dar con Black y el Príncipe sentados en un
bordillo de la acera. Black intentaba cortar las cuerdas que aprisionaban a Aaron con los dientes apretados.
-¡Me cago en la puta! - de un golpe en la cabeza, el Príncipe se cayó de golpe -¡Estate quieto, coño, o vuelves a casa dando saltitos como una liebre!
-¿¡Pero por qué no tienes más cuidado!? ¡Tú tendrás cuerpo de
orangután, pero yo estoy herido! ¿¡O estás ciego!?
-¡Tom, el capullo este me está tocando los huevos! ¡¿A que lo reviento?! - me gritó el negro hecho una fiera.
-¡Vete a que la metan en la Meca, judío!
-¡Eso es de los musulmanes, picha floja!
-¡Pues vete a rezarle a Yahvé, negro de...! - Black se estaba cansando y mira que tenía paciencia con los niños.
En cuanto le desató las manos, se levantó de su lado y le dio un
guantazo en el lateral de la cara. El Príncipe quejica se sobó la cabeza apretando los dientes.
-Mierda...
-Deberías dar gracias. Ese negro podría haberte arrancado los cojones con una mano. - le respeté acuclillándome en frente suya. Aaron bajó la cabeza entonces, callándose como un muerto. - ¿Estás bien o qué? No me digas que ya te los han cortado dentro...
-¡No! - sacudió la cabeza. - Joder, llevo ahí encerrado un día entero. Ya podríais haber venido antes ¿No? Me han metido una jodida paliza.
-Ya me he dado cuenta. Ahora ve contándolo por ahí. Como fuiste el valiente que les hizo frente al ejército de los Arios mientras tus colegas se emborrachaban en casa del cabrón de
Tom. Hazlo, no me importa.
-No iba ha hacer eso. - se indignó y casi escupió de la rabia.
Estaba realmente dolido en el orgullo, por no hablar del dolor físico.
Me senté a su lado. Yo también tenía los músculos de los brazos agarrotados después del esfuerzo. Había sido demasiado tiempo sin moverme en absoluto como para coger 120 kilos de sopetón y tirarlos por una ventana. No tenía ni idea de cómo coño no me había dado un estirón o me había roto un hueso.
-¿Dónde has estado todo este tiempo? - preguntó.
-En Hamburgo, haciendo el vago. - de repente, me entraron auténticas ganas de hablar de Bill con él, decirle: mi hermano, al que me he estado tirando durante seis meses, se parece un montón a ti. Pero no dije nada. No era ni el momento ni el lugar... y nunca lo sería...
-Pensaba que no ibas a volver, que nos habías dejado tirados. -
el timbre de su voz me dio una sensación que me hizo pensar en la posibilidad de que sintiera pena por mi huida y eso, me recordó aún más a Bill.
-En realidad, pensaba hacerlo. - respondí con total indiferencia. El pasado ya no importaba, ¿No?
-¿¡En serio pensabas dejarnos tirados!? - Aaron se puso
histérico de repente. Una actitud bastante hipócrita por su parte después de todo lo que nos odiaba, o al menos, el asco que aparentaba sentir hacía nosotros.
-¿Desde cuando es un "nosotros" para ti, Príncipe? Pensaba que te importaba una mierda esta escoria de manada. - Cerró la boca unos momentos, quedándose pensativo. -Bueno... supongo que no todos son escoria.
-Claro. Ahora vas a decir que todos los son salvo yo.
-No. Tú eres el más mierda de todos, Tom. - me encantaban los huevos que se gastaba el chaval conmigo a sabiendas de que era capaz de arrancarle la lengua de un mordisco.
-¿Por qué mierdas estás aquí, Príncipe? ¿Por qué te quieres
mezclar con nosotros? - no le miré a la cara. Alcé la cabeza hacía el cielo y observé vagamente el resplandor de las estrellas en el firmamento, escuchando a la perfección como suspiraba.
-No lo sé. - yo sí lo sabía.
-Estás a punto de cruzar el límite. Frente a la línea de fuego, en la barrera. Si la cruzas, pasarás de ser una persona normal a ser una persona que odia personas y que probablemente, acabe haciendo daño a personas. Y cuando lo hagas, ya no serás una persona. Serás escoria, como yo y como todos los que me
rodean. ¿Sabes de lo que te estoy hablando? - cualquier persona no tendría ni idea de a que me refería, pero estaba seguro de que él si lo sabría. Una persona que está en el límite siempre lo sabe.
-Creo que sí.
-A algunas personas se les da a elegir en un momento determinado de su vida. El momento de decidir el camino y por suerte o por desgracia, sólo hay dos opciones. O arrastrarte
toda tu vida cumpliendo a rajatabla lo que los demás consideran correcto, o hundirte en la mierda cumpliendo con lo que tú mismo consideras correcto.
-Sí. Ya lo sé.
-Y no sabes que escoger.
-No...
-Tómate tu tiempo, no hay prisa.
-¿Por qué elegiste este camino, Tom? - entrecerré los ojos. No me esperaba esa pregunta.
-Bueno... no todo el mundo tiene la libertad de escoger y eso es algo que debes saber.
-Y supongo que tú no la tuviste.
-No lo sé. Simplemente no vi otra opción. - no me gustaba hablar del tema. Todo el mundo sabía cuales eran mis pecados, los grandes y los pequeños y no porque yo quisiera. Era repulsivo que una persona sintiera lastima por ti o temor solo por lo que creen que has hecho o has tenido que soportar. La compasión era vomitiva y la mayor patada que pudiera recibir en el orgullo. Y esa mierda era una de los puntos fuertes de mi Muñeco.
-¡Ey, Capitán! - Andreas se nos colgó del cuello, acaparando toda la atención con su hiperactivo grito. - Esta semana nos vamos reventar el club que acaban de abrir al otro lado de la ciudad, ¿Te apuntas?
-No. Ya tengo planes. - y estaba deseando llevarlos a cabo.
-¿Al otro lado de la ciudad? ¡Eso es un club de ambiente! - gritó
Aaron. Casi parecía escandalizado. Andreas le dirigió una mirada asesina.
-Andy, ¿Pretendías llevarme a club de maricones?
-¡No! No es un club de maricones, es un club... ¡Liberal!
-No pienso ir a un antro de esos ni loco.
-Pues el otro día no parecía importarte tanto. - puse los ojos en
blanco. El Príncipe me miró con los ojos como platos y Andreas se le quedó mirando con una ceja alzada, sin percatarse de lo mal que había sonado la frase que acababa de pronunciar.
Aaron sacudió la cabeza, aturdido.
-Joder, no sabía que también te fueran los tíos, Tom.
-No me van. El marica este que se hace ilusiones.
-¡Tío, que tú a mí no me vas! Con lo basto que eres pobre al que le tocara cargar con tu polla. Además... no soy marica. Se llama bisexual y consiste en extender las fronteras del amor libre de mujer a hombre a hombre a hombre y viceversa.
-Lo que dices no tiene sentido y sinceramente, me la sopla. He dicho que ya tengo planes.
-¿Sí? ¿Con quién, con Ricky? ¿O a cobrar favores a las putas del Floy por lo de hoy? - el Príncipe curvó una pequeña sonrisa. El cachondeo con el que Andy trataba a todo el mundo era
contagioso.
-¡No te importa una mierda!
-¡Claro que me importa! ¡Todo lo que tenga que ver contigo me importa, Tomi! - y de repente, me dio un beso en la mejilla. Me puse rígido y el Príncipe se separó de un salto, con una cara de asco solo comparable a la mía. ¡Joder con el puto marica como se me pegaba! ¡Le habría roto las piernas si no se hubiera esfumado volando en cuanto me baboseó la mejilla y me dio un asqueroso lametón con la lengua!
-¡Huye, marica, que te jodan bien en el club de ambiente antes de que yo te coja y te reviente!
-¡Te tomo la palabra, Tom! - sería maricón... él sí que no me recordaba a Bill para nada... mierda...
-Yo... yo creo que me voy ya. - murmuró Aaron, traumado y no me extrañaba. Me limpié la mejilla con el brazo, mortalmente asqueado. Puto Andreas... más le valía correr lejos y volver a esconderse en el armario sino quería que le taponara el culo
con cemento.
En el momento en el que me quedé solo, suspiré y volví a alzar la cabeza hacía el cielo. Recordé aquella conversación de hacía meses, en Navidad, en la azotea. Hacía menos frío que entonces.
Pronto estaríamos en verano. También había un gran jolgorio a mi izquierda, y aquello era un callejón situado frente a un maldito puticlub, no una azotea ambientada para dar sensación de romanticismo. Pero la diferencia que se hacía más notable
no era esa... La diferencia mas notable era que Bill no estaba allí.
Y no sabía que era peor. Saberlo porque el Muñeco que tenía a mi lado, riéndose de mí macabramente, me recordaba demasiadas cosas que prefería olvidar... o porque por algún
motivo muy jodido, quería que mi auténtico Muñeco, el de verdad, el que se vestía con ropa cara dándose aires de estrella de rock, estuviera conmigo en ese lugar putrefacto que era mi asquerosa vida de monstruo asesino.

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora