Capítulo 81

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-No entiendo por qué te lo has tomado tan a pecho, sinceramente. Sólo era una broma, Tom. Ha sido una gilipollez.

-Sí, tú lo has dicho. Una gilipollez. No me gustan las gilipolleces y más viniendo de ti. Te estás volviendo muy graciosillo ¿no?

-¡Pero si yo no he hecho nada, ha sido Ricky, te lo juro! Yo me he quedado quieto y tú le has dado mis pantalones a Scotty para que los mordiera. ¡Tengo el culo lleno de babas, mierda!

-Claro, el que gasta las bromas soy yo, no tú, así que ahora jódete.

-Eres un rencoroso.

-¡No! ¿En serio te lo parezco? – había vuelto a caer la noche después de un intensísimo día de calor abrasador, agua fresca en medio de un paisaje de en sueño y una compañía entretenida. Ahora, con la única iluminación de las luces del coche y la escasa que daba la luna, volvíamos a casa cansados y llenos de arena, deseando darnos una ducha decente. Tom conducía con porte sereno, pero era fácil detectar el sueño en él cada vez que acercaba la mano a la palanca de marchas. Le costaba trabajo incluso moverla. Yo estaba bastante animado, aunque perezoso, vigilando la carretera con la ventana abierta refrescándome la cara quemada, porque sí… me había quemado y parecía una patata asada.

-Una vez fui a un campamento de verano en Francia. Mamá me llevó para que me interaccionara y me divirtiera. Cuando volví no podía ni siquiera ponerme la camiseta de lo quemado que tenía el cuerpo. Fue horrible. Quemarte la piel en verano es asqueroso. – le dije.

-¿Me lo dices o me lo cuentas? ¿Te crees que yo nunca me he quemado? Pero a diferencia de ti he aprendido la lección y uso crema. Te lo avisé cuando llegamos pero no me hiciste caso, así que se siente. Será divertido cuando te entren los picores. – miré a Tom, que apoyó la cabeza sobre su puño cerrado, fatigado con la conducción. Oí un ronquido a mi espalda y me giré para vigilar a Scotty, tumbado a lo largo de los asientos traseros, durmiendo con el cinturón de seguridad para perros enganchado a su cuello.

-¿Quieres que conduzca yo? – Tom me miró de reojo, con una ceja alzada y se rió.

-¿Cuánto tiempo llevas sin conducir?

-Un año y medio, más o menos.

-¿Por qué?

-Porque… tuve un accidente.

-¿Y de quién fue la culpa? – me hundí en el asiento del copiloto, juntando los dedos, un poco incómodo.

-El tío se saltó un Stop.

-¿Seguro?

-Bueno, había una intersección y yo no vi la señal de no preferencia, el tío no vio la señal de Stop y chocamos. En los juzgados me echaron la culpa a mí, porque fue mi coche el que golpeó al suyo. ¡Pero no lo habría golpeado si no se hubiera puesto en medio!

-¡Qué bestia, Muñeco! ¿Te hiciste daño?

-Se me rompieron las gafas de sol por culpa del airbag y el cinturón casi me secciona el cuello. A parte de eso… ¡la tarta de cumpleaños de Natalie salió disparada y se estrelló contra la luna del coche! Fue un desastre.

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora