MUÑECO ENCADENADO (capitulo 35)

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Puede que yo fuera muy ingenuo, o que durante toda mi vida hubiera vivido en el país de los dulces, las casitas de muñecas y las nubes de algodón de azúcar, pero lo cierto es que nunca me hubiera imaginado Alemania como la estaba viendo en ese instante.
Atravesaba la carretera E49 a una velocidad de vértigo, dirección Leipzig. Estaba llegando a Halle, mi final de trayecto, sentado de copiloto en un todoterreno rojo fuego, y mi única visión del paisaje era la arena desierta propia de las películas del oeste. Lo cierto es que me había esperado un paisaje más verdoso, al menos con un árbol cada ciertos segundos de recorrido, pero llevaba más de una hora con la vista clavada en la ventanilla, y no había visto todavía ni un remoto espacio de hierba fresca, ni indicios de vida.
Empezaba a preocuparme. ¿Qué haría cuando bajara del coche? ¿A dónde iría si todo estaba tan desierto? No podía entretenerme en un restaurante en un pueblo de Leipzig por dos razones. Primera... no dejarían entrar a Scotty. Segunda... no podía gastarme el dinero en lujos.
Joder... ahora me arrepentía muchísimo de haberme gastado tanto dinero en ropa cara pudiendo utilizar ropa normal. De rebajas o algo así, porque de mercadillo... ya era pasarse ¿no? Pero ahora que prácticamente era pobre hasta que encontrara algún trabajo y algún lugar donde dormir, sólo podría comprar ropa de mercadillo.
Suspiré. ¡No me jodas, Bill! ¿Cómo se te ocurre ponerte a pensar en ropa ahora?

-Estamos a punto de llegar. ¿Dónde quieres que te deje, guapo? - me preguntó ella, la preciosa mujer rubia de poco más de treinta años que había tenido la amabilidad de detenerse en la carretera para recogerme cuando hacía autostop.

-Oh, pues... - pensé con rapidez. Para avanzar hasta Nümberg aún me quedaba un buen camino. Tendría que volver a hacer autostop, ¿Y cuál sería el lugar adecuado para hacer autostop y comprar algo de comida? - ¿Podría dejarme en una gasolinera? - la mujer asintió con una sonrisa de escándalo. Giró la cara hacia mí y mi rostro quedó reflejado en las enormes gafas de sol que llevaba puestas.

-Por supuesto, encanto. - se apartó las gafas de la cara y me guiñó un ojo. Oh... vaya. ¿Era eso una mujer desesperada? No creo que nos lleváramos bien con más diez años de diferencia por muy guapa que fuera, además... creo que acabaría intentando conquistar a su hermano pequeño de diecisiete años, así que no, definitivamente no era una buena idea.

-Ah, allí. - le señalé una gasolinera que se divisaba cerca y ella derrapó bruscamente con el todoterreno en dirección a ella. Yo me tambaleé en el asiento delantero y desde atrás, gruñendo rudamente, oí los ladridos de Scotty, nervioso, atado fuertemente a uno de los asientos traseros. ¡No podía dejarlo suelto por un coche que no era mío! El pobre estaría asustado después de dos horas de viaje, pero ya quedaba poco.
Mi acompañante se detuvo en la gasolinera, frenando con brusquedad.

-Fin de trayecto. ¿Necesitas algo más, cariño? No me gustaría tener que dejar a un hombrecito tan mono como tú solo en este lugar tan infernal. ¿No quieres nada más? - la mujer se me acercó de repente, en cuanto detuvo el coche, inclinándose bruscamente sobre mí con unos labios tan hinchados pintados de un rojo carmín tan llamativo, que me pregunté si serían suyos o estarían rellenos de silicona.

-Eh... no, gracias. Ha sido muy amable, no necesito nada más. - ella movió los labios de una manera que pretendía ser sugerente, pero que desgraciadamente, a mí no me sugería nada, y no porque no me gustaran las chicas, si no porque... las prefería más jóvenes, más... de mi edad.

-¿Seguro que no? Necesitarás un lugar dónde pasar la noche. ¿Quieres que te lleve hasta un hotel cercano? ¿Que te dé la dirección de un hostal? - noté, tragando saliva, como una de sus manos se apoyaba con confianza sobre mi pierna, subiendo provocativamente hacia arriba. - O... puedes venirte a mi casa. Yo cuidaré bien de ti. - Cuando sentí su mano empezando a restregarse descaradamente contra mi entrepierna, y como con la otra empezaba a acariciarme el pecho, no pude hacer más que abrir la puerta del coche de golpe, pegando un salto y saliendo apresuradamente del vehículo, casi cayéndome al suelo. Sentía mi cara arder de vergüenza por el espectáculo.

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora