Capítulo 46

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By Bill. 

Hoy, a las siete de la mañana, en los barrios bajos de Stuttgart, un muchacho de apenas veinte años ha sido encontrado congelado a las puertas de su propia casa. Se calcula que la hora de su muerte fue sobre las tres y media de la mañana. La policía está investigando las causas de este extraño siniestro. Ni siquiera se sabe cuál es la identidad del joven todavía. Su hermano, cuyos antecedentes son preocupantes, acusado más de veinte veces por delitos en los que se encuentran la delincuencia juvenil, agresiones varias y amenazas, se niega a responder ante un tribunal…

Esas serían las noticias del día siguiente o, mejor dicho, las noticias de ese mismo día un par de horas más tarde. No sabía qué hora era. Mi móvil estaba dentro de la casa de la que Tom me había echado hacía por lo menos dos horas y después de dejar de llorar con todo el esfuerzo del que fui capaz, me acurruqué a un lado de la puerta, con las manos escondidas dentro de la camiseta y la cabeza entre las piernas. Todo estaba muy oscuro. La mayoría de las farolas no funcionaban. Una parpadeaba intensamente y me aparté de la molesta luz que me iluminaba parte del cuerpo. Sus simples fogonazos golpeándome la cara me asustaban, me hacían ver sombras que no existían al otro lado de la calle, acercándose con una lentitud que ¡Anda, si cualquiera diría que no se movían! Y no lo hacían… el miedo me provocaba alucinaciones, lo sabía, pero por más que intentaba convencerme de ello, no conseguía controlar la sensación de pánico. 

Me encontraba demasiado aterrorizado como para pensar en Tom y en el frío que tenía y estaba seguro de que el muy cabrón estaba despierto, porque las luces del salón estaban encendidas y mi perro no dejaba de ladrar entre sollozos, desesperado. Me tapé las orejas con las manos. Oía ruidos por todas partes, ruiditos extraños. Una rata royendo una fruta podrida en los contenedores de basura destrozados y derrumbados sobre el suelo pegajoso y mal oliente a apenas diez pasos de mí. Los maullidos de un gato, los grititos agudos de una niña en algún lugar cercano, el susurro del aire azotando algún árbol más que muerto, con el tronco repleto de cicatrices de navajazos, tatuados en su corteza nombres desconocidos, el balanceo, metal oxidado contra metal oxidado, rozándose en un baile tenebroso provocando agudos chirridos. El castañeo de mis propios dientes… 

Esa escena… yo, derrumbado en la puerta de una casa, con las manos en los oídos, intentando escapar de la realidad que me estaba tocando vivir, de extraños ruidos… de gritos acusadores… 

Quizás Stuttgart no era tan diferente a Hamburgo después de todo. Quizás Tom no fuera tan diferente de Frank, Fer y Adrian después de todo.


Por fin, mamá se había ido a trabajar. Era un día memorable para mí. Después de semanas, por fin, ¡Por fin se había separado de mí por veinticuatro horas! Me había dejado solo. 

Bueno… casi solo. 

Georg se había quedado dormido en el sofá del salón. Tenía el mando de la tele en la mano y los ojos cerrados, la boca semiabierta. Roncaba muy débilmente, como solía hacer Tom de vez en cuando. Tan débil que apenas se le oía y ni siquiera resultaba molesto para la persona que durmiera a su lado. Tom no roncaba, respiraba con mucha fuerza y en ocasiones, un pequeño ronquido emanaba de su boca. Solo en ocasiones. Solo cuando dormía relajado, tranquilo. Recordaba perfectamente cómo los primeros días que pasó en mi casa, las primeras semanas, dormía de una manera casi antinatural. Mantenía los ojos cerrados, pero su pecho apenas se movía y de él no salía ni el más mínimo suspiro. Parecía contener el aliento, alerta, como si pensara que de repente alguien se le echaría encima para morderle y, de hecho, cuando yo alzaba la mano dispuesto a tocarle para cerciorarme de que estaba vivo, él me agarraba el brazo sobresaltado antes incluso de que mis dedos le rozaran el cuerpo, me miraba con los ojos muy abiertos, asustándome y me clavaba las escasas uñas en el brazo. Yo me quejaba. 

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora