Capítulo 27

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By Bill.
-Hola... - Georg se me quedó mirando con ojos de padre cuyo
hijo ha vuelto de la guerra y se presenta en casa después de
meses y meses dándolo por perdido. Los ojos se le encendieron e hizo amago de echárseme encima de la emoción para abrazarme entre sus enormes brazos de Sansón cuando yo alcé una mano y lo detuve súbitamente. Suspiré. - Lo siento mucho,
¿Vale? Tenéis que reconocer que vosotros fuisteis una cabrones
por no decirme lo de Natalie, igual que yo reconozco que soy
un hijo de puta por no dirigiros la palabra en dos meses, pero...
¡Joder, estaba demasiado ocupado revolcándome en mi propia
mierda como para recibir más presiones! Sé que no es excusa,
pero en fin... lo hecho, hecho está. Vosotros me hicisteis daño
con lo de Natalie teniéndome engañado durante un año y yo os
tengo preocupados a vosotros y no os dirijo la palabra en unos meses. Creo que es equivalente. ¿Me perdonáis y yo os perdono a vosotros? - bajé una cuarta la voz con la última frase,
esperando una respuesta con los ojos cerrados y mordiéndome el labio.
-Bill... - le oí suspirar con resignación. - Te echaba de menos, maldito saco de huesos... - en ese momento sentí un nudo en la garganta y estuve a punto de ponerme a llorar de la alegría.
Abrí los ojos y le sonreí, dando el paso para darle un abrazo a mi hermano mayor de no sangre cuando un grito me descolocó.
-¡Georg! - los dos nos giramos de golpe. Gustav estaba de
brazos cruzados, con un cigarrillo en la boca, mirándonos con el ceño fruncido.
-Gus...
-Cállate. - me soltó, tajante. Estaba en pijama o eso creo, con pantalones cortos y sudadera gris, descalzo. Georg también estaba en pijama, eso me hizo sospechar cosas bastante
improbables y... guarras...
Desde luego, asomarme a la acera de en frente me había dejado trastornado.
-¿Interrumpo algo? - pregunté.
-¡No, claro que no! ¡Pasa, pasa! - Georg estaba emocionado de
tenerme allí, se le notaba y yo también lo estaba, debía
reconocerlo. Gustav... no tanto. - ¡Estábamos viendo una peli,
hablando de ti, joder, que casualidad! ¡Piratas del Caribe! A ti te
gustaba Piratas del Caribe, ¿Verdad? La están echando por la
tele por cable y las pizzas deben estar a punto de llegar... ¡Pasa
de una vez, joder! - creo que sentí como se me descolocaban
los huesos de la columna con sus fuertes azotes en la espalda.
-¡Georg! ¿Estás tonto? ¿En qué habíamos quedado? - le gritó
Gus. Georg se quedó repentinamente mudo. Pestañeé un poco,
incómodo.
-Ah... eso... - el entusiasmo de Georg se esfumó. - Lo siento, Bill,
pero no puedes quedarte. - lo miré perplejo. - No me mires así
¡Es cosa de Gustav! - desvié la mirada a Gus, que seguía serio,
muy cabreado. No pude evitar sentirme herido cuando descubrí
que no era bienvenido allí. -Vale... supongo que lo entiendo...
-¿Qué lo entiendes? Yo creo que no. - Mierda. Pues para no
quererme allí, tuve la sensación de que me iba a quedar un
buen rato hasta que Gustav terminara de echarme el sermón.
Me adentré en el salón-comedor y prácticamente obligado, me
senté en una de las sillas que rodeaban la mesa. Gustav se
sentó al otro lado y Georg se quedó de pie, junto a él. Aquello
me puso el vello de punta. Era igual que someterse a un
interrogatorio.
-Estoy muy cabreado contigo, Bill. -empezó.
-Ya lo veo, pero ya me he disculpado. Lo que le he dicho a
Georg iba para los dos.
-No me refiero a que hallas estado dos meses sin hablarnos. -
entonces tuve auténticas ganas de tirarme por una ventana.
Miré a Georg, que frunció el ceño de repente. Apretó los puños
con rabia.
-Por favor, no quiero hablar de él...
-Has tenido dos meses bien largos para reprimirte y aceptarlo
¿No?
-¿A que mierda viene esto? Es algo que pasó y se acabó. Tom...
- sentí un nudo en la garganta al pronunciar su nombre y tuve
que coger aire varias veces para poder seguir hablando. - Tom
es el pasado. - no pude evitar bajar la mirada hacía el suelo al
murmurarlo. Ellos guardaron silencio unos segundos,
esperando.
-Necesito saber los errores del pasado para cuidarme de ellos
en el futuro. - insistió Gus. Lo miré con auténtica rabia. ¿Por qué
coño no podían dejar las cosas como estaban? Por eso había tardado tanto en buscarles para volver a dejar las cosas como
antes. Debía haber sabido que no me entenderían antes de
venir. - Sé que estás mal. Sé que tienes una...
-Depresión.
-¡Sí! ¡Lo sé, pero no pienso dejarlo correr, Bill! Te lo advertí una
vez y tú pasaste de mí como de la mierda. En aquel momento
pensé, ya se le pasará, pero esto ha ido demasiado lejos.
-¿Y qué? Ya ha acabado.
-No para ti. - me quedé petrificado. Eso... había dolido. Y había
dolido porque era verdad.
De repente, Georg di un brinco y pegó un golpe sobre la mesa,
seco y rápido, mirándome con expresión repleta de
preocupación y rencor.
-¿Por qué Tom? ¡No tiene sentido! Es... ¡Es tu hermano! ¡Se
supone que todo debería haber sido como tú mismo lo ideaste,
ser inseparables, contaros vuestra vida y recuperar el tiempo
perdido en cosas...! ¡No sé joder! ¡Cosas de hermanos! Eso era lo
que tú querías Bill. ¿Por qué no ha sido así? - me dolía el pecho.
Se me hinchaban los ojos y sentí otra vez como me subía el
bullicio de tristeza y se me atrancaba en la garganta,
presionando para salir.
-No lo sé...
-Bill... tú lo consentías. Lo hubiera entendido si fuera otra
situación, joder, como que fueras menor y no fueras
plenamente consciente de lo que hacías, ¡Pero es que no eres
un crío! Sabías muy bien a lo que te enfrentabas desde el
principio. Entiendo lo de la primera noche, que os acostarais
juntos sin saber quienes erais. Hasta ahí puedo medio entenderlo, pero luego... os hicisteis tan descarados que la
universidad no habla de otra cosa. Todo el mundo sabe de
vuestra relación y es un milagro que ni tu madre ni Gordon se
hallan enterado de nada todavía. - Gus se puso rojo. Estaba
muy alterado. - y Tom... no entiendo como fue capaz de... está
claro que todo esto fue cosa suya. Tú nunca hubieras hecho
algo así, lo sé. ¡Nunca se te hubiera ocurrido tirarte a tu propio
hermano, coño!
-Eso no es justo para Tom... - murmuré. Era estúpido intentar
defenderlo, lo sabía, pero eso no quitaba que tuviera razón.
-¿¡Justo!? - gritó Georg de repente. - ¡¿Acaso es justo que
mientras tú estés cargando con todas las consecuencias solo, él
esté disfrutando de la vida en su puta Stuttgart?! ¡Tiene suerte
de haberse pirado antes de que me enterara de toda esta
mierda, porque le hubiera roto las piernas! ¡Y aún tengo ganas
de hacerlo! ¡Cómo vuelva a ver a ese hijo de puta, lo mato! -
cerré los ojos, apretándolos con fuerza. No quería oír más por
mucha razón que tuvieran.
-El caso es que tú estás en un lío de cojones, Bill. Y si alguien se
entera de que Tom es tu hermano o tu madre se entera de que
él y tú follabais como conejos, tu vida se vendrá abajo y ese es
un peso que vas a tener que cargar tú solo el resto de tus días.
-Vale...
-¿Vale qué? ¿Me has oído, Bill? Joder, esto es serio y parece que
nos importa a nosotros más que a ti.
-No lo siento... - aquello me salió del alma.
-¿Qué? - murmuró Gus. Me levanté de la silla con los nervios a
flor de piel y las lágrimas resplandeciendo en mis ojos, aguantándose, sin ser derramadas, aunque ganas no me
faltaban.
-¡No lo siento! ¡No tengo la culpa de haberme enamorado de la
persona equivocada, joder! ¿¡Por qué sabéis qué!? ¡No sólo me
follaba y a mí me gustaba! ¡Es que le quiero! - abrieron los ojos
como platos, boquiabiertos ante mi confesión. Me desplomé en
la silla, cayendo a peso muerto, con las manos en la cara,
temblando de rabia y dolor. Maldita sea, ¿Por qué todo el
mundo se empeñaba en profundizar en la herida, abriéndola
cada vez más? ¿No se daban cuenta de que la muy zorra no
tardaría en desangrarme por completo? ¡Me estaba muriendo
por dentro! - Le quiero... le quiero... - sollocé.
El silencio impoluto tomó el lugar como si fuera el dueño
absoluto.
-Me... me he fugado... de casa... ¿Puedo quedarme... aquí? - vi
en los dos la preocupación y la confusión reflejadas en sus ojos,
pero no dijeron nada. Al menos de momento, preferían dejar
que el ambiente se tranquilizara. Que yo me tranquilizara.
-Claro, Bill... claro...
Gustav se había mudado a casa de Georg temporalmente. El
apartamento de Gus estaba demasiado alejado de la
universidad y su coche había sufrido un ligero "accidente". Se lo
habían robado por despistado, así que no tenía forma de ir a la
uni todos los días. La parada de autobús más cercana estaba a
más de un kilómetro de su casa y había decidido que sería un
buen momento para independizarse de una vez. Georg, como
siempre, estaba encantado de poder ayudar, aunque al
principio siempre pusiera pegas. Además, sé que se sentía algo
solo lejos de su familia en aquel piso enano.
Así que los dos acabamos emperchados en casa del grandullón
"temporalmente". Estaba un poco preocupado por mamá. La había dejado
llorando, sola en casa y no le había dicho siquiera a dónde iba.
Bueno, en realidad sí se lo había dicho. A que algún tío me
follara, y recordar la escenita que había montado me preocupó
más todavía. ¿No había sido demasiado burro insinuándole que
era maricón? Hum... demasiado es poco...
Pasamos la noche tirados en el sofá, bebiendo cerveza y sin
decir nada interesante. El ambiente estaba tenso, y no era para
menos.
-Tíos... - les llamé. Le di un sorbo a la botella de cerveza y volví
a encogerme en el sofá. - No hace falta que os quedéis callados
como muertos por mí. No voy a ponerme a llorar porque habléis
de lo buena que está Keira Knightley en la peli o de cualquier
otra tía. Tampoco me va a importar mucho que os pongáis una
peli porno delante mía. No seáis burros, que me halla acostado
con un tío no significa que os tengáis que cortar por que yo
tenga otras... tendencias. - los dos se miraron con una ceja
alzada, pensativos. Supe que habían estado hablando de mí
entre los dos y capté la confusión que les suponía mi
comportamiento. Ahora no tenían muy claro mis preferencias
sexuales.
-Bueno... es que... no sé que eres exactamente y no te ofendas.
- me encogí de hombros. Georg parecía incomodo hablando del
tema. Gustav se hacía el interesante, sentado en el suelo con la
espalda recostada en la parte baja del sofá. Parecía pasar del
tema, pero sabía que no lo hacía. Era posible que a esas alturas
le diera lo mismo. Había tenido mucho tiempo para hacerse a la
idea de que seguramente, para mí supondría un gran dilema
tener que elegir entre un tío fibroso, guapo y potente y una
chica preciosa, de curvas prominentes, delicada y dulce como
una flor recién florecida.
Le di otro trago a la cerveza.
-Estuviste un año entero con la tía más buenorra del instituto. Y ahora resulta que te has estado acostando otro tanto con un tío,
con todas las de la ley, con su polla y todo... ¡No lo entiendo! -
me reí. Georg se escandalizaba con tanta facilidad.
-Si te sirve de consuelo, yo tampoco me lo esperaba. - admití. -
surgió, sin más. Me dejé llevar...
-Pero... ¿A ti te gusta eso?
-¿El qué?
-Que un tío... te dé por detrás. Que te toque... ¡Yo que sé, lo que
hacen los maricones! - joder, no podía, ¡No podía! Me iba a
acabar descojonando en su cara.
-¡Si no me gustara nunca lo habría hecho!
-Entonces... te gusta. - dejé la cabeza recostada sobre el sofá,
girando la cara para mirarlo fijamente.
-Me encanta. - le susurré.
-¡Joder, eres un puto maricón! - me empecé a descojonar de la
risa, encogiendo el cuerpo a causa de las carcajadas.
-¡Georg, coño! - le gritó Gus. Se lo había tomado él peor que yo.
Sabía que Georg no lo decía con maldad.
-¡No, no, no, no, espera, es que es buenísimo! O sea, que si me
quito la camiseta delante de ti, es como si una tía buena me
dejara verle las tetas.
-¡No, no, por favor! ¡No compares! ¡Si tuviera que elegir entre tú
y una tía buena, elegiría la tía!
-¡Entonces no eres maricón!
-¡Si lo soy, en parte! ¡Pero aunque fuera maricón por completo
eso no querría decir que me gustaran todos los tíos que se me
pusieran delante!
-Es decir, yo no soy tu tipo.
-Exacto. - Georg suspiró, más relajado.
-Pues me quitas un peso de encima. - vi como los hombros de
Gustav mantenían la tensión como si fueran una barra de
hierro.
-Tú tampoco eres mi tipo, Gus. - y como si fuera eso lo que
estaba esperando que dijera, sus hombros quedaron flácidos y
libres de tensión en ese momento. Su rostro se suavizó. - Así
que teníais miedo de que me gustarais...
-Puestos a sincerarnos, sí. Estaba acojonado. - Gus asintió con
la cabeza lentamente.
-Pues vaya una mierda de amigos. - el silencio volvió a
adueñarse del lugar, pero esta vez se trataba de un silencio
cómodo y tranquilo, relajado. Fuera tensiones. Me centré en la
película. Era el momento en el que Jack Sparrow y Elizabeth se
besaban en el barco y ella le esposaba al mástil para que se lo
comiera el Cracket y poder escapar con vida junto al resto de la
tripulación y su Will, Orlando Bloom.
Hum... la astucia con la que Elizabeth manejó a Jack y como él
se burlaba de ella incluso al darse cuenta de que lo había
utilizado para escapar, empujándolo hacía su fin me recordó
inevitablemente a Tom y a mí.
Por mucho que hubiera intentado manejarlo procurando
emplear la astucia y mis sentimientos en su contra, intentando ablandarlo, él siempre había estado a un paso por delante de
mí. Se había burlado de mí y de su propio fin, sonriendo, como
Jack en ese momento de la película. Era curioso... Jack siempre
se mostraba espabilado, listo, bastante sagaz, con comentarios
inteligentes, despreocupado por completo, temerario, pero
siempre con la preferencia de la huida a la lucha. Cuando vi la
primera película, pensé que entre él y Elizabeth surgiría algo.
Me sentí decepcionado en ese sentido cuando vi la tercera
parte. En mi opinión, Elizabeth congeniaba mucho mejor con
Jack que con Will y aunque acabara con él, siempre he pensado
que sentía algo bastante fuerte por Jack. Había sido un error
elegir a Will. Él nunca le daría las espeluznante y asombrosas
aventuras que viviría con Jack.
¿Y Jack? ¿Estaría contento con el hecho de que Will se hubiera
quedado con la chica? Era un mujeriego sinvergüenza, pero... ¿Y
si de verdad amaba a Elizabeth? ¿Cuáles serían los auténticos
sentimientos de Jack hacía ella? ¿Por qué la había dejado
entonces con Will y se había largado? ¿De verdad no la quería...
o era una pura fachada para protegerla de sus enemigos?
Apreté los puños, con el recuerdo de Tom apropiándose de mis
sentimientos y de mi imaginación.
-¿A quién elegiríais? - preguntó Georg de repente, con los ojos
entrecerrados y una mueca torcida en la boca, desganado. - ¿A
Orlando Bloom o a Keira Knightley? - ese Orlando Bloom iba
por mí. - Yo a Keira, claro.
-Yo también. - le secundó Gus enseguida.
-Yo elegiría a Jack. - los dos me miraron de reojo, pero no
dijeron nada.
By Tom.
Supongo que si alguien que me conociera me viera con un
ramo de flores multicolores encima, llevándolo en brazos como
si se tratara de un bebé, mi reputación caería en picado.
Alguien como Andreas se burlaría de mí y me lo estaría
restregando por la cara las próximas dos semanas.
Pero la verdad, no me importaba. Nunca me había importado
mi reputación, al menos, no como para estar constantemente
reprimiendo mis acciones y amistades por temor a lo que se
dijera. De ser así, nunca tendría como amigo cercano a Andy, ni
al Príncipe. Y nunca me habría acostado con Bill.
Subí por las escaleras de mármol del Hospital General de
Stuttgart, con el molesto olor de las flores pegado a la nariz,
haciéndome estornudar. Era la tercera planta, habitación 303.
Hacía mucho tiempo que no iba, pero suponía que no habría
cambiado de su lujosa habitación a una más cutre solo por
placer. Aunque fuera así, tampoco me molestaría.
Y, tal y como supuse cuando entré en la habitación, ahí estaba
ella.
La habitación era de las que tenían una mejor ventilación e
iluminación de todo el hospital. En ese momento, la ventana
estaba abierta y el aire le acariciaba el pelo rubio anaranjado
con una caricia suave. Ella miraba absorta a través de la
ventana desde la camilla. Ni siquiera se había dado cuenta de
que yo acababa de llegar.
Había menos aparatos conectados a su cuerpo que de
costumbre.
Toqué a la puerta con los nudillos. Ella giró la cabeza, la única
parte del cuerpo que podía mover por voluntad propia.
-¿Se puede? - vi como su cara pálida y pecosa se iluminaba al
verme.
-Tom, hijo... - sonreí. Sus ojos empezaron a acristalarse,
deshaciéndose en lágrimas silenciosas. Me acerqué, soltando el ramo de flores sobre el jarrón vacío que había sobre la mesilla
de noche y le di un pequeño y breve abrazo.
-Cuanto tiempo, Helem. - ella no fue capaz de devolverme el
abrazo, claro. Desventajas de ser tetrapléjica.
-Sí. Cuanto tiempo, mi niño. Demasiado tiempo. - me separé de
ella y la dejé recostada de nuevo en la camilla. Cogí una de las
dos sillas y me senté frente a frente.
-Lo siento. Estaba en Hamburgo.
-Lo sé, corazón. En realidad, pensaba que te habrías olvidado
de mi y que no volverías. No me extrañaría nada.
-La verdad es que estuve a punto de hacerlo, Hel. - cogí uno de
los pañuelos del cajón de la mesilla y le limpié las lágrimas con
cuidado.
-¿Y por qué no lo hiciste?
-Es muy largo de contar. Además... si te lo contara no querrías
que volviera a visitarte nunca más.
-Que tontería. Tú siempre serás bienvenido. Eres el único que
se acuerda de mí. - y era cierto. La persona que tendría que
estar con ella era mi padre, no yo. Quién tendría que pagar sus
cuidados y la camilla del hospital era él y no yo. Quien debería
visitarla al menos una vez a la semana era él, no yo. Por algo era
su esposa y yo, su hijastro. Pero eso a él no le importaba. Ya
había obtenido lo que quería de ella y ahora ponía la excusa de
que no tenía dinero para pagar su estancia y sus cuidados y
menos, tiempo para verla con el trabajo, exactamente lo mismo
que había hecho conmigo durante la infancia.
No me importaba, ya no. Pero a Helem sí. - Cuéntame, ¿Cómo es Hamburgo? ¿Sabes qué? Yo crecí en un pueblo de
Hamburgo.
-¿Sí? - ¿Por qué no me extrañaba? Me veía incapaz de situar a
Helem en Stuttgart, a no ser que fuera en los barrios pijos y los
medianos. Ella era tan dulce que no podía ser de otra forma. Se
habría corrompido en esta mierda de ciudad de haber crecido
aquí.
-Sí. Una vez fui a Hamburgo, a la capital y me perdí. Es tan
grande... pero seguro que tú te has sabido defender bien.
-Sí, bueno... no es tan grande como parece y tampoco es que
me la halla recorrido entera. Todo es tan... diferente a
Stuttgart.
-Es como vivir en otro mundo, ¿Verdad?
-Algo así.
-Y te ha gustado.
-Sí, mucho.
-¿Y por qué no te has quedado? - me quedé callado. Todo se
sumió en un repentino silencio.
-No es mi lugar.
-¿Acaso tu lugar es ésta miseria?
-No vivo en la miseria, Helem.
-No estás conforme con lo que tienes y no es para menos. -Estoy bien. Si viviera en la mierda ¿Crees que podría pagar
esto? - mi tono sonó demasiado brusco. Ella frunció el ceño
levemente.
-No necesito que me pagues todo esto, corazón.
-Sí que lo necesitas, Hel. Yo no puedo cuidarte.
-Ni quiero que lo hagas.
-Mi viejo tampoco puede. - hubiera sido mejor decir que él no
quería cuidarla, pero tampoco quería hacerla sentir mal. O al
menos, no peor de lo que ya estaba.
-No quiero que me cuidéis, no quiero ser una carga para
ninguno.
-Pero te lo debo. - suspiré. Ella negó con la cabeza lentamente.
-¿Cuándo aprenderás a diferenciar las acciones que se hacen
por interés y las que se hacen desinteresadamente? Yo te
aparté del camión por que quise, no porque quisiera que tú me
pagaras un futuro en una camilla de hospital. - me puse tenso,
recordando el momento en el que crucé la carretera sin mirar,
corriendo detrás del balón de baloncesto con el que jugaba
solo. El instante en el que el camión se me iba a echar encima y
tocó el claxón.
Podría haberme apartado de su trayectoria yo solo. Podría
haberlo hecho. Pero no quería hacerlo porque no me importaba
que me aplastara y me convirtiera en una mancha oscura en el
asfalto. Es más, quería que lo hiciera por motivos que nunca he
alcanzado a conocer. Simplemente, quería...
Y Helem me apartó y ella, que no quería, fue aplastada por mí.
Cuando la vi en un primer momento, rota en el suelo,
desangrándose, no reaccioné. Todo el mundo gritaba y se ponía histérico, pero yo... cogí mi balón de baloncesto, la miré
una última vez allí, tirada, y me fui a jugar solo otra vez.
De todas formas, nadie se acordó de mí hasta que volví a casa
con la sudadera ensangrentada al día siguiente. Y tampoco es
que a mí me importara una puta mierda que nadie preguntara
dónde había estado toda la noche, solo, en la calle, con 11
años.
-¿Cómo eran ellos? - cambió radicalmente de tema, notando mi
comedura de cabeza.
-¿Ellos?
-Tu familia. Tu madre y tu hermano. ¿Cómo son? ¿Tan pijos
repugnantes como creías? - sonreí, recordando la última
conversación que tuve con ella antes de irme.
-No. Son mucho peor. Todos los de allí lo son. Tan pijos, tan
superficiales... me hace gracia. Es una guerra silenciosa entre los
pijos y los que se creen más pijos todavía. Tuve que cerrar un
par de bocas a puñetazo limpio. Son tan arrogantes. A una
chica incluso la rapé al cero.
-Tom, por dios...
-Se lo merecía, Hel. De verdad. Soy un justiciero. - a ella no le
quedó más remedio que suspirar, resignada.
-¿Cómo es tu madre? ¿Se ha portado bien contigo? - puse los
ojos en blanco unos segundos, mentalizándome, intentando
llegar a una conclusión en mi cerebro para clasificar su actitud.
Decidí que lo mejor sería adornar las explicaciones para
ahorrarme otras cuantas.
-Es... buena. - solté, a secas. Helem alzó una ceja. -No te gusta. - me encogí de hombros. - ¿Por qué? ¿Te trató
mal, acaso?
-Bueno... no. Simplemente es severa. Solo es... - tragué saliva -
Una madre que se preocupa por su... hijo.
-Y aún así, no te gusta.
-Al principio, sí... - Helem asintió con la cabeza, dando por
finalizado el tema de mi madre de manera repentina. Quizás
fuera porque veía en mi cara lo poca gracia que me hacía
hablar de ella.
-¿Y tu hermano? ¿Cómo es? ¿Se parece mucho a ti? - y fue
entonces cuando me hundió en una tensión plena, letal, casi
sádica. Desvié la mirada hacía la pared de en frente, pensando
o más bien, buscando algo que pensar. Buscando las palabras
adecuadas para describir a mi Muñeco, pero era tan difícil...
jodido Bill...
-Él... es... - hablar de él era incluso más difícil que hablar de
Simone. - Es... - bufé. No encontraba las palabras exactas para
definir algo tan irrealista, tan abstracto. Tan de otro mundo
como era él y empecé a perder la paciencia, comenzando a
sulfurarme. Sacudí la cabeza varias veces.
-¿Tom? - insistió ella, observándome con curiosidad.
-Él es... el peor de todos, Hel. - consiguió salirme al fin un
borbotón de palabras sin mucho sentido. - Es el peor niño pijo
de todos. Es un malcriado, un mimado, un vanidoso y muy
excéntrico. Va maquillado a todas partes. Siempre lleva ropa de
la más cara, marcando un estilo muy... suyo. Con sus mil y un
complementos. Es moreno de bote, con el pelo largo. Se suele
pasar más de media hora en el baño alisándoselo, pero por lo  menos es mejor que cuando le da por gastarse un kilo de laca
para fingir que le ha dado la corriente. Tiene una manía que me
saca de quicio con las putas uñas. Siempre las tiene perfectas,
no sé como cojones lo hace. Parece una diva del rock, incluso se
mueve y a veces actúa como una estrella de rock. Se lo tiene
muy creído... es... jodidamente afeminado. Demasiado directo a
veces y otras, demasiado discreto. Se preocupa demasiado y
es... ¡Maricón perdido aunque lo niegue! Le gusta chupar pollas
aunque no tenga huevos de reconocerlo en público.
-Santo cielo, Tom, ¿Cómo puedes hablar así de tu hermano?
-¡Porque es verdad! Es un maricón - Helem sacudió la cabeza
con toda la brusquedad de la que era capaz, sobrecogida y
aturdida por lo que le acababa de decir.
-No me lo puedo creer...
-Pues créetelo. Es tan maricón que da asco. - bufó, girándome
la cara, momentáneamente cabreada. - Pero... Bill es... muy
guapo. - volvió a girar la cabeza y me miró fijamente,
esperando más detalle de mi repentino retroceso.
-¿Muy guapo?
-Mucho. Es una preciosidad.
-¿Una preciosidad? ¿Desde cuando utilizas tú esa palabra para
referirte a un chico? - me llevé una mano a los bolsillos,
buscando mi móvil al fondo. Lo observé unos segundos entre
mis manos, buscando aquella foto que no me había molestado
en borrar por simple pereza. Desvié la mirada cuando la
encontré y se la puse delante a Helem, que la observó
entusiasmada, con ojo crítico. - Oh... ¿Este es Bill?
-Sí.
-Tienes razón. Es una auténtica preciosidad.
-Lo sé. Él es muy suyo. A veces te engaña con esa carita tan
dulce. Tiene mucho genio el muy cabronazo y mucho orgullo,
aunque no suele tenerlo mucho en cuenta. Antepone cualquier
cosa a su orgullo, eso es lo último para él.
-Al contrario que tú.
-Supongo que sí. - asentí. - Se cabrea por cualquier tontería. Es
un idiota. - me reí. - Le encanta que le halaguen, es su punto
débil. Se espera demasiado de la gente que hay a su alrededor
y luego acaba llorando porque le han hecho daño. Es atento, es
cariñoso como un cachorro cuando quiere y arisco como un
gato cuando se siente dolido. Es tan estúpido anteponiendo los
problemas de las personas a los suyos propios que van a
hacerle daño, todo el mundo se aprovecha de él y esa actitud
suya me pone enfermo. Es tan... ingenuo. Se cree que la vida es
un camino de rosas. - suspiré. Se me quitaron las ganas de
sonreír. En ese momento solo deseaba salir de allí, alejarme de
Helem e ir al Floy.
Necesitaba compañía y una buena sesión de sexo intensivo.
-No te gusta tu madre. - afirmó Helem. - Pero tu hermano te
gusta. Te gusta y mucho. Le adoras. - mi mirada viajó por toda
la aburrida y sosa habitación hasta clavarla en la suya. Estaba
serio, incluso cabreado. Podía ver mi reflejo en sus ojos color
avellana, ojos que si pertenecieran a otra persona, deberían
reflejar el terror que mi presencia suponía.
-Me dijo que me quería. - le solté de repente, basto.
-Oh... - ella ni siquiera pudo contener su sorpresa. - ¿Y tú que le dijiste?
-Que no le creía.
-Tom... - pude ver la compasión que emanaba su rostro, su
pena, su sufrimiento. - Hay tantas cosas que me hubieran
gustado mostrarte, tantas cosas que deseaba enseñarte, tantas
cosas que necesitas aprender y odio no poder enseñártelas ni
hacértelas saber. También hay cosas que solo tú puedes ver,
corazón. Y esta es una de ellas.
-Yo no veo nada, Hel. Absolutamente nada.
-¿No ves nada o no quieres ver nada?
-¿Cuál es la diferencia? - se quedó pensativa unos segundos.
-Una vez, un hombre dijo algo.
-¿El qué? - alcé los brazos, esperando una respuesta no muy
interesado.
-El hombre que no sueña despierto es porque la primera vez
que lo intentó, tuvo pesadillas.
-¿Y eso que quiere decir?
-Creo que tú lo sabes mejor que yo - susurró.
No lo entendía... o quizás no lo quería entender.
-Me tengo que ir, Helem. - me levanté de la silla, deseando salir
por la puerta más por incomodidad con respecto al tema que
por otra cosa. Helem asintió con la cabeza, resignada, forzando
una sonrisa melancólica.
-De acuerdo, cielo. - le acaricié la frente, apartándole el pelo de
la cara para poder ver mejor su expresión.
-Si necesitas algo, pídeselo a las enfermeras. - su sonrisa se
ensanchó, apacible y tierna.
-Lo que yo quiero ninguna de ellas puede dármelo. - no me
hacía falta preguntar para saber a que se refería. Le di la
espalda y me dirigí hacía la puerta. - Tom... - la miré por última
vez con el puño apretando el pomo, sintiendo ganas de
arrancarlo de la jodida puerta en un arranque desenfrenado. -
Para poder ver lo esencial de alguien, los ojos no sirven de nada.
Para ello debes aprender a observar con el corazón.
-Jun... ¿Y eso también es algo cuyo significado debería saber?
-No... es algo que tu hermano Bill puede enseñarte a hacer. -
durante unos segundos cerré los ojos, contando mentalmente
hasta diez para reprimir mi furia por algo desconocido para mí.
El simple hecho de que hubiera mencionado a Bill como si lo
conociera de toda la vida, me exasperó.
-Buenas noches, Helem. - y salí por fin de allí, cerrando la
puerta a mis espaldas.
Lo primero que hice fue llevarme un cigarrillo a la boca seguido
del mechero, encendiéndolo y tragándome todo el humo que
exhalaba el puto filtro de nicotina.
-Disculpe. - una enfermera joven intentó llamar mi atención
colocándose a mi lado abrazada a una carpeta que desprendía
leves destellos azules. - Aquí no está permitido fumar.
-Y sí está permitido tener a una mujer encerrada de por vida en
una habitación. Postrada en una camilla, conectada a una
jodida pantallita y a un tubo incrustado en la ingle por el que debe mear, sin tener ni siquiera la libertad de ir al puto servicio,
siendo lavada y toqueteada por desconocidos porque no puede
hacer nada por sí misma. Ni siquiera puede comer por sí misma,
ni siquiera puede cagar por sí sola. Eso sí está permitido porque
una habitación ocupada significa tres mil euros más para el
saldo del hospital. - la mujer se quedó callada, observando,
pálida, como expulsaba el humo por la boca y volvía a sorber
del filtro.
-Señor... lo siento, pero aquí no está permitido...
-¡Quieres cerrar la puta boca! - grité. El sonido hizo eco por
todo el pasillo. La mujer retrocedió con la cara descompuesta.
La carpeta se le cayó al suelo por el sobresalto. Varias personas,
personal del hospital, algún paciente y visitantes para ver algún
familiar ingresado allí frenaron en seco y centraron su atención
en mí, boquiabiertos, notablemente sorprendidos por el grito
en semejante lugar de "descanso".
Fulminé a la mujer con la mirada, que de repente, se había
puesto a temblar y se le saltaron las lágrimas de pavor.
-En lugar de entretenerte tocándole los huevos a los familiares
del paciente, deberías estar más pendiente de el. - sentencié.
Le di la espalda y caminé hacía la salida de aquel infierno
camuflado, llevándome por delante el robusto cuerpo de un
médico al que aparté de mi camino de un empujón
rematadamente bestia.
¿Y esto no es miseria, Helem? ¿O son mis ojos que no pueden
ver más allá de lo que tienen delante?
Es una pena que mi Muñeco nunca pueda enseñarme a ver con
el corazón. Ju... una auténtica pena...
By Bill.
De acuerdo. Las ocho menos cuarto de la tarde y aún estaba en casa de Georg y Gus y parecía que la situación no tenía
intención de cambiar de momento. No me hubiera importado
en absoluto teniendo en cuenta mi rutina diaria hasta entonces,
de hecho, me lo había pasado bien. En realidad, me lo había
pasado casi de vicio, todo lo "de vicio" que puede pasarlo una
persona cuando le dan ataques repentinos de ansiedad y
pequeñas crisis depresivas cada dos horas, pero no había
estado mal y por mí, me hubiera quedado allí mucho más,
acogido y sin presión en ese pequeño nido amistoso con mis
hermanos de no sangre recién recuperados. Pero había un
problema...
Sparky...
Y en realidad, Sparky en sí no era el problema. El problema es
que yo quería verle. En realidad, quería tener sexo con él, para
que ocultarlo, pero por supuesto, eso era algo de lo que Gus y
Georg no debían enterarse. De lo contrario, me atarían a la pata
de la cama y no me dejarían salir de la habitación ni para mear.
La perspectiva de que Sparky fuera mi próximo rollo no les
resultaría muy divertida. Nunca se habían llevado bien, ni yo
tampoco con él, ni siquiera ahora me llevaba excesivamente
bien con él, pero... la verdad es que nunca le había odiado.
Simplemente, me tocaba las pelotas con sus provocaciones
típicas de los tíos que se creen guays y nos picábamos
mutuamente, nada más allá.
Sparky no me caía del todo mal.
Estaba tumbado en el sofá del salón haciendo zapping por la
tele y esperando el momento oportuno para que Georg y Gus
se dieran la vuelta y yo pudiera tirarme por la ventana, cuando
sonó el teléfono.
-Ya voy yo. - Gus fue hasta el inalámbrico justo en el momento
en el que Georg entraba al baño para vestirse y adecentarse un
poco. Habían planeado salir al Dona a tomar algo e ir al pub
con Frank y compañía. Y pretendían llevarme aunque fuera a
rastras. Debía escapar de allí en ese momento.
Miré a Gustav de reojo con el inalámbrico en la mano y corrí
sigilosamente hasta la ventana. La puerta de entrada chirriaba
y hacía un ruido imposible de ignorar a la hora de quitar el
cerrojo, por lo que la ventana era la mejor opción y por suerte,
estaba en un primer piso.
-¿Simone? - preguntó Gus, a través del inalámbrico cuando yo
ya hacía fuerza para abrir la ventana. Se me vino el mundo a los
pies. Hostia... - ¿Bill? Sí, está aquí... ah, claro, no lo sabías.
Parecía bastante alterado. Dijo que se había escapado de casa
y no se me ocurrió llamarte, lo siento... - abrí la ventana de un
tirón. - ¿Qué dijo qué? - Gus abrió los ojos como platos. Era
ahora o nunca. - ¿Qué hoy a quedado con quién?... Oh, pero eso
es imposible, Bill se viene con nosotros a... ¡Bill!
¡Y pillado! Me tiré por la ventana...
-¡Bill, joder! - caí al suelo de bruces, apoyando las manos en el
asfalto, haciéndome daño. Pero no era momento de quejarse.
La operación aún no había acabado.
Salí corriendo al mismo tiempo que Gustav se asomaba por la
ventana con el inalámbrico en la mano.
-¡Bill, la madre que te parió! - empecé a correr descalzo por la
calle, con las botas que me había quitado para no hacer ruido
en la mano. La gente me miraba con los ojos como platos y
murmuraba y más descaradas se hicieron esas miradas cuando
detrás de mí salió un Gustav muy cabreado, en pijama, gritando
mi nombre y con el teléfono en la mano.
Mi madre estaba viviendo la persecución en directo y eso me
provocó la risa floja con la que casi me atraganto.
-¡Voy a matarte, Bill! ¡Prepárate porque cuando te coja, te mato!
- coño, coño, coño, coño... para pesar noventa kilos, Gustav era
demasiado rápido y yo, demasiado vago. Tantas horas tumbado
en la cama pensando inútilmente en Tom pasaban factura.
¡Puto Tom, incluso después de haberse pirado me daba problemas el muy mamón!
Crucé la esquina del metro, sin saber exactamente a dónde iba.
Solo sabía que tenía que quitarme de en medio a Gustav como
fuera y recorrer seis kilómetros a pie hasta mi casa en quince
minutos. ¡Era imposible que llegara a tiempo para fugarme,
joder!
Mis pasos empezaron a decaer, también porque acababa de
pisar algo que se me había clavado al pie de forma dolorosa.
Noté la sangre escurrirse por la planta y decidí rendirme en el
momento justo en el que crucé la carretera, empezando a
cojear, alzando el pie y agarrando la puta chapa de cerveza
incrustada en mi piel que me había frustrado la huida,
arrancándomela con brusquedad.
-¡Mierda! - gimoteé. En ese momento, un movimiento a mi
izquierda hizo que me encogiera, asustado al ver el cochazo
que se me venía encima. ¿A quién coño se le ocurría detenerse
en mitad de la carretera?
-¡Bill! - oí a Gus, con voz aguda por el susto al ver la situación.
Sentí las piernas temblarme y me cubrí automáticamente la
cara con las manos cuando el coche frenó de golpe y porrazo,
casi catapultando al conductor hacía el parabrisas. Suerte suya
que tenía el cinturón puesto.
Suspiré, aliviado.
-¡Bill! ¿Qué coño haces? - y... sorpresa. No podía creérmelo.
El cochazo que había estado a punto de atropellarme era el
descapotable de Sparky y él mismo, claro, era el conductor. Me
quedé con la boca abierta. Oh, joder, ¡Que suerte!
Gustav nos observaba, shockeado todavía en la acera,
demasiado flipado como para detenerme cuando corrí hasta el
asiento del copiloto y me tiré sobre él, sin pararme si quiera a
abrir la puerta.
-¡Arranca, corre! - Sparky sacudió la cabeza, tan flipado como Gus que en cuanto vio que pensaba darme a la fuga, atravesó
la carretera corriendo hasta mí. - ¡Corre! - y el coche salió
disparado antes de que el grandullón consiguiera atraparme.
Gustav cayó de rodillas sobre el asfalto.
-¡Serás cabronazo! - gritó, lanzándome el inalámbrico con rabia
que se hizo añicos contra la carretera.
-¡Lo siento, Gus! - y lo había conseguido. Me acababa de fugar
con mi archienemigo y había dejado por los suelos a mis
amigos...
Mierda, aquello sentaba demasiado bien.
-¿De que iba eso? - preguntó Sparky, con una sonrisita en la
boca.
-Por si no te has dado cuenta, acabo de fugarme contigo, tío.
Así que mas te vale no cagarla esta noche.
-¿En serio? ¿Eso quiere decir que tienes planes para esta noche?
- creo que me puse rojo.
-Hum... quizás... - me encogí de hombros.
-Genial. Entonces será una noche inolvidable. - Sparky sonrió.
Me pregunté si había captado la indirecta. Quizás él solo quería
pasar una noche de colegas viendo pelis y comiendo palomitas,
hablando de cualquier estupidez que se nos ocurriera. Entonces,
el arranque de adrenalina que había sentido al huir de Gus se
vio reducido a la nada y el bajón me consumió por completo. De
repente, mirándome de nuevo en el espejo retrovisor tuve un
pensamiento espeluznante.
Joder... ¿Cómo iba a querer acostarse conmigo con el asco que
daba mi cuerpo y lo feo que era? Que estúpido.
Si Tom me había abandonado, era por algo. Le daba asco,
estaba seguro. Me mordí el labio inferior con impotencia, aguantando el
ataque depresivo esquivando la mirada de Sparky.
Mierda Tom... mierda...

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora