Capítulo 21

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-¡Traga, traga, traga, traga, traga! – los gritos me perforaban cada zona del cerebro y aún
así, como un idiota, era incapaz de dejar de sonreír. Veía desenfocado al tío que había
delante de mí, un tío grande, con una prominente barriga y joven, de unos veinticinco, con la
cara mal afeitada y los ojos ya llorosos de tanta bebida y tan fuerte, tan cargada.
No pudo más y, finalmente, cayó hacía atrás, llevándose la jarra del ponche consigo,
tirándosela encima y haciendo volcar la silla, aplastándola con tanta grasa y destrozándola.
Más gritos. Mi risa de gilipollas se ensanchó y, haciendo acopio de toda mi fuerza de
voluntad, envolviendo mi estómago revuelto en una burbuja de puro alcohol, sintiendo como
la sangre en mis venas había desaparecido por completo para dejar paso a ese fuerte líquido
que me subía directamente al cerebro, me llevé la gran jarra de ponche a los labios y en seis
sorbos, me la tragué entera.
Cinco jarras completas. Había ganado.
-¡Uehhh! – gritos de histeria por todas partes sólo consiguieron aturdirme aún más,
haciéndome difícil el conseguir levantarme del taburete por mi propio pie con tanta gente
dando vueltas alrededor de mí, tantos colores revoloteando alegremente. Todo el mundo se
me empezó a pegar y a tocarme felizmente por todos lados, de manera amistosa.
-¡Puede que seas un maricón, pero eres el maricón mas enrollado que he conocido!
-¡Que te den… hip… por el culo! – solté, entre risitas estúpidas y pasos totalmente
descompasados.
-¡Ese Billy, ese Billy, ueh, ueh! ¡Ese Billy, ese Billy, ueh, ueh! – y ahora se ponían a corear a
mi alrededor. Me sentía como un hippie fumado de los sesenta, incapaz de dejar de reír
como un idiota, con cara de drogado divirtiéndose bajo los efectos de la marihuana y era
gracioso, alucinante, incluso divertido… hasta que empecé a notar los efectos secundarios.
-¡Vale ya, vale ya! ¡He ganado! – me subí a la mesa, alzando las manos, vociferando -
¡Invitadme a otra ronda!
-¡Uehh! - En ningún momento se me ocurrió que estaba haciendo el imbécil totalmente. De
todas formas, no era el único que lo hacía.
-¡Ese Billy, ese Billy, ueh, ueh! – ¡Si me puse a hacer palmas y todo incitando a todo el
mundo a que me siguiera aclamando! Por supuesto, mi vena de famoso rockero tuvo que
aflorar justo en ese momento. Ahora tenía más claro que nunca que ser el vocalista de un
grupo famoso era mi destino por mucho que luchara contra él.
Alguien abrió una botella de champán, agitándola y dirigiendo el chorro a presión hacía mí,
bañándome entero de arriba abajo.
-¡Eh, eh, eh que está frío!
-¡Uehh!
-¡No creáis que voy a dejar que me la metáis por el culo por mucho que gritéis, eh! ¡Más
quisierais pijos de mier…! – de un tirón, sentí el suelo acelerarse hacía mi cabeza. Me escurrí
sobre la mesa y caí al suelo de espaldas, dándome el mayor hostión de mi vida. Bueno… lo
hubiera sido si no llega a ser porque había alguien debajo que impidió el tremendo golpe
contra el duro mármol.
Por unos momentos estuve a punto de dormirme allí, sin ganas de levantarme, sólo con
ganas de dormir y olvidarme de todo. Cerré los ojos, sin apenas percatarme del movimiento
que había debajo de mí. Alguien me agarró los hombros, sacudiéndome con brusquedad.
-¡Bill, Bill, imbécil! ¡Levanta! – abrí los ojos de golpe. A ese tío yo lo conocía de algo…
-¡Coño, pero si es mí mejor amigo, Sparky, el chucho atómico! – y me empecé a reír por mi
propia broma.
-¡Pero que gilipolleces dices! ¡Levántate idiota! – me puso de pie, tirándome del brazo.
-¡No quiero! – empecé a patalear.
-¡Bill!
-¡Quiero dormir! ¡Déjame dormir! ¡Quiero dormir en el suelo, quiero!
-¡Joder!
-¡Uuh! – gemí en el esfuerzo por soltarme de sus fuertes dedos. De repente, Sparky me
agarró de las mejillas y me miró fijamente a los ojos.
-¡Bill, estás haciendo el tonto! ¡Estás totalmente borracho y si es lo que quieres, yo te llevaré
a un sitio para que puedas dormir tranquilo! – se me iluminaron los ojos o quizás es que se
me dilataron las pupilas porque me estaba dando un chute al corazón de alcohol. En
cualquier caso, sonreí.
-¿Sí? ¡Viva! ¡Llévame a la cama! – Sparky puso los ojos en blanco unos segundos.
-Díos mío… - y me cogió de la mano, entre bufidos y suspiros de fastidio, arrastrándome
hacía las escaleras que subían a las habitaciones, quitándose a la gente de en medio a
empujones.
-¡Sparky, eres un bruto!
-¡No me digas!
-¡Si te digo, eres un bruto pero yo conozco a alguien más guay que tú! – Sparky me dirigió
una mirada asesina. Me llevé la mano a la boca, riéndome con toda la malicia y mezcla de
estupidez de la que era capaz.
-¿Te refieres a ese guay que en estos momentos se está tirano a tu ex, la que te puso los
cuernos con otros cientos de tíos? – ahí me dio en la yaga, recordándome de golpe a Tom,
todo lo que había ocurrido esa noche con él, su maldita frialdad y provocación a la hora de
restregarme los cuernos. Entrecerré los ojos y en cuanto terminamos las escaleras, ya en el
piso de arriba, me tiré al suelo de rodillas aún con Sparky agarrándome fuertemente la
mano. - ¿Qué haces?
-¡Que te jodan, a ti y a los pijos! ¡Os odio! ¡Pijos!
-¿Me estás llamando pijo a mí? – le miré de arriba abajo. Sparky podía tener pinta de
cualquier cosa salvo de pijo. Era un macarra total que no se vestía con camisa ni para ir a
una boda. El pelo rubio revuelto que le daba un aspecto de tipo duro, los ojos fríos y
penetrantes, los labios fruncidos y un tanto quemados, descuidados, las pequeñas cicatrices
que Tom le había dejado marcando su cara, exactamente en la ceja, en el pómulo derecho y
bajo el labio inferior. Su cuerpo estaba bien formado, quizás mejor que el de Tom. Sparky
siempre había sido grande, bastante grande pero aún así, no me superaba en estatura,
quizás un par de centímetros más bajo que yo, no mucho más.
Era un chulo de mierda, prepotente, bastardo… me recordaba a Tom.
-Tom… Tom… - me encogí en el suelo, sollozando.
-¡Oh, joder, otra vez!
-¡Tom, eres un cabrón, cabronazo! – y me puse a llorar otra vez. Sparky se cruzó de brazos
frente a mí, con cara de mala hostia. Varias personas que salían de los dormitorios o del
cuarto de baño se me quedaron mirando, riendo como subnormales que eran.
-¡Ya vale, se acabó! ¡Deja de hacer el idiota, das vergüenza ajena! – Sparky me agarró del
brazo, cansado de mis lágrimas y empezó a arrastrarme por el pasillo. Me deslicé de rodillas
por el mármol y hasta que conseguí levantarme entre tambaleos, anduve casi a gatas. El
muy gilipollas no se detenía ni para ayudarme a levantarme y yo… simplemente lloraba.
-¡Tom, te odio, muérete! ¡Ojala tengas un gatillazo y te la pilles con la puerta, mamón!
¡Cabrón, gilipollas! ¡Snif! -¡Joder con el marica de los huevos!
-¡Tom! ¡Idiota, idiota, idiota! – Sparky se detuvo frente a una puerta. Aún sin soltarme la
mano, la abrió. Otra puerta se abrió a la vez. La primera a la derecha, haciéndome callar las
maldiciones dirigidas hacía mí hermano/novio/psicópata. Le miré salir del dormitorio desnudo
de cintura para arriba, con el ceño fruncido y las rastas sueltas cayendo sobre su pecho y
espalda.
Me miró. Yo le miré a él con las lágrimas en los ojos y el puchero intacto en mi expresión.
Debió de considerarme patético. Daba pena.
-¡Tom! – le grité. Él frunció el ceño aún más, mirando a Sparky que no se había percatado
de su presencia y que tiró de mí, introduciéndome en la habitación. - ¡Tom, eres un
cabronazo! – le grité antes de que Sparky cerrara la puerta con nosotros dentro.
Nos quedamos solos. Quise salir fuera y correr hacía Tom, abrazarle y pedirle perdón pero
no. No lo hice porque Sparky me agarró de la cintura y de un empujón, me tumbó sobre la
cama. Me quedé allí, con los ojos abiertos mirando el techo, sin moverme. Sentí como la
cama se hundía a mí lado y le vi sentarse, suspirando.
-Eres un coñazo, ¿Lo sabías?
-Hum… - murmuré, sin inmutarme. Ahora que estaba sobre una cama difícilmente me
sacarían de allí. El estómago me empezó a dar molestas sacudidas, demasiado molestas,
demasiado vomitivas. Tenía muchas ganas de vomitar, muchísimas y si me movía de la
cama lo más mínimo, potaría, seguro.
Miré la habitación desde mi posición, sin moverme. Esa no era la habitación de Natalie,
estaba casi seguro.
-Voy a tener que arrastrarte hasta tu casa, ¿Verdad? ¿O volverás con Tom?
-Hum…
-Oye, te estoy hablando, no te duermas.
-No me duermo.
-Pues al menos deja de llorar, ¿No? – es verdad, seguía llorando. Las lágrimas seguían
cayendo sin mi permiso y Sparky me miraba con mala cara.
-No mires. – le gruñí con la voz ronca, echando la cabeza hacía un lado.
-Eres como un niño chico. ¡Que exasperante!
-Nadie te ha pedido que me ayudaras. – ahora, tumbado en la cama, se me hacía más fácil
relacionar conceptos. Todo me daba vueltas y tenía el estómago revuelto, hecho polvo, pero
me sentía más capaz y más espabilado.
-Te he ayudado porque yo he querido. – cerré los ojos. Aquello sí que era exasperante.
Sparky se levantó de la cama y fue hacía el baño. Oí como abría el agua del grifo y la dejaba
correr.
-¿Quieres ducharte conmigo, Bill? – se rió.
-¿Qué? ¿Tú estás tonto? ¿Vas a ducharte?
-Puede… apesto a alcohol y tú aún más.
-Si me duchara no sería contigo precisamente.
-No. Sería con Tom ¿Verdad? – apreté las sábanas de la cama entre mis manos.
-Ya lo hicimos antes de venir. No parece que sirviera de mucho.
-Sí, mira como te ha dejado el pirado. Totalmente fuera de juego. ¿Qué piensas hacer ahora?
¿Vas a romper con él? – esa pregunta me pilló totalmente desprevenido. ¿Cortar con él?
¡Pues claro, era lo mejor que podía hacer! Pero no me veía capaz de ello.
Me sentía estúpido. ¿Qué derecho tenía yo sobre él cuando me había puesto a bailar con
Natalie delante suya? Ese maldito lapsus me había costado a Tom, me había costado su
nueva sonrisa tierna y sincera, su felicidad, sus caricias, sus besos, su aroma…
Por suerte, todo esto sólo parece haberme afectado a mí de manera negativa. A él parece
haberle abierto los ojos para encontrar otro Muñeco.
Otro Muñeco…
-Bill… no me jodas tío. – me acurruqué en la cama, echándome a un lado y me encogí,
rodeándome el cuerpo con los brazos. Temblaba, temblaba de los enormes sollozos
imposibles de detener que salían de mi boca. La idea de que Tom ya no estaba y no estaría
nunca más para mí. La forma tan ruin en la que me había dejado tirado en medio de aquella
fiesta por Natalie. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Ahora que parecía estar cambiando todo.
Ahora que… ¿Ahora que qué? Tom y yo sólo éramos novios de cara a los demás, hermanos
en el ambiente familiar y entre nosotros, a nuestros ojos sólo éramos dos pedazos de carne
fresca esperando a ser devorada por el contrario. ¡No éramos nada, no tenía nada que
reclamarle! Pero…
Noté como la cama volvía a hundirse, esta vez a ambos lados de mi cuerpo. Sparky se situó
a cuatro patas sobre mí, con las manos apoyadas en el colchón, mirándome sin pestañear.
Me tapé la cara con las manos, incapaz de contener nada más.
-¿Por qué? ¿Por qué? Todo estaba tan bien… incluso habíamos hecho algo parecido al amor…
pero no... Snif, soy yo el ingenuo por esperar que un monstruo pueda convertirse en persona
y… y… - empezaba a moquear. Ni yo mismo podía creer lo patético que era.
-Bill… - le oí suspirar y me agarró el brazo suavemente. No recordaba que Sparky me
hubiera tocado nunca de otra manera que no fuera para meternos empujones y puñetazos.
Ahora, parecía que estaba hablando con otra persona. - ¿Por qué no le dejas? Creo que eres
muy consciente de que es un cabrón posesivo y peligroso. – si, era muy consciente de ello.
Pero no quería. No respondí y Sparky me acarició la cabeza, apartándome el pelo de la cara.
- ¿Le tienes miedo o es que estás tan loco por él que no eres capaz de cortar por lo sano? –
por un momento dejé los sollozos a parte para mirarle. Su rostro daba vueltas a mí
alrededor, mareándome con su intensa mirada y la mía intentando patéticamente hacerle la
competencia cargada de alcohol. – Creo que tu novio me matará en cuanto se entere de que
estoy hablando contigo a solas en una habitación sobre una cama de matrimonio, pero
precisamente esas son las cosas que deberías tener en cuenta, Bill. Alguien que te trata de
manera tan posesiva y que a la hora de la verdad no tiene en cuenta tus sentimientos no
creo que te merezca. – el labio inferior empezó a temblarme violentamente mientras me
revolvía bajo su cuerpo, situándome boca arriba con el ceño fruncido y los ojos aún
húmedos. ¿Quién se creía que era para hacer una observación así? ¿Qué coño creía que
sabía? ¡No tenía ni puta idea de nada! - ¿Por qué no le dejas y te buscas otro? – alcé una
ceja. Una diminuta sonrisa torcida apareció en mi boca.
-¿Otro? ¿Es que acaso tienes alguna propuesta? ¿Un pretendiente mejor que Tom? – se rió.
-Exacto. Yo. – puse los ojos en blanco. Me hubiera reído de no ser porque me veía incapaz
de hacer más esfuerzos a parte de revolverme incómodamente en la cama para no potar.
-No me hagas reír.
-No quiero hacerlo. Te lo digo muy en serio.
-Ya, el problema es precisamente ese. Te lo resumiré bien para que lo entiendas fácilmente.
– nos observamos en silencio por un escaso periodo de tiempo, el suficiente como para saber
que la persona que tenía encima de mí no captaba lo más mínimo mi atención. No teniendo a
Tom al otro lado de la puerta. – Tú no le llegas ni a la suela de los zapatos a Tom. – Sparky
soltó una molesta risita socarrona.
-No soy yo quien ha puesto un buen par de cuernos hoy. – apreté los puños con fuerza,
reprimiendo lágrimas incontenibles sin apartar la mirada amenazante de la suya.
De repente, Sparky se inclinó sobre mí. Abrí los ojos de par en par, observándole en silencio,
sin saber que decir. Entreabrió los labios, ¿Pero que demonios hacía? Se me aceleró el
corazón pero no de nerviosismo, sino de miedo, de rechazo puro hacía su persona. Era guapísimo, no podía negarlo. Sparky era de esa clase de chulos macarras que tanto
gustaban a las adolescentes que se morían por sus huesos y este pasaba de ellas, quizás
utilizándolas vagamente para desahogar sus necesidades de vez en cuando. Ese extraño y
paradójico hechizo no funcionaba conmigo, al menos no su hechizo. Conmigo sólo era
efectiva la maldición de Tom y cualquier intento de despacharla por parte de un hombre me
repugnaba. Esa era la prueba de ello.
Levanté el brazo para apartarlo de mí en un brusco movimiento, pero o mis reflejos eran
muy lentos y estaba demasiado flojo o él muy rápido y bruto, agarrándome la mano y
aplastándola sobre el colchón de inmediato, haciendo exactamente lo mismo con la otra.
-No. – le solté, claro, empezando a sentirme inquieto y nervioso por su acoso y contra todo
pronóstico, pegó sus labios a los míos durante unos escasos segundos que me dejaron
totalmente paralizado. Me revolví bruscamente en la cama y zarandeé la cabeza, eliminando
ese molesto contacto. - ¡No, quita! – noté la muñeca crujir, quejándose por la fuerza bruta
con la que me tenía agarrado, por las escasas uñas que me atravesaban la piel. Apoyé la
rodilla en su abdomen, separando nuestros cuerpos, evitando más contacto. Nos miramos de
nuevo. Yo le gruñí, apretando los dientes. Él parecía inmutable, frío. Retiraba lo dicho.
Sparky no se parecía en nada a Tom.
Sparky volvió a inclinarse sobre mí. Estuve a punto de escupirle a la cara pero en lugar de
eso, una palabra salió de mis labios de manera instantánea. Un pensamiento fugaz que tuvo
que escapar.
-¡Tom! – grité con las pocas fuerzas que tenía en los pulmones repletos de los efectos del
cargado ponche, como el resto de mi cuerpo. Al ver que era incapaz de defenderme con toda
mi fuerza, totalmente vulnerable, me asusté de verdad. - ¡Tom! – me salió un grito
totalmente agudo y desagradable.
-Empezaba a pensar que nunca ibas a decir mi nombre. – Sparky se puso rígido sobre mí.
Abrí los ojos que había cerrado con fuerza y mi cabeza se giró rápidamente a la derecha,
junto con la mirada de mi acosador.
Tom estaba allí. Los brazos cruzados sobre el pecho desnudo, los ojos entrecerrados, los
labios entreabiertos, la cabeza ladeada, imponente, observándonos con la mirada
resplandeciente. La puerta abierta de par en par y un alivio enorme recorriendo mi cuerpo a
la vez que me preguntaba cuanto tiempo llevaba allí observando la pésima escena.
Sparky se detuvo de inmediato, con la congoja plasmada en la cara.
-Sigue. – le dijo Tom con voz profunda pero obviamente, Sparky no se movió un centímetro.
– Vamos, sigue, no te cortes. Fóllatelo delante de mí, pero si lo haces ten en cuenta que el
Muñeco es muy selectivo y llorón. Tienes que darle bien fuerte o se quejará. – vi claramente
como mi archienemigo empezaba a sudar en frío y se levantaba de encima de mí muy
lentamente, dejándome tumbado sobre la cama de matrimonio respirando entre jadeos. Tom
clavó la vista en mí, evaluándome con los ojos, pero no hizo amago alguno de acercarse a mi
cuerpo flácido y tembloroso. - ¿Te ha asustado, Muñeco? ¿Te ha hecho pupa? – sólo pude
responder con un borbotón de jadeos ahogados antes de que se volviera de nuevo hacía
Sparky con porte totalmente tranquilo, sosegado, pero mirada de animal salvaje, de
carnívoro hambriento frente a una manada de inocentes criaturas fáciles de cazar. - ¿Lo ves?
Lo has asustado y ¿Qué es eso que tiene en los brazos? ¿Arañazos? No sólo tienes la mala
educación de coger mi juguete para jugar, sino que además lo rompes. – dio un paso hacía
delante. Sparky retrocedió.
De repente se empezaron a oír voces curiosas. Oí la voz de varias personas gritar, entre
algunas de ellas estaban las voces agudas de las chicas dando grititos consternados.
-¡Oh, dios mío, Natalie! – oí claramente fuera y pude captar algún que otro sollozo. La gente
empezó a asomarse por la puerta de la habitación. Algunos me miraron a mí, intentando
incorporarme en la cama. Luego se fijaron en Tom y Sparky, abriendo los ojos como platos.
-¿Quién te ha dado permiso para tocar mí juguete? No, no, tengo una mejor. ¿Cómo coño
tienes los huevos de venir y acercarte a menos de cinco metros después de todo aquel rollo
de hace unos meses? Deberías temblar con sólo imaginártelo. No sé si eres valiente o
rematadamente gilipollas. – le metió un empujón brusco que lo hizo retroceder más de dos
metros. Sparky frunció el ceño. Conocía esa mirada. Conocía la mirada de los dos. Irritación,
furia, pelea y después, alguna desgracia. - ¿No dices nada? – le metió otro empujón. - ¿Te
ha comido la lengua el gato, sucio perro? – Sparky apretó los dientes.
-Tom… cuidado… - murmuré. Conocía demasiado bien lo que venía a continuación tras esa
expresión de perro rabioso. Tom ni me miró. Negó con la cabeza al ver como Sparky ni se
inmutaba.
-¡Venga, muévete, haz algo, no puedes ser tan patético si tienes fama de gallito rompe
huesos! – le gritó, vacilándole. Sparky gruñó. Tom soltó una risita maliciosa. – Así que perro
ladrador, poco mordedor. Que penoso… - e inesperadamente, Sparky reaccionó. Alzó el
puño. Observé boquiabierto como Tom sonreía antes de que los nudillos de Sparky chocaran
contra su cara con un golpe estridente y seco. Cerré los ojos con fuerza como si quien
hubiera recibido el golpe fuera yo y oí los gritos escandalizados de las personas asomadas a
la puerta, a una distancia prudente.
De repente, se hizo un gran silencio. Abrí los ojos con lentitud, temiendo lo que fuera a
encontrarme. Me quedé boquiabierto de nuevo.
Tom sólo había doblado las rodillas, no había hecho mayor movimiento que ese. Ni le había
vuelto la cara, ni había retrocedido un mísero milímetro. Sólo había doblado las rodillas un
poco, lo suficiente como para aguantar la presión del golpe.
Sparky si que dio un paso atrás, consternado. Tom abrió la boca, hizo un gesto con la parte
inferior, moviéndola. La mandíbula le crujió débilmente y volvió a su posición como si no
hubiera recibido golpe alguno, dejándome ver su perfecto perfil intacto. Un pequeño hilito de
sangre descendió por su labio inferior abierto hasta la barbilla.
-Ahora empiezas a hablar mi idioma. – un simple, rápido y fuerte golpe, monstruoso y
certero en el pómulo derecho fue suficiente. Le dio con los nudillos, como si le hubiera dado
una pequeña bofetada con la mano, no fue más que eso, un golpe y Sparky acabó chocando
brutalmente contra la ventana de cristal que estaba a tres metros de su posición inicial. La
ventana se hizo añicos y él cayó al suelo boca abajo. Millones de cristales diminutos le
cayeron encima como una lluvia de pequeñas gotas afiladas.
Visto y no visto.
Tom sonrió y tras unos segundos esperando para ver si Sparky se levantaba o no, se volvió,
dándole la espalda. Sparky no se movía. Todo el mundo se echó hacía atrás, observando a
Tom en silencio cuando este se movió y caminó hasta mí.
Miré de reojo a Sparky. Miré a las personas con rostro blanco repleto de sorpresa y terror.
Miré a Tom.
Me sentí raro, quizás por la comida amenazando con salir disparada de mi boca o por como
la habitación se movía violentamente a mí alrededor, como en un tiovivo. Pero la verdad, lo
que me tenía turbado era ver como todo el mundo temblaba ante la mirada de Tom y yo no.
Simplemente, no tenía miedo, no me sentía intimidado, ni un poco. La costumbre quizás…
-Joder, Tom… - murmuré, saliendo del shock. Alcé los brazos temblorosos hacía él,
intentando levantarme y mareándome al instante, sintiendo el estómago trepar por mi
garganta, a punto de devolver la cena. Me tapé la boca con las manos, reprimiendo el
vomito. Tom se inclinó hacía delante, haciendo amago de ayudarme cuando de repente se
escuchó el molesto ruido de los cristales hacerse aún más pequeños contra el suelo.
Sparky se empezaba a levantar lentamente. Tom enseguida cambió de dirección y dio un
paso al frente, con el ceño de nuevo fruncido.
Todos empezaron a soltar gemidos de preocupación pero ninguno tuvo la iniciativa de
intentar detener la pelea. Sólo yo me dejé caer torpemente al suelo, de rodillas
prácticamente me arrastré hasta rodear con los brazos la pierna de Tom, deteniendo su
avance.
-Suelta. – dijo. Negué con la cabeza. – Muñeco…
-Déjalo. Llévame a casa, por favor… quiero salir de aquí. – me dio una arcada. Me reprimí
como pude. ¡Pero si ni siquiera era capaz de levantarme! – Voy a vomitar… no puedo más… -
tosí. Dejé la cabeza apoyada en el suelo unos segundos, sin soltar su pierna. Tom se movió,
se agachó. Me zarandeé un poco intentando alzar la cabeza y antes de que pudiera decir
nada, ya tenía sus brazos aprisionándome fuertemente el cuerpo y alzándome del suelo,
cargando por completo conmigo. Me colgó al hombro como un saco de patatas.
-Esto no se va a quedar así. Ya no. La próxima vez que te vea no voy a esperar a tener una
razón para matarte. Sólo verte un pelo de la cabeza rondando cerca de mí Muñeco por
casualidad y te enviaré a hacerle compañía a los gusanos bajo tierra. – su tono era el más
amenazador y cargado de rabia contenida que le había oído nunca. Incluso superaba al de
aquella vez de cuando le dejé como un perro fuera de casa y yo me encerré en ella. Tragué saliva repetidas veces, con los ojos cerrados, luchando por contener el vomito cuando
Tom empezó a andar hacía fuera y mi cabeza quedó boca abajo, colgando de cintura para
arriba de su hombro. Pude ver las expresiones asustadas de la gente, cediéndonos el paso
en silencio. La música y los gritos venían de abajo y lo sollozos de mi izquierda. Sollozos que
me sonaban de algo. Sollozos que me hicieron abrir los ojos entrecerrados y observar con
atención a esa persona rodeada de chicas intentando calmarla en vano. Una persona
acurrucada en el suelo, con las manos en la cabeza casi totalmente calva, rapada al cero con
violencia, como si se le hubiera podado el cabello con un cortacésped con toda la maldad del
mundo.
La gran mata de pelo rubio caía a sus pies.
Natalie. Cruelmente rapada al cero. Casi totalmente desnuda con sólo las bragas y el
sujetador medio desabrochado de encaje negro que, irónicamente, le había regalado yo para
Navidad el año pasado. Llorando a lágrima viva sobre el suelo, estrujando los mechones de
cabello entre sus finos dedos. Me miró y por una vez en la vida, fue ella quien bajó la
cabeza, horrorizada y avergonzada por su decrépito aspecto.
Miró con odio puro a Tom y con un pavor indescriptible.
Entonces, nuestras miradas se desviaron. Todo estaba dicho sin necesidad de articular
palabra. Ni una palabra. Nunca más.
-A fuera. Venga. Eso es… ¡Agáchate más! – y ahora no podía. No podía vomitar. Tom suspiró
detrás de mí y se agachó a mi lado, frente al inodoro abierto. - ¡Quieres vomitar, coño! –
balanceé la cabeza de un lado a otro. No, no quería, no tenía fuerza ni para eso. – Cinco
jarras, imbécil. Cinco jarras enteras. Eres tan jodidamente canijo que si no lo echas fuera, te
va a dar un coma etílico. – encogí el cuello. Tom me agarró el pelo de repente,
apartándomelo de la cara y empujó mi cabeza contra el vater. Me rodeó la cintura y como el
bruto que era, me apretó la barriga a mala leche, como si me hubiera dado un puñetazo.
Sentí con profundo asco el líquido espeso y caliente subiéndome por el esófago. Vomité. – Ya
era hora. – por su tono ahora más sosegado, parecía que situaciones como aquella las vivía
día a día. Supuse que sí, que sería así antes de venir aquí. En cambio, para mí, era mi
primera borrachera, al menos, tan bestial como esa.
Nunca había vomitado antes por un empache de alcohol. - ¿Ya? ¿Ya has terminado? ¿No
quieres echar más? – no contesté. Sí que quería echar más. El estómago parecía bailarme
dentro del cuerpo, pero ahora estaba vacío y seguramente el depósito de la bilis estaría
también vacío después de semejante viaje.
-No puedo más… - murmuré. Tom me soltó el pelo y me dio un par de tortazos suaves en las
mejillas para espabilarme.
-¿Estás ya más lucido? ¿Puedes levantarte tú solo? – asentí con la cabeza, despacio. – De
acuerdo, pues entonces mea.
-¿Qué?
-Cinco jarras. Tienes que estar meándote como una perra, así que mea. – le miré fijamente,
sin tener muy claro lo que me acababa de decir. Tanto ponche no sólo le había metido una
paliza a mi hígado, sino que me había dejado un poco corto. - ¿Quieres que te la saque yo
entonces? – su mano bajó hasta mi entrepierna. Los dedos se introdujeron entre mis
pantalones, sobresaltándome.
-No, para… - quise gritarle, pero apenas salió un murmullo de mi garganta. Aún así, a Tom
pareció bastarle y se apartó de mí, levantándose del suelo. Me miró unos segundos,
vulnerable, de rodillas en el baño, con el pelo revuelto, los ojos brillantes y seguramente
pálido. No entendía que veía en mí en esa situación como para sonreír de esa manera
provocativa.
-Date prisa y termina. – cerró la puerta del baño. No le repliqué, sería estúpido hacerlo en mi
estado. En realidad, no dije nada porque no tenía ganas.
Todo se había sucedido envuelto en un tenso e incómodo silencio de vuelta a casa en el a
coche. Me dormí. O eso o me hundí en un profundo coma del que no era capaz de salir.
Quizás hubiera muerto porque allá dónde estaba sólo veía la misma escena una y mil veces.
Tom subiendo por las escaleras con Natalie agarrada a su mano, Sparky besándome en los
labios mientras yo me revolvía, asqueado. Pero sobretodo el morreo entre Natalie y Tom, la
sonrisa provocadora, vacilándome, rompiéndome por dentro. Si estaba muerto, eso era el
infierno. Acababa de descubrir que para un Muñeco era más doloroso ser abandonado por su amo que
ser roto por sus manos.
-¿Ya lo has echado todo? – Tom me miró desde el sofá cuando salí del baño. Estaba tumbado
como si nada, con las piernas apoyadas sobre el reposabrazos y las manos sobre la nuca.
Parecía tranquilo, despreocupado, como siempre. Como siempre…
-Lo has hecho. – no estaba como para pelearme con nadie, y menos con Tom, pero antes de
irme a la cama por una semana, debía decírselo.
-¿El qué? – y encima se atrevía a preguntarme qué. Negué con la cabeza y no le dije
absolutamente nada. No tenía fuerzas ni ganas de cabrearme. Empecé a andar hacía las
escaleras, tambaleándome. El mareo era casi más fuerte ahora, después de echarlo todo. –
Muñeco. – me llamó Tom, pero no me detuve porque él me hablara, sino por el molesto
pitido del teléfono. Subí un escalón más. - ¿No vas a cogerlo? – me quedé quieto, pero no le
contesté.
Oí sus pasos dirigirse hacía el inalámbrico. La casa estaba de repente tan oscura. Quizás
porque eran las cuatro de la mañana. O quizás porque de repente lo veía todo así de oscuro.
-¿Sí?... ¿Georg? ¿Qué pasa? Son las cuatro de la mañana ¿Sabes? – Georg… uno de mis
mejores amigos. ¿O debería decir de mis mejores ex amigos? - ¿Qué estáis en la casa de
Natalie? ¿Qué hacéis allí? – Tom se rió. - ¡No me digas, pero si nosotros hace una hora que
volvimos! ¡Claro que Bill está conmigo, no me lo iba a dejar atrás! – apreté un puño. Su tono
vacilón, como siempre, riéndose como si nada de repente me empezó a sacar de quicio. Me
empezó a provocar algo que no era para nada placer. - ¿Estaba la policía? Tienes que estar
de coña. – Tom volvió a reírse, burlón. – Que va. Supongo que alguna pelea. Bill y yo nos
volvimos antes. El muy cabezón se puso como una cuba y sino llego a encontrarlo a tiempo,
ahora tendría el culo bien abierto.
-Tom… cállate… - musité. Tom me miró de reojo, pero pasó de mí con el teléfono en la
mano.
-Bill está aquí a mí lado ¿Gustav está a tu lado? ¿Puedes decirle una cosa de mi parte? –
Tom se toqueteó el piercing del labio con la lengua, mirándome con una pequeña sonrisa.
Me ardió la sangre de las venas. Seguía riendo, me vacilaba después de haberse tirado a mí
ex y habérmelo restregado por las narices. A Natalie le podían dar por culo, pero él,
¿Sonriendo, con la poca vergüenza de mirarme a la cara y reírse? No podía estar más
furioso. Mis amigos traicionándome, Tom poniéndome los cuernos con toda la mala hostia
del mundo y mi ex… bueno… eso ya era agua pasada.
Lo peor, lo que me hizo explotar vino con la siguiente frase saliendo de la boca de mi novio.
-Georg, dile a Gustav que no se preocupe por Bill. Es muy difícil que por medio del sexo oral
se contagie alguna enfermedad, aunque claro, como Bill tiene la manía de tragarse el semen
de mi polla, quizás... Claro, que menos mal que estoy limpio de enfermedades. Lo
preocupante es el sexo anal. Tiene un culo tan estrecho y sangra tanto que cuando uno se
corre en él, pues… pero mientras lo haga sólo conmigo, no hay que preocuparse por nada. Lo
tengo bien atado… con correa… como a las perras en celo… - Abrí la boca de par en par. Los
ojos se me iban a salir de las órbitas. Él me miraba, con la sonrisa del lobo en la boca,
esperando mi reacción. ¿Qué coño hacía? ¿A que coño había venido eso? ¿Qué… qué…? Me
llevé las manos a la cabeza, temblando.
No podía más, no podía más… iba a explotar, iba a explotar.
¡Bum!
-Voy… voy… ¡Voy a matarte! – bajé de las escaleras de un salto. Estuve a punto de
matarme, a punto de caer sobre el suelo, pero misteriosamente, me mantuve en pie y corrí
hacía Tom. Ni él mismo se esperaba que me tirara sobre él como una pantera, embistiéndole
brutalmente. El teléfono cayó al suelo. Tom se golpeó la espalda y la cabeza contra la pared
con un ruido sordo. De repente me veía ahí, descargando toda mi rabia sobre él, fuera de mí
mismo. Le golpeé con el dorso de la mano la cara. Le arañé. Le di un puñetazo y entonces,
cuando iba a repetir la acción, me agarró las manos. Sentí su rodilla sobre mi estómago,
rozándome y me quedé paralizado.
Me hubiera roto un par de costillas fácilmente con la rodilla si hubiera querido.
-¿Qué? ¿Quieres más? Vaya energía, Muñeco. Universidad, tres polvos, fiesta, borrachera, infidelidad, forcejeo, vomito ¿Y ahora pelea? ¿No preferirías emplear esa energía en un
cuarto polvo? – preguntó, vacilándome claramente, con un hilo de sangre descendiendo por
su labio y un arañazo que ya empezaba a sangrar en su mejilla izquierda. Seguía sonriendo.
-¡Que te jodan! – Rompió a reír - ¡Intento librarme de ti! ¡De tu asquerosa personalidad, de
tu puto ego, de tu prepotencia, de tu egocentrismo! ¡Hipócrita manipulador! ¡Me das asco,
eres repugnante, eres un enfermo, un psicópata, loco! ¡No tienes remedio, me das asco, te
odio! ¡Te odio! ¡Eres repulsivo! – Tom aguantaba mi fuerza con insultante facilidad.
-Pero bueno, ¿A que viene tanta rabia? ¡Georg tenía que saberlo algún día! Además… - sus
ojos brillaban macabramente en la penumbra del pasillo. Tiró de mis brazos hacía adelante,
empujándome hasta él. Me aparté casi al instante, echo una furia, intentando morderle
cualquier parte de la cara, incluso intenté meterle un cabezazo. Tom se reía de mí en mi
cara. - ¿Acaso no han sido unos cabrones contigo? – por un momento me quedé quieto. Dejé
de forcejear y le miré fijamente. No. No, no, no, no…
Sabía lo de Natalie.
Le empujé, me removí intentando quitármelo de encima. Tom me soltó de repente y me
embalé hacía atrás. Choqué contra la pared del pasillo, de espaldas y mi cuerpo se escurrió
hacía abajo. No podía más… no más, ya no más por favor…
-Te acostaste con ella. ¡Me dejaste tirado y te la follaste! – Tom abrió la boca de par en par,
fingiendo indignación.
-¡Pero que cara, Muñeco! Sino recuerdo mal, tú fuiste el primero en tirarte encima suya
como un perrito faldero, delante mía. ¡Me pareció un detalle muy bonito por tu parte
olvidarte de tu novio y correr detrás del culo de tu ex!
-¡Sólo bailé un rato con ella, no hicimos nada más y lo sabes!
-¡¿Y eso lo justifica?! ¡Eh! ¿¡Acaso esa es tu puta excusa!? ¡Si intentas justificarte olvídalo,
no pienso perdonarte! – se puso de cuclillas frente a mí. Yo encogí el cuerpo frente a su
mirada envenenada. – Yo siempre devuelvo las jugadas que me hacen multiplicadas por
diez. Lo siento Muñeco, pero jódete. – me entraron ganas de llorar de nuevo, pero no lo
hice. Deja de arrastrarte, Bill, ¡Ya vale!
Le di una bofetada en plena cara.
-¡¿Y que yo bailara con Natalie lo justifica?! ¡Eh! ¿Acaso que yo bailara con ella durante dos
minutos justifica que me dejaras solo en una fiesta rodeado de tíos que querían darme por el
culo? ¿¡Justifica eso que casi me da un coma etílico por tu culpa!? ¿¡Justifica eso que te la
hallas tirado delante de mis narices!? ¡Eh! ¡Si intentas justificarte, olvídalo, yo tampoco voy a
perdonarte! – la barbilla empezó a temblarme en cuanto terminé de gritarle. Tom se quedó
callado unos segundos, mirándome con el entrecejo fruncido.
No se lo esperaba. Lo que acababa de decirle no se lo esperaba para nada, pero aún así,
sonrió con pura malicia y me agarró de la barbilla con los dedos de una mano, apretando,
obligándome a cruzar nuestras miradas.
-Pues si tú no piensas perdonarme y yo a ti tampoco, creo que tenemos un problema. Yo
diría que… ¿Cómo se dice? ¿Hemos roto? – apreté los puños. Deseaba escupirle a la cara. –
Te tomas las cosas demasiado en serio. Te la han jugado, sí, unos cuantos. Tu novia, tu
novio, tus mejores amigos. ¿En quién vas a confiar ahora? ¿Qué vas a hacer ahora que estás
solo? – fruncí los labios. Me temblaba la barbilla y me dolía la garganta, a punto de llorar
otra vez. Tragué saliva. Que patético.
-Te odio. – Tom sonrió, estrechando los ojos.
-Era de suponer que tarde o temprano ocurriría. No ibas a estar detrás de mi culo
eternamente. De todas formas, tengo que reconocer que ha sido divertido mientras duró. Ha
sido mi mejor experiencia en la cama y siendo un tío. ¡Eso tiene mérito! Ahora que tú tienes
claras tus preferencias por las pollas, yo volveré a las andadas con las curvas prominentes.
Es una pena. De verdad, me vuelves loco, Muñeco… – me dio un descarado lametón en los
labios y me abalancé sobre él para morderle la lengua, pero me sujetó bien la cara,
apretándome la barbilla. Me empujó hacía atrás y se levantó del suelo.
Así de fácil. Así de fácil… así de fácil… ¡Así de fácil!
Las lágrimas empezaron a descender por mis mejillas sin control, alocadas. Me llevé las manos a la cara, intentando contenerlas sin éxito alguno. El agujero en el pecho, la
humillación, la desesperación…
Y a él le daba igual. Completamente igual.
Ni siquiera había tenido la oportunidad de decírselo.
-Te acostaste… con ella… de verdad… - Tom alzó una ceja, frío como el hielo. Alcé la cabeza
desde el suelo. El cuerpo me temblaba como una hoja. – Eres un idiota. – me levanté,
apoyándome en la pared que había a mi espalda y le miré hecho una furia, con las lágrimas
resplandecientes bañando mi rostro. - ¡Eres un idiota! ¡El que lo da todo por ti soy yo, el que
renuncia a miles de cosas por ti soy yo, el que se arriesga soy yo, el que aguanta que le
señalen con el dedo por la calle soy yo, el que soporta tus caprichos de chulo de mierda soy
yo! ¡El que te quiere soy yo! – le empujé tan fuerte que le hice retroceder unos centímetros
cuando ni el mismísimo Sparky lo había conseguido con un puñetazo. - ¡Soy yo el que está
enamorado de ti, no Natalie! – celos, oh dios, celos. Esa sensación tan enfermiza sólo podían
ser celos.
Le agarré de la sudadera y tiré de él hacía mí. Nuestras caras quedaron separadas por
escasos dos centímetros.
-¡Quería que me follaras a mí, allí, en ese momento delante de todos esos mierdas! ¡A mí!
¡No a ella! ¡Sobre la mesa! ¡Tómame a mí, aquí y ahora, y no a ella porque soy yo el que te
ama! ¡Házmelo ahora!
A la cara, todo a la cara.
Oh… oh, dios mío…
¿Qué he dicho? ¿Qué demonios acabo de soltarle? ¿Por qué, cómo? ¿Cómo puedo ser tan
estúpido? ¿Cómo puedo humillarme yo solo aún más? Hundirme. Por completo. ¡Y a Tom no
le importa! ¿Por qué no? ¿¡Por qué no!?
Me tapé la boca con las manos, jadeando. Llorando. No me atrevía a mirarle a la cara.
Quería desaparecer. Quería morir. Si hubiera tenido algo afilado a mano lo hubiera utilizado
sin pensar, pero como no era así, opté por huir como el perro cobarde que era.
Le di la espalda, pero antes de dar un solo paso, Tom me agarró del brazo con una fuerza
titánica.
-¿Enamorado? – gruñó. - ¿Amor? No me hables de amor. No me hagas reír. Llevamos
follando juntos desde hace seis meses y es ahora, precisamente ahora cuando me hablas de
amor. ¿¡Que coño sabes tú del amor!? – me giré enseguida y le miré, sorprendido a más no
poder.
Tom acababa de perder los estribos, así, de repente al hablarle de amor. Nunca, en esos seis
meses le había visto perder los estribos así. Siempre estaba tan calmado, tan seguro de sí
mismo, tan manipulador y frío.
Y precisamente al hablarle de amor.
-¿Y tú? ¿Qué mierda sabrás tú sobre amor? – le respondí con otra pregunta envenenada. A
Tom le brillaban los ojos en la penumbra.
-Que no existe. Que es un invento absurdo, una excusa inexistente para darle a las personas
un motivo para poder follar a gusto y sin remordimientos. Una excusa para no tener que
compararnos con los animales que somos, para creernos superiores a ellos. El amor no
existe. Es algo ridículo. – una respuesta clara que dejaba ver una ranura de su mente por la
que podía colarme con facilidad. Tom no creía en el amor, en ninguna clase de amor.
Di un paso hacía él. Nuestras frentes se rozaron. Un choque chispeante entre nuestras
miradas.
-Que tú nunca hallas recibido la menor muestra de afecto no significa que no exista. El único
animal que hay entre nosotros eres tú, Tom. El único que no ha recibido y que a cambio no
siente. El único monstruo. – Tom se quedó callado, observándome fijamente, analizándome.
Quizás no supiera que decir, quizás le acabara de hacer daño. Quizás…
-Creo que prefiero ser un animal a ser tan patético como tú. – No. No le había hecho daño.
Era de esperar.
Me limpié un par de lágrimas con la mano. Volvieron a salir enseguida y me rendí a ellas al
fin.
-Pues yo no. – negué con la cabeza. – ¿No te has parado a pensar ni por un momento que
nosotros no servimos al futuro? Dos tíos follando. ¿Qué sentido biológico tiene eso, eh? Ninguno! ¡No hay descendencia, no hay genes de por medio! ¡No pretendemos perpetuar la
especie, sólo queremos amarnos como personas, no como perros en celo! ¡Precisamente por
eso esa clase de amor es mucho más pura que cualquier otra! ¡Pero tú no entiendes nada y
por eso no sientes nada!
-Pues enséñamelo. – rápido y fuerte como él solo, me agarró los brazos y los alzó frente a su
cara, apoyándolos en sus hombros, mirándome severo, con los ojos de tigre enjaulado
deseando salir. – Muéstrame ese supuesto amor. Dámelo, todo, lo quiero entero. – apoyó su
frente sobre la mía, presionando ligeramente en ella. La rodilla entre mis piernas, apretando,
excitándome con su grave voz. Jadeaba sobre mis labios, imitando mi desesperada
respiración. - Demuéstrame su profundidad, su fuerza, sus movimientos, su límite, su deseo.
Muéstrame tu amor, totalmente desnudo. - tragué saliva. Él pareció observar el movimiento
de mi nuez con sumo interés. - ¿O tienes miedo de mí?
-¿Acaso debería temerte? – pese a mis palabras, los latidos exaltados de mi corazón me
delataban. Y más aún, más expuesto cuando apoyó la mano en mi pecho, cronometrando los
latidos con saña.
-Sí, si de verdad estás enamorado. Puedo aplastar tu amor con un solo dedo. Puedo
demostrarte fácilmente que amor es una palabra sin significado y puedo enseñarte que la
pureza no entra en el término de calentar pollas, da igual si eres hombre o mujer. ¿Quieres
comprobarlo? Destrozaré todos tus sueños, uno a uno. Sólo tienes que decir, sí.
-¿Y si digo que no? – Tom ladeó la cabeza, con la sonrisa intacta.
-¿Vas a concedernos el beneficio de la duda por miedo a perder contra mí? – suspiré sobre
su boca entreabierta, con toda la rabia y el deseo que experimentaban mis sentidos. Le miré
fijamente con los ojos entornados, serio. La expresión de Tom era de puro gozo, repleto de
ansia, de ganas de que le siguiera el juego.
-No te tengo miedo.
-Lo sé. – rozó su nariz con la mía, acosándome con los labios. Buscaba mi boca, pedía que se
la entregara para penetrarla con su lengua, con los labios entreabiertos. Le giré la cara, con
la respiración más que acelerada, frenética. – Eres el único que puede decir eso de verdad. –
empezó a pasear la punta de la lengua por mi cuello. Me estremecí entero con sus manos
acariciándome el pelo, reteniéndolo entre sus dedos, jugando conmigo. Jugando.
Le empujé con fuerza, separándolo de mí, contra la pared de enfrente. Mi mano en su pecho,
subiendo arriba y abajo al ritmo ansioso de su respiración.
-¿Lo quieres? ¿Quieres mi amor para ti solo? ¿Para utilizarlo, para divertirte jugando? ¿Para
correrte encima de él? ¿Lo quieres? - ¿Acaso hacía falta preguntarlo? Su expresión lo decía
todo. Los ojos brillantes, entrecerrados y maliciosos, las mejillas levemente ruborizadas, los
labios húmedos, siendo recorridos por la lengua mojada, empapada. La mirada pendiente,
analizando cada movimiento de mi cuerpo.
Me llevé las manos al principio de la camiseta y me la saqué de un tirón, sacudiéndome el
pelo en un movimiento que pareció excitarle, pillándole desprevenido. Le tiré la camiseta a la
cara.
Me recorrí con una mano el torso, delineando un camino con el dedo índice, desde el
principio de la ingle hasta mi hombro. Entreabrí la boca para darle el gusto de poder
contemplar la lengua que quería atrapar entre sus labios y los míos.
-Si lo quieres, ven a por él. – y le di la espalda, adentrándome en el salón siendo perseguido
por mi acosador particular desde la sombra mientras me desabrochaba el cinturón de los
pantalones y me deshacía de las botas con facilidad. Tom pareció pensárselo unos segundos,
los justos antes de que dejara caer los pantalones al suelo junto con los boxer y me diera la
vuelta, exhibiéndome completamente desnudo frente a él. Se mordió el labio. Yo me llevé un
dedo a la boca, mordiéndolo, lamiéndolo frente a su intensa mirada. – Soy todo tuyo, Tom.
¿Me quieres o no?
Su sonrisa diabólica no varió ni un instante mientras se sacaba la camiseta y se soltaba el
cinturón de los anchos pantalones. Su lengua no se cansaba de jugar entretenida con el
piercing del labio.
Si Tom quería guerra, no sería yo quien se la negara.

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora