By Bill
La noche seguía su curso. La Luna seguía ocultando al Sol bajo su manto plateado, persiguiéndolo en una carrera infinita. Las estrellas parecían caer, simulando las lágrimas de aquel satélite infinitamente más pequeño que aquel colosal monstruo de fuego. La oscuridad se ceñía sobre ella, brillante y redondeada, repleta de cráteres que la hacían inconfundible. No existía en el universo un planeta de su mismo tamaño, con su misma agujereada superficie y similar resplandor que, lejos de ser propio, resultaba más que suficiente para iluminar a los seres que vivían a miles de kilómetros bajo ella.
Nunca me había parado a pensarlo y de repente, me sentí avergonzado por no haber reparado antes en aquel detalle. La Luna jamás se mostraba igual. Daba igual desde qué perspectiva observarla. Era la misma Luna que todos observaban y distinta al mismo tiempo y, aunque fuera igual para todos, siempre se presentaba de una manera diferente a la de la noche pasada o a la de la noche siguiente. Igual que sus lágrimas, siempre diferentes, siempre nuevas y algunas, más viejas, las cuales acababan evaporándose como si fueran agua de mar. Pero el proceso era tan lento, que nosotros apenas éramos capaces de apreciarlo. La muerte de una estrella... la muerte de una lágrima... ¿En qué se diferenciaban a parte de en el tiempo tan dispar en el que tardaban en desaparecer?
-¿En qué estás pensando? - a mi lado, Tom dirigió una mirada curiosa al cielo nocturno a través de la persiana, curioseando, buscando el foco de mi atención. Por su fruncimiento de ceño, no encontró lo que buscaba.
-Estaba pensando en la Luna, en las estrellas, en el Sol y las lágrimas. - respondí. El movimiento sutil de su mano acercándose a la piel de mi brazo me desconcentró. La yema de los dedos de Tom besó el vello que se erizaba con el efímero contacto.
-¿Te has puesto filosófico? Conociéndote, pensaba que estarías dándole vueltas a algo más romántico y cursi. - me incorporé levemente en la cama, entumecido, separando la espalda desnuda del colchón y la nuca del hombro de mi hermano. Él no se movió. Tumbado de costado, siguió besando el casi inexistente vello de mi espalda con los dedos.
Hacía rato que Scotty había dejado de ladrar. Debía haberse dormido.
-¿Estás incomodo? - me preguntó y enseguida negué con la cabeza.
-No. Estoy... sorprendido.
-¿Por qué? - Tom dejó los roces y apretó la mano contra mi cintura. Su pulgar siguió acariciándome sin descanso.
-Porque me siento bien. Estoy feliz. - apoyando el codo sobre la almohada y la cabeza sobre los nudillos, conseguí adoptar una posición cómoda desde la que podía apreciar el brillo de los ojos de Tom, afilados como los de una serpiente, llameando y lanzando chispas de ardiente fuego en la penumbra.
-¿Y eso qué quiere decir?
-No lo sé. Que llevo meses sin sentirme así, tan tranquilo, supongo.
-¿Tranquilo? - enredó la mano en mi pelo, alrededor de la oreja. Me masajeó con suavidad el cuero cabelludo de esa zona, haciéndome ronronear. - En secundaria, tuve una profesora de filosofía que estuvo a punto de suspenderme precisamente por darle crédito a eso que tú estás insinuando.
-¿Qué estoy insinuando? - cerré y los ojos y acabé abandonándome de nuevo en la cama, con la cabeza aplastando mi propio brazo, disfrutando de su tacto, que había descendido por el cuello, dando diminutos golpecitos sobre él con los dedos.
-El placer no es igual a felicidad. La ausencia de placer no te causará infelicidad. Eso dijo ella.
-Hum... ¿ya hacías estas cosas lujuriosas por aquel entonces? Pobre profesora. - su estómago se encogió por la risa y a mí por remordimientos. Sin darme cuenta, había tocado un tema delicado, otra vez.
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MUÑECO By Sarae
RomanceUn Muñeco al que hacer sufrir... un Muñeco al que romper... Poco me importaba quien fuera o qué fuera para mí. No tenía preferencias por nadie, cualquier criatura bonita con cuerpo de porcelana y fácil de manejar estaría bien. Cualquier persona, cua...