Capítulo 15

134 12 0
                                    

-Perdone… - el dependiente de la tienda se me quedó mirando con expresión piadosa cuando
se percató de mí presencia. Parecía buen tío y bastante inocente. Genial. Me acerqué a él
con carita de cordero degollado, jugueteando con mis manos intentando aparentar inocencia
y timidez. – Usted es ¿El dueño de la tienda? – murmuré, con voz bajita y tristona. Tosí un
poco para darle más realismo al personaje que interpretaba.
-No, chico. Yo soy el hijo del dueño. – chico dice. Igual tengo más años que tú, mequetrefe.
- ¿Por qué? ¿Quieres algo? – asentí sumisamente con la cabeza.
-¿Me puede decir cuanto cuesta esa guitarra de ahí? - señalé la Gibson Les Paul serie Custom
con el dedo. El dependiente sonrió al verla y se giró hacía mí, con una sonrisa que ni para un
anuncio de Colgatte.
-Esa es el ojito derecho de mi padre, chico. Es una Gibson Les Paul serie Custom… - si, ya sé
como se llama. Al grano, tío. – Vale alrededor de 3400 euros. No estoy muy seguro. ¿Te
interesa? – asentí con la cabeza.
-Mi hermano tenía una como esa, era igual. Era de mi papá. Pero hubo un incendio en casa y
se quemó y ahora mi papá no puede tocar la guitarra, se le quemaron las manos. – el
dependiente palideció.
-Vaya, que… pena… - forzó una sonrisita. Yo forcé otra, más tristona.
-3400 euros es mucho dinero. Mi hermano no me ha dado tanto. – hice un puchero.
-Oh, ¿Quieres la guitarra para tu hermano? – se inclinó sobre mí, como si fuera un mocoso
con una piruleta en la boca con el que debía ser amable. Joder, que tío más tonto, ¡Pero si
era más alto que él!
-Es mi hermano mayor. – asentí. – Me dijo que le comprara la guitarra más bonita que
hubiera en la tienda con nuestros últimos ahorros, para tocarla en Navidad. – suspiré
dramáticamente – Nuestra última Navidad juntos.
-¿Vuestra última Navidad juntos? – le miré a los ojos con la cara más patéticamente penosa
que tenía, con las cuencas de los ojos llenas de lágrimas. No me había maquillado
precisamente por eso. Tenía pensado en una medida desesperada romper a llorar en
cualquier momento, además, así, sin maquillar sí que daba pena.
-Mi hermano tiene SIDA. – el dependiente tragó saliva. – La pilló cuando estuvo en África,
ayudando a los más necesitados.
-Pe-pero… ¿El SIDA no se contagia por contacto sexual?
-¡Por contacto con la sangre zero positivo! Allí, poniendo vacunas a todas aquellas pobres
personas… Era inevitable que el bueno de mi hermano acabara pinchándose con una aguja
no esterilizada infectada con el virus. – el dependiente flipaba en colores. Yo la verdad es
que también, estaba haciendo tan bien el papel que me lo empezaba a creer. – Los médicos
dicen que le queda poco más de un mes de vida, así que ha decidido volver a casa para
morir dignamente, con los suyos. Su último deseo es tocar una última vez una guitarra…
parecida a la que nos tocaba papá antes de que… de que… snif… - se me saltaron las
lágrimas solas, imaginando a Tom en una camilla de hospital muriéndose. Uss, me
angustiaba el sólo pensarlo.
-Chico, no llores hombre… - el dependiente no sabía que decir para consolarme. Tenía una
cara de, joder, que pena ¿Qué hago? ¿Qué le digo?, que no podía con ella.
-Ais… no pasa nada, no pasa nada. La vida sigue ¿no? – el dependiente asintió
frenéticamente con la cabeza, sonriéndome amablemente. – Bueno… hasta que el cáncer de
pulmón se me extienda lo suficiente y deje de respirar.
-Coño…
-¡Pero claro, eso no es un problema suyo! La guitarra es demasiado cara, ¿Qué se le va ha
hacer? - El hombre asintió con la cabeza, con pena. – Bueno… - empecé a caminar,
cabizbajo, arrastrando las piernas hacía la salida de la tienda de música. – Igual aún nos
sirve el viejo ukelele con el que mamá se cortó las venas al ver que sus dos hijos se morían
entre horribles sufrimientos… snif… pobre mamá. – miré hacía atrás. El tío bajó la cabeza,
hecho polvo ante mis palabras. Me puse a toser ruidosamente, mirándole de reojo. Tosí más
ruidosamente, haciéndome polvo la garganta y hasta me dejé caer de rodillas en el suelo,
encorvándome violentamente hacía delante.
-¡Chico! – el hombre corrió hasta mí, blanco como la cera. - ¿Estás bien?
-No… mi hermanito está mucho peor… ¿Cómo le diré… cómo le diré a mi pobre hermanito
que no he conseguido su preciosa guitarra? – volví a toser ruidosamente. El tío empezó a
desesperarse.
-Quizás… quizás podríamos rebajártela un poco. – dejé de toser y le miré, con los ojos
brillantes.
-¿En serio? Que buena gente es usted.
-Quizás unos doscientos euros… - hice cuentas enseguida. Eso se quedaría en 3200 euros…
¡Una mierda! Empecé a toser con más fuerza. - ¡Oh, oh, quizás quinientos, sí, quinientos
como mucho! – eso serían unos 2900 euros.
-¡No tengo tanto dinero! – lloriqueé. Él ya había comenzado a desesperarse del todo.
-Bueno… quizás… quizás… ¡Ya lo sé! Necesitamos ayuda con la tienda, quizás si nos echaras
una mano con el trabajo, podríamos rebajártela un poco más. – me le quedé mirando, serio.
¿Trabajar, yo? No he trabajado en mi puta vida.
-¿Qué clase de trabajo?
Esto era ridículo, patético, absurdo. Un complot para humillarme entre todos, ¡Si, eso era!
-¡Jou, jou, jou, Feliz Navidad! ¡Tome, tome, no se le olvide visitar la tienda de música
especializada Krachbuol, dónde venden los mejores instrumentos de música del país! ¡Oh,
oh, tome, tome y piénseselo bien antes de comprarle a su hijo un móvil, hombre, que ya
está muy visto, ahora lo que mola son las guitarras, para que los niños monten su propio
grupillo! ¡Jou, jou, jou, Feliz Navidad! ¡Rebajas de hasta un 30 por ciento en la tienda de
música especializada Krachbuol!
Sí. Lo sé. Ir paseándose, dando tumbos de aquí para allá vestido con un traje de Papá Noel
con dibujitos de trompetas, pianos y violines, con un gorro y barba blanca postiza incluida,
repartiendo propaganda de una tienda de música en pleno centro de la ciudad haciendo tocar
una campanita con la mano y gritando cada dos por tres, jou jou jou, NO era una forma muy
eficaz de recuperar el orgullo perdido. Pero por lo visto era el camino más rápido y agradable
a la hora de conseguir el dinero para la guitarra de mi hermano/novio/psicópata. El otro
camino era prostituirme, cosa que obviamente, no pensaba hacer. Pero empezaba a creer
que las dos opciones eran igual de humillantes y vergonzosas.
-¡Aahhh, Papá Noel! ¡Es Papá Noel! – un grupo de niños se me acercaron con los brazos en
alto, con los ojitos brillantes gritando el nombre del gordito de traje rojo que según el mito,
traía regalos el día de Navidad. Que monos, míralos tú que monos corriendo y
enganchándoseme en las piernas, tirando de mis pantalones.
-¡Santa, Santa! ¡El año pasado te pedí un scalextric, no esa bicicleta fea y verde que me
trajiste!
-¡Y yo te pedí una Barbie, no ese vestido rosa con volantinas! ¡No lo quiero, quiero mi
Barbie! – me quedé mirando como los niños empezaban a gritarme y a quejarse por regalos
que no había hecho. Retrocedí, impactado con tanto mocoso junto criticándome y tirando de los pantalones, tan fuerte que tuve que agarrármelos para que no me los bajaran.
-Esto… Eh, niños, si yo no… - a ver como les explicaba yo ahora que era un tío que sólo
quería pagarse una guitarra para regalársela a su hermano y no Papá Noel.
-¡Vamos a quitarle el saco de los regalos, vamos a quitárselo y nos quedamos los regalos! -
¡Uis! Pegué un bote cuando los niños se me engancharon del saco con los papeles de
propaganda de la tienda y empezaron a tirar.
-¡Eh, no, no, no! ¡Soltad el saco, soltadlo! – y los niños empezaron a tirar con más fuerza.
Joder, eran tantos que no podía con ellos, eran como doce y poco a poco, veía como se le
empezaban a unir más y empezaban a tirar y a tirar con más fuerza hasta que casi me
arrastraban con el saco. De repente, uno de ellos se me enganchó de la barba postiza,
tirando. - ¡Eh, la barba no, suelta, suelta!
-¡Ahh! – el gorro se me cayó al suelo y me descolocaron la barba por completo. - ¡No es
Papá Noel! – ala, y todos soltaron el saco de golpe, haciendo que cayera al suelo de culo.
-¡No, no soy Papá Noel y que sepáis que Papá Noel no existe! ¡Ni los Reyes Magos! ¡Los
regalos os lo hacen vuestros padres, ea! – los niños me miraron con cara de ¿Qué me estás
contando? ¿¡El pato Lucas ha matado Bugs Buny!? Y salieron corriendo, gritando mamá.
Algunos hasta llorando. Me quedé quieto, sentándome de rodillas en el suelo, shockeado por
lo que acababa de pasar.
-Que vergüenza, destruir las ilusiones de los pobres niños así. – mujeres de la edad de mi
madre para arriba se me quedaron mirando, murmurando. Intenté levantarme con pesadez.
Tenía el traje forrado de cojines y cosas así para que aparentara más anchura y estaba
sudando como un pollo asado. La primera vez, me caí de lado al suelo. La segunda di un
traspiés y me fui hacía atrás.
-Aahh… - murmuré, intentando mantener el equilibrio para no darme la hostia del siglo. No
lo conseguí exactamente.
-¡Eh! ¡Cuidado por dónde vas, imbécil! – me di la vuelta enseguida, enfurecido. ¡Ya estaba
harto!
-¡Si tienes algún problema, apártate tú joder y ten más respeto! ¿No ves que soy Papá…? –
me quedé mudo, mirando esa mata de pelo rubio erizado que tenía por pelo y esos ojos
negros tan penetrantes. Tenía un par de cicatrices alrededor de la cara que le hacían parecer
aún más fiero, más imponente. Coño, sabía demasiado bien quien le había hecho esas
cicatrices. - ¡Sparky!
-¿Qué has dicho, gordo de los huevos? – me agarró por un momento del cuello del traje rojo
y acercó su cara a la mía, gruñendo, hasta que entrecerró los ojos y nos quedamos mirando
fijamente. – Tú… - mierda. Fruncí el ceño mientras le observaba curvar los labios en esa
macabra sonrisa. – Eres la puta nenaza de Bill.
-¿¡A quien llamas puta nenaza, chucho!? – le pegué con el saco en la cabeza. Sparky se
inclinó hacía delante, adolorido. Alcé el saco otra vez… ¡Ya me habían tocado los huevos lo
suficiente por hoy!
-¡Eh, eh, que todavía estoy herido, coño! – nos miramos con cara de mala hostia. Sí, estaba
herido. Su brazo aún estaba vendado, aunque ya no tenía los dedos entablillados.
-¡Piérdete y déjame en paz! ¡Estoy trabajando!
-¿Trabajando? ¿Tú? Estás haciendo de payaso ¿no? – suspiré, empezando a perder la poca
paciencia que tenía. ¡Me estaba poniendo histérico!
-Te lo advierto…
-Ya me he enterado de que el tío que me metió la paliza no es otro que tu novio. – arrugué
la cara y me di la vuelta, soltando el saco en el suelo y cruzándome de brazos frente a él,
con la misma pose que Tom cuando se ponía chulo. Si pensaba soltar una broma, burlarse o algo parecido, le rompería la boca. De lo que más orgulloso me sentía en esos momentos era
de que algo se me hubiera pegado de Tom en lo referente a su chulería. Aunque yo ya de
por sí, siempre había sido bastante chulo.
-Si piensas burlarte de mí te rompo los dientes.
-Jun, no pensaba hacerlo. Me resultaba más que obvio que eras maricón.
-¡Genial, viva! ¿Quieres que te haga palmas? ¡Pues que sepas que no, sólo tengo un culo y
sólo se lo dejo a Tom! ¡Los demás tíos son como tú, por eso me dan tanto asco! – le saqué la
lengua y le hice un gesto con el dedo que no pareció gustarle nada por la clara vena que se
le marcó en la sien. Me dieron ganas de romper a reír en su cara. Tenía una cara de perro a
punto de tirársete a la boca…
-Puto sarasa…
-¿¡Qué!? ¿¡Que me vas ha hacer, eh!?
-¡No merece la pena! ¡Con un pelo que te toque irás llorando detrás de tu novio! - ¡Pero que
mamón!
-¡No necesito que mi novio me proteja!
-¡Desde luego, por eso me metió una paliza!
-¡Ja! ¡Culpa tuya por ser tan débil! ¡Te la merecías, no digas que no! – bah, hablar con ese
imbécil no tenía sentido. Iría con mi saco a repartir propaganda a otra parte. Lo agarré y
volví a cargarlo sobre mi hombro. - ¡Siempre, desde parvulitos tocándome los huevos! ¡Que
si tirándome del pelo, manchando mi baby de pintura, rompiendo mis ceras de colores,
comiéndote mi pegamento! ¡Te merecías una paliza un día! ¡Jódete!
-Si. ¡Es lo que todos los niños hacen para llamar la atención de la persona que les gusta!
-¡Si!... ¿¡Qué!? – me volví rápidamente, con la boca abierta. Sparky ya me había dado la
espalda y se había puesto a andar, alejándose entre la multitud. ¿Qué había dicho? Es decir…
¿Qué? ¿Perdón? ¿Acababa de insinuar que yo le gustaba o lo había imaginado? Tragué saliva.
Mejor no pensaba en ello, no, mejor no. Mejor seguía trabajando y le compraba la guitarra a
Tom, si.
Joder, ¿Qué diría Tom cuando viera esa pedazo de guitarra en sus manos? O qué haría…
estaba impaciente por que la viera.
-¡Estupendo, las has repartido todas! ¡Buen trabajo! - ¡Por fin, por fin! Eran las ocho de la
tarde y me había pasado de aquí allí todo el día, entregando propaganda a todo el que se me
cruzaba por delante. ¡Estaba muerto, no me sentía las piernas y tenía hambre, mucha! Sólo
me había dado tiempo de comprarme una hamburguesa y no había podido echarle ni
Ketchup por no manchar el traje. Y ahora, cuando llegara a casa, debía arreglarme bien,
prepararlo todo para cuando llegara Tom y colocar la guitarra de forma casual y… que mis
primos no me lo jodieran todo.
-¿La guitarra? – el dependiente asintió con la cabeza, sonriente. Fue hacía el pequeño
escaparate de cristal y lo abrió con mucho cuidado. Me quedé embobado observando como
sacaba la guitarra de allí con mucha suavidad, muy lentamente y me contuve de ponerme a
dar botes de alegría allí mismo, ansioso. La llevó hasta el mostrador y la dejó con suma
delicadeza sobre la madera. Sacó una enorme funda negra dónde la metió. Me estaba
poniendo nervioso la lentitud con la que lo hacía.
-¿Quieres papel de regalo?
-¡Sí, por favor! – tenía que haberle dicho que no. Metió la funda con la guitarra en una caja
de cartón azul oscuro y empezó a envolver la caja en papel de regalo con muñecos de nieve
y corazoncitos. Realmente cursi. Cuando llegara a casa lo desenvolvería y le pondría un lazo  bonito o algo por el estilo y perfecto.
-Ya está. – guay… - Son 1890 euros.
Vale… esto… ¿qué?
-Pero… con el trabajo y eso no… - me lo quedé mirando, esperando una explicación. ¿No era
gratis con el trabajo que me había costado repartir toda esa propaganda de mierda vestido
de gordo barbudo?
-Bueno, te dije que si trabajabas y nos ayudabas a repartir la propaganda te la rebajaría. Te
he rebajado 1510 euros, no está mal, ¿no? – creo que el labio inferior empezó a temblarme.
-Son casi 2000 euros. – el tío asintió con una sonrisa que me estaba sacando de quicio.
-¿No tienes ese dinero? – murmuró, aún más sonriente. Claro, ya que había hecho el trabajo
si le decía que no, saldría ganando el muy mamón. Se quedaría la guitarra para venderla a
su precio original a otro tío que no diera tantos problemas y, como Bill es tonto, ha hecho el
trabajo sucio sin obtener nada a cambio. Mierda, ¿Por qué no preguntaría antes de mover un
solo dedo?
-Bueno… tenerlo, lo tengo pero… - tragué saliva. 200 euros ahorrados a lo largo del año,
2000 euros para gastarme en Clennan´s, 1000 para mis preciosas botas y 1000 para ropa
cojonuda. ¡Ese dinero es mío y no pensaba gastármelo en una guitarra sólo para Tom! ¡Es
mío, esas botas son mías!
-¿Entonces? Si tienes el dinero, ¿Cuál es el problema? – puto dependiente de los huevos.
¡Mamón! No, no voy a llevármela, decidido y para quitarme el mal sabor de boca por
habérmelo currado para nada me compraré las botas hoy mismo y las estrenaré, sí, eso
haré.
-Creo… que no voy a llevármela.
-¿No? – entrecerré los ojos.
-No… - la guitarra estropeada de Tom…
-¿Seguro?
-Seguro… - La sonrisa de Tom, su cara concentrada en la guitarra mientras tocaba, nuestra
burbuja…
-¿Segurísimo? – La persona en cuestión se siente tan abandonada, que deriva un
comportamiento delictivo sociopático…
-Segurísimo…
-¿No se arrepentirá? – Muñeco…
Se acabó. Le planté en la cara los 2000 euros de golpe, aplastándolos contra la mesa.
-¡Dame la puta guitarra, dámela, dámela, dámela! – se la arranqué de las manos y salí
corriendo del lugar, sin mirar hacía atrás, con los ojos cerrados intentando reprimir las
lágrimas.
Aquellas preciosas botas a las que les había jurado amor eterno…
-¡No! ¡Mis botas! ¡Buah! – y me fui lloriqueando corriendo a casa. Sólo me faltaba caerme
por el camino y cargarme la guitarra, sólo eso y sería la peor víspera de Navidad de mi vida.
-¡Bill, Bill, primo Bill! – las mellizas de mi tía entraron en mi cuarto armando un gran
escándalo, cogidas de la mano. Me metieron un susto de muerte que hizo que el lápiz de  ojos acabara precisamente en ¡Mi ojo! ¡Tuerto!
-¡Ah! ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!? ¿¡Que le he hecho al mundo!?
-¿Primo? – las miré con un ojo entreabierto. Estaban más monas, con sus trajecitos idénticos
de un color amarillo con florecitas y el pelito rubio en dos coletitas mirándome fijamente con
esas caritas tan dulces. Lena se chupaba el dedo inocentemente, mirándome con atención.
Ais… las únicas criaturas buenas que ocupaban la casa.
-¡Hola, preciosas! – me agaché de cuclillas y les di un abrazo a las dos a la vez, luego un
beso en la frente.
-¿Qué haces? ¿Qué haces?
-Intento prepararme para esta noche, pero unas renacuajas me obstaculizan el intento. – las
dos se miraron y se rieron.
-Que raro eres primo.
-¿Te maquillas? ¿Puedo maquillarme yo? ¿Puedo, puedo?
-¡No, no, vosotras sois muy pequeñas todavía!
-¡Joo, venga! – les di la espalda y volví a coger el lápiz, clavando la mirada en el espejo y
terminando rápidamente de maquillarme. Estaba perfecto, aunque estuviera mal que yo lo
dijera. Me había puesto a experimentar con mi pelo otra vez. Nada de electricidad, aunque sí
algo de laca sobre el flequillo y lo demás, liso y brillante. El maquillaje, sin pasarse pero el
suficiente que me caracterizaba. Pocos complemento, sólo una cadena gruesa que me
colgaba del cuello y todo de negro. Estrenaba ropa nueva, bien ceñida al cuerpo, como me
gustaba y las botas… unas botas que también había comprado en Clennan´s, no eran esas
fantásticas botas del escaparate pero… no estaban mal.
-¿Cómo estoy? – les pregunté a las mellizas. Las niñas abrieron la boca, mirándome.
-¡Que guapo! ¡Que guapo!
-¡Primo! ¿Quieres ser mi novio? – me entró la risa floja.
-Mocosas, algún día tendréis novio. No tan guapo como yo, pero os querrá mucho. Seguro
que…
-¡Un novio, un novio! Cómo tú, ¿verdad? – giré la cabeza. El enano de nueve años de mi
primo Damien acababa de entrar por la puerta con una pistolita de agua en la mano. Me
apuntó con ella.
-¡Eh, eh, eh, ni se te ocurra que te meto!
-¡Primo Bill, mi padre dice que maquillarse es de maricas! ¡Tú eres marica y tienes novio!
-¡Serás… mamón! – las mellizas se llevaron una mano a la boca.
-¡Ha dicho una palabrota, el primo ha dicho una palabrota!
-¡Dile a tu padre que los futbolistas en paro no tienen opinión en este asunto!
-¡Vale! – Damien se fue corriendo, no sin antes lanzarles un chorro de agua a las mellizas
con la pistolita y una sonrisa traviesa en la boca.
-¡Damien! – las dos niñas salieron escopeteadas, detrás de su primo. Suspiré y avancé hacía
la puerta con resignación para cerrarla cuando una bola de pelo negra me hizo dar un paso
atrás con el corazón a cien del susto. Mi prima Melisa, la mayor después de mí, alzó la
cabeza lentamente y me miró con sus ojos delineados con sombra gris, con cara de estar en
un entierro.
-Hola Meli, ¿Que me cuentas? – intenté ser amable con la ceja temblándome con un ligero
tic. Mi prima entró en mi cuarto sin decir palabra, con la cabeza baja, miró de un lado a otro
y señaló la funda que había sobre la cama. La Gibson dentro de ella. - ¿Eso? Es un regalo,
¿Por qué? – mi prima me miró. La verdad es que era la prima que más miedo me daba y
eso, que no hablaba. No porque fuera muda, sino porque no le daba la gana. Iba siempre
vestida de negro, tenía la piel blanquísima y el pelo negro le tapaba media cara. Era muy
guapa, guapísima, sino fuera por que no hablaba y siempre tenía esa cara de muerto. No me
gustaría encontrármela por la noche en un callejón oscuro, la verdad. - ¿Quieres… algo? – se
me quedó mirando en silencio, poniéndome nervioso y volvió a señalar la guitarra. – Es un
regalo para mi hermano. – frunció el ceño o eso me pareció. – Tom… no te acuerdas de él,
¿verdad? – negó con la cabeza, se acercó a la funda, la miró simplemente por encima, se dio
la vuelta y se fue.
Pues vale, Melisa, adiós. Diviértete.
Suspiré, agarrando la funda con la guitarra dentro y posándola suavemente sobre el suelo,
de pie, apoyando el mástil sobre la cama.
Estaba emocionado, el corazón me latía a cien pensando en Tom. No veía la hora de verle
entrar por la puerta y dársela, no veía la hora de arrastrarle hasta la azotea donde había… el
sonido del móvil me sacó de mi ensimismamiento.
Llegaré un poco tarde, Muñeco. La espera valdrá la pena, te lo prometo.
Mierda… la Navidad se me estaba torciendo.
-¡Que guapo, primo, que guapo te estamos dejando! – daba igual cuanto alcohol bebiera. Era
imposible evadirse de aquella realidad. Ya tenía mis putos 19 años, pero a decir verdad,
prefería estar con mis primas de seis años dejando que me hicieran trencitas en el pelo a
meterme en una conversación sobre la apasionante economía del país y como la
homosexualidad se había incrementado en un siete por ciento este último año.
Mis tíos eran unos homófobos de mierda y sus opiniones sobre la homosexualidad me
mosqueaban bastante. Tolerancia cero. No me creía que fueran parientes míos si decían
semejantes barbaridades como, habría que reunir a todos los maricones del mundo y
quemarlos en una pira. ¿Qué problema tenían? ¿Eran descendientes de los nazis y la habían
tomado con los gays en vez de con los judíos o qué? ¿No se suponía que estábamos en
víspera de Navidad? ¿No se suponía que había que tocar temas más… alegres?
Melisa me miraba fijamente, en silencio, mientras las mellizas seguían trenzándome el pelo.
Por un momento, supe lo que estaba pasándole por la cabeza.
¿No piensas decir nada e imponer tu opinión a la de esos bárbaros?
Siempre había sabido imponerme frente a los demás. De hecho, mi madre, mis compañeros
de clase y hasta mis profesores habían dicho alguna vez que tenía el carácter de un líder
nato, el carácter idóneo para un presidente del gobierno o algo parecido, un ministro, alguien
importante. Un pez gordo. ¡Bah, nunca me había importado la política, y si gané las
elecciones del consejo estudiantil durante cuatro años seguidos fue porque simplemente
supe manejar a la directora del instituto para que no nos obligara a tragarnos veinte minutos
más de clase diarios! ¡Absurdo!
-¡Pues el primo Bill es marica! ¿No, papá? ¡Siempre dices que los hombres que se maquillan
son maricas, entonces, el primo Bill es marica! ¿¡Verdad, papá, verdad!?
Me tembló la mandíbula y desvié la mirada hacía los adultos, que se habían quedado
repentinamente callados, mirándome a la vez. Vale, Damien, muchas gracias.
-Una cosa no tiene nada que ver con la otra, Damien, cielo. – le dijo mi madre, con un ligero
tembleque en la mano. - ¿Verdad que no, Bruno? – mi tío forzó una sonrisa.
-Claro que no, Damien. Hay excepciones… tu primo es una clara excepción. – soltó, con
cierto tonito que me crispó los nervios mientras se llevaba una copa de vino a los labios. Me rendí. Me levanté del sofá, dejando a las mellizas con las manos alzadas cuando aparté mi
pelo de entre sus dedos.
-Gracias por el peinado, preciosas. Pero un hombre no puede ir con trencitas en el pelo,
¿Verdad que no? – las dos se miraron otra vez y volvieron a reírse inocentemente. Me
destrencé el pelo con las manos y me lo revolví un poco.
-¿Qué problema tenéis con la homosexualidad? – interrumpí de repente en la conversación
de mis cuatro tíos. Mis tías y mi madre habían pasado de meterse en el tema porque no les
resultaba muy agradable, al igual que mi padrastro, a quien incluso había oído llamar
calzonazos por ir detrás de mi madre, pasando de meterse en esa supuesta conversación de
hombres. - ¿Os roban a las mujeres, os roban el trabajo o… quizás os molesta su forma de
actuar? ¿Alguna vez habéis mantenido una conversación con un homosexual? ¿Alguna vez
habéis jugado al tennis con uno? ¿No tenéis un compañero de trabajo gay? Quien sabe, es
posible que incluso uno de vuestros hijos lo sea. ¿No tienen acaso dos ojos, dos orejas, una
nariz, una boca, dos manos, dos piernas como todo el mundo? ¿No tienen sentimientos, os lo
hacen pasar mal? No, el único problema para vosotros es que existen y existen como
vosotros existís en el mundo, con los mismos derechos, con las mismas oportunidades.
¡Igual vuestro médico de cabecera es homosexual y no lo sabéis! ¡Como cualquier otra
persona, no son monstruos, no hay diferencia alguna entre un hombre hetero y uno
homosexual, la única diferencia son sus gustos, joder! ¿¡Dónde coño veis el problema,
pedazo de hipócritas de mierda!?
Vale, ahí me pasé. Se me fue la cabeza, se me fue la noción de la realidad. Me exalté,
acordándome de todas las veces, todas y cada una de las veces que me habían estado
tocando los huevos a mi mismo con el temita de maricón y demás. Me ponían negro y esos
malditos homofobos, por muy de mi familia que fueran, también.
En el salón se hizo el silencio. Todo el mundo me miraba en silencio con gesto serio en la
cara. Mi tío Bruno se mordisqueó el labio un poco antes de abrir la boca.
-Tú no eres el más indicado para hablar precisamente, la oveja negra de la familia. –
murmuró. Pero como de repente todo había quedado en silencio, todos lo oyeron y las
miradas atónitas se clavaron en él. Expresiones de, te has pasado, se formaron en la cara de
toda mi familia.
Apreté los puños. Me empezaban a escocer los ojos y los cerré, con fuerza. Una sombra se
situó a mi lado y me hizo retroceder hacía atrás, encarándose a mi tío Bruno.
-Escucha, por muy hermano de mi prometida que seas, no pienso consentirte que le dirijas
semejante sucia palabrería a mi hijastro, ¿Entendido? Sé que yo no soy dueño de esta casa,
pero si vuelves a decir algo semejante, te echaré de una patada. – me quedé mirando a
Gordon con la boca semiabierta. Se había puesto rojo como un tomate de rabia y mi tío lo
miró fijamente, en silencio. Mamá se metió en medio en ese instante, interponiéndose entre
Gordon y su hermano.
-Bruno… sal fuera. – me tensé al oír esa voz tan firme en ella. ¿Cómo? ¿Le iba a pegar? – Sal
a la azotea para que te dé un poco el aire, anda. Estás bastante… bebido. – suspiré, aliviado
al ver que no pensaba atizarle, cuando me percaté de algo…
¿Azotea?
-¡No! – grité. Mi madre me miró, con una ceja alzada. – Mamá… hace frío en la azotea y está
bastante resbaladiza por la lluvia y eso. Si quiere salir, mejor que lo haga al porche, ¿No? –
nos miramos. Por un momento pensé que me había delatado yo solo cuando mi madre
asintió lentamente, pensativa.
-Tienes razón, cielo, sí. – asentí con la cabeza. Miré de reojo a mi tío Bruno, que a su vez me
miraba a mí y… de repente se rió, poniéndome los pelos de punta. El aliento le apestaba a
alcohol.
-¡Bueno, sigamos con la fiesta, dejemos a parte los malos rollos! – todos volvieron a sonreír
alegremente. Mi madre y Gordon forzaron una sonrisa. Yo no.

Puto subnormal. Era la peor víspera de Navidad de mi vida. Fui hacía la puerta de casa y salí
fuera, haciéndole antes un gesto a mi madre para que no se preocupara por mí. Me entraron
ganas de dedicarle al imbécil de mi tío el saludo fascista típico de los nazis, pero me contuve
y salí fuera a tomar el aire fresco de la noche. Hacía un frío de dos pares de huevos, claro,
por algo estábamos a menos siete grados.
Desde fuera se oían los gritos y la música que Gordon acababa de poner a todo volumen,
para ambientar la fiesta. Villancicos. Genial. Odiaba los villancicos con esas vocecitas
ridículas. Hubiera estado genial irme por ahí con Georg de fiesta después de las doce, pero
no, a esperar como un idiota. Me alejé de casa y di un par de vueltas por el barrio. Estaba
desierto y todo lo que se oían eran esos molestos villancicos retumbar en las casas de los
vecinos. Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta, muerto de frío y buscando
inconscientemente un paquete de tabaco y un mechero, pero no. Estúpido de mí tirar todo a
la basura con la intención de dejarlo. Quería fumarme uno para relajarme, quería… Joder,
que frío.
Empecé a caminar hacía atrás, de vuelta a casa, helado, expulsando el vaho por la boca, con
la cara helada y la nariz probablemente roja como la de un payaso. Clavé la vista en el suelo,
sacando las manos de mis bolsillos y abrazándome a mi mismo cuando alcé la cabeza, por
fin, frente a mi casa y lo vi.
Un enorme Cadillac negro se adentró suavemente en el pequeño jardín de casa, sobre la
acera, frente al garaje. El corazón retumbó con fuerza dentro de mi pecho, avisándome,
como respondiendo a una llamada muda que me gritaba que fuera hacía allí, hacía él y me
tirara a sus brazos.
“Aquí estoy, para ti, todo tuyo. Ahora juega conmigo”
Corrí, corrí con todas mis fuerzas, como si estuviera en plena carrera de atletismo y me
persiguiera una avalancha de caníbales, como si me persiguiera la mismísima muerte, pero
no. En la meta, lo que me esperaba era el premio, el premio por el que me dejaría devorar
por esa manada de asesinos, esa manada de perros hambrientos que estaban hechos esos
miembros de mi familia que me habían atacado sin escrúpulos.
El frío había desaparecido por completo en mi cuerpo. El calor me abrasaba las venas y corrí,
deseándolo, ansiándolo, necesitando de su contacto, de su aire, de su vida.
Di la vuelta casi derrapando en la esquina que daba al jardín de casa y respiré, por fin, al
verle, a él, a su cuerpo, a su rostro perfectamente tranquilo, relajado, apoyado en el coche
como si esperara a alguien, como si me esperara a mí.
Estaba fumando. Vaya, nunca lo había visto fumar, aunque lo hubiera supuesto por el sabor
que a veces se formaba en su boca, un sabor que no me desagradaba para nada. Nunca me
desagradaba y, entonces, dándole una calada al cigarrillo, alzando la cabeza hacía al cielo y
soltando el humo por su boca que se confundió con el vaho de su respiración, giró la cabeza
y me miró. Sonrió.
-Te estaba esperando, mi Muñeco…

MUÑECO By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora