Capítulo 1

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"[...] El cielo entonces perdió su brillo y no por las nubes que amenazaban lluvias y tormentas enviadas desde las mismísimas manos de Vaelor, sino porque los dragones, esas criaturas gigantescas capaces de destrozar ciudades enteras, volaban sobre nosotros. El Norte y el Sur comenzaron su batalla por el título de monarca de Gianeth bajo los fuertes aleteos de estas bestias de ojos inmensos y dientes afilados como las mismas espadas que libraban la Batalla del Cielo Oscuro." —La historia de Gianeth.

(Fragmento extraído del libro "La historia de Gianeth".)

Los gritos de Lanera atraviesan las paredes que nos separan y llegan directos a mis oídos como flechas incandescentes que me arden en los tímpanos

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Los gritos de Lanera atraviesan las paredes que nos separan y llegan directos a mis oídos como flechas incandescentes que me arden en los tímpanos.

¡¡Ahh!!

Abro los ojos con el corazón encogido y, con las manos empapadas de agua por limpiar el suelo de la cocina, me levanto de un salto y corro hacia la puerta de madera robusta.

La madera del suelo cruje con fuerza bajos mis pisadas nerviosas y, con las piernas temblando como las de un cervatillo recién nacido, me apoyo en la puerta para observar el escenario. Tomo una bocana de aire que hace devolverme el corazón al pecho.

—¿Se puede saber qué estáis haciendo? —pregunto con el ceño hincado en mis ojos verdes.
Verdes como los de mi abuela, según me contó papá.

Cruzo las manos mojadas bajo el pecho y desciendo los tres pequeños escalones de madera ya bastantes desgastados que me separan del suelo de tierra y piedra.

Una brisa fresca acaricia mis mejillas y me veo inspirando profundamente el fresco aire de la mañana. Hierba mojada por el rocío, la frescura del bosque cercano y... estiércol de cerdo.

Mi faz se cierra en una mueca de desagrado y tapo mi boca ligeramente para no vomitar las frutas que desayuné esta mañana.

—¡No es lo que parece! —grita Lanera con su suave voz aguda.

La imagen es digna de inspiración para un cántico de algún bardo avispado. Mis tres hermanas pequeñas, a cada cual más hermosa y terca, aferradas a lo que eran sus vestidos de colores suaves, con la piel, el pelo y la cara llenos de fango.

De Lanera solo puedo destacar su pelo dorado que ahora es totalmente castaño, ni sus ojos grisáceos se libran de la suciedad.
De Yvette y Nell... Ay por Vaelor y todos los dioses. Al menos, gracias a la oscuridad de su pelo, la suciedad puede pasar algo desapercibida pero en esos ojillos castaños se esconde un amago de pillería casi palpable.

—¿Podéis explicarme por qué estáis llenas de barro, cubiertas de plumas de gallina y además dentro de la pocilga?

Nuestra casa no es que sea excesivamente grande, no como las del centro de la ciudad de Emberfell, que es donde vivimos, y mucho menos tan grandes como las de la capital en Reposo del Rey, pero si que nos da para vivir cómodamente. No gozamos de una habitación para cada una, pero me siento privilegiada sabiendo que aquí hay personas que apenas tienen acceso a agua limpia o a una cama en la que poder dormir calentita en la noche. No desearía algo así para mis hermanas.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora