Capítulo 10

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Modolaky.

Se sabe que, en lo profundo de los bosques, donde la luz apenas penetra y los pájaros casi ya no se escuchan, viven humanos denominados: Modolaky. Este grupo de personas, conectadas íntimamente con la naturaleza, viven de forma salvaje y libre. Sus cuerpos suelen estar adornados con tatuajes protectores de diversas formas y tamaños.

Lo que más los hace destacar entre el resto, es que suelen hermanarse con un alma animal poderoso, normalmente tigres, osos o leones. Considerándolos espíritus del bosque, guardianes espirituales de la tribu.

La vida de los Modolaky se mueve al ritmo del bosque: cazan solo lo necesario y celebran rituales ancestrales, venerando a sus propios dioses. Pocos han visto a esta enigmática tribu, pero aquellos que lo han hecho pocas veces han salido ilesos o vivos, incluso. —Neyra.

 —Neyra

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No sé cuánto tiempo llevo sentada en el suelo de la esquina acordada. Aunque haya pasado un buen rato, el corazón aún me bombea con fuerza al recordar esos ojos azules y la forma en la que se me ha secado la boca al robarle la bolsa de monedas. Muchas monedas.

Nunca he hecho algo así antes. La sola idea de robar me habría parecido impensable hace unos días atrás. Mi padre me enseñó a respetar lo que no es mío y a ganar lo que necesito con trabajo duro y honestidad. Me enseñó a ser justa y en ese instante, no titubeé ni un solo segundo. También sé, de igual forma, que el pulso no me temblaría si tuviese que volver a matar a alguno de aquellos soldados.

El sonido del mercado sigue en la distancia, un murmullo constante que contrasta con el silencio de mi mente en este momento. Miro la bolsa pequeña, sus correas de cuero enredadas entre mis finos dedos.
El caos, el miedo, y la necesidad de sobrevivir están despertando algo en mí que nunca había conocido. Me asusta saber que hay una parte de mí que es capaz de actuar con esa frialdad y determinación, de tomar lo que necesito sin vacilar.

Con la mano libre, acaricio la cabeza de mi dragón, que duerme tranquilo en la bolsa de cuero.

La verdad es que me parece curioso que duerma tanto, tantísimo. Él se ve muy a gusto, sobre todo cuando hay algo de comida por medio. Esa es otra, ¿cómo algo tan pequeño puede comer como si tuviese el cuerpo de un grom?

Y aún no he pensado un nombre que ponerle, no puede ser toda la vida una bolita de escamas, o un copito, como le habría llamado Lanera. Tiene que tener un nombre real, un nombre acuerdo a él.

—Vaya, y yo que pensaba que nunca nos volveríamos a ver.

Una moneda de bronce baila entre sus dedos hábilmente, pasando de uno a otro como si estuviese flotando sobre el agua. Sus ojos, ocultos bajo la sombra de la capucha, se alzan hacia mí cuando me levanto con el dolor entre las costillas obligándome a apretar los dientes con fuerza.

—Por un momento, yo también he llegado a pensarlo. Creía que me dejarías aquí plantada—admito apretando la bolsa pequeña y escuchando el crujido de las monedas salir de ella.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora