El rey Maelor IV era conocido por su amor incondicional hacia sus tres hijas, Evelina, Brienne y Althea. Estas jóvenes eran la luz de sus ojos, una devoción nacida del hecho de que casi perecieron en el parto al ser trillizas, una circunstancia que el rey consideró como el mayor signo de fortaleza y un motivo de orgullo, un claro regalo de Vaelor.
Desde aquel día de su difícil nacimiento, Maelor IV se comprometió a no escatimar en nada para demostrarles su afecto y orgullo. Desde su infancia, se esforzó por cumplir cada uno de sus deseos, convirtiéndolas en mujeres extremadamente consentidas y acostumbradas a una vida de lujos y privilegios. Las princesas no conocían limitaciones, y su entorno fue siempre moldeado para satisfacer sus más mínimos caprichos.
Cuando Evelina, Brienne y Althea alcanzaron la mayoría de edad, el rey Maelor IV se enfrentó a un dilema: sus hijas, al descubrir que ninguna de ellas podría ascender al trono debido a la línea sucesoria que favorecía a su hermano menor, Maelor V, expresaron su descontento y frustración. Para apaciguar este enfado y asegurar la felicidad de sus hijas, el rey tomó una decisión.
Ordenó que tres de los pueblos más importantes y ricos del reino fueran renombrados en honor a sus hijas. Así, los prósperos territorios que antes se conocían por otros nombres, pasaron a llamarse Evelina, Brienne y Althea.
Sorprendentemente, durante el tiempo en que estos pueblos eran guiados por las princesas, no conocieron el hambre, las calamidades ni la infestación de ratas que tanto temían los supersticiosos. En lugar de ello, se convirtieron en las regiones más prósperas del reino, creciendo hasta el fallecimiento de cada una de las princesas. [...] —La historia de Gianeth.
(Fragmento extraído del libro "La historia de Gianeth".)
Descendemos del enorme navío y no puedo evitar sentir unos horribles nervios que rebolotean en mi estómago. Cada paso que damos por el muelle resuena en mis oídos con fuerza.
A nuestro alrededor, los soldados sureños nos escoltan, limitando nuestro camino con su presencia imponente. Sus expresiones son serias, sus movimientos calculados y estrictos.
El simple hecho de pensar que pueden hacerle daño a Evander o a Neyvelan ya hace que el sudor corra por mi frente.
El muelle a nuestro alrededor es impresionante, se abre a ambos lados dejándonos ver un enorme claro lleno de los grandes navíos del ejército que se alinean majestuosos, con sus banderas naranjas ondeando al viento y sus mástiles elevados hacia el cielo despejado.
Parece que Aldermoor no estuviera en el Sur, parece que la guerra no les ha afectado.
Observo todo con los ojos bien abiertos, asombrada por la magnitud y la belleza del lugar. El muelle está hecho de gruesas tablas de madera, perfectamente alineadas y desgastadas, contrastando con los adoquines del camino que se extienden más allá. Las aguas del puerto son profundas y claras, no hay suciedad como en las aguas de Blackstone. Aquí se refleja claramente el cielo azul, e incluso se pueden ver algunos peces comiendo en la superficie.
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Balada de sangre y fuego
FantasyEn las profundidades de los sueños de Elira, un dragón la visita noche tras noche, un presagio de un destino desconocido. Intrigada por este vínculo, se aventura en busca de respuestas para estas insistentes visitas, pero tan solo logra descubrir un...