Capítulo 5

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El Magna.

Aquel lugar divino que se alza en las alturas del vasto firmamento, más allá de las estrellas y las constelaciones. [...]

En el Gran Salón de los Nueve, una maravilla arquitectónica donde solo ellos se reúnen para discutir los destinos de los mortales y los designios del universo. [...]
Todos sentados en los tronos de mármol, donde la mirada de Eirene, la radiante diosa de la guerra, no se despega del semi desnudo cuerpo de Eos, el sombrío dios de la muerte. Quien ya hace tiempo que no pisa ese lugar sagrado. Siempre tan audaz, siempre tan insurrecto.

Él parece percatarse, y con una sonrisa pícara en los labios, devuelve la mirada que le devora con ojos centelleantes, llenos de un deseo palpable que electriza el aire entre ellos.

A pesar de ser conscientes de que el deseo arde en lo más profundo, bajo el velo de acciones prohibidas, pues ambos están enlazados con otras personas (los llamados dioses inferiores). Sin embargo, el rescoldo de lo que una vez fueron llamas salvajes parece avivarse con cada mirada furtiva y cada palabra que gritan en silencio. [...] —Sagrado libro de los Nueve.

(Fragmento extraído del libro "Sagrado libro de los Nueve".)

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Los primeros rayos de sol se extienden como dedos dorados, bañando el bosque en una luz suave y acogedora. El brillo del amanecer hace que las hojas, llenas de rocío, reluzcan como pequeñas joyas, y el frío aire matutino inunda todo el lugar.

La yegua avanza con paso tranquilo a lo largo de la orilla del río, su andar suave hace que casi me quede dormida, como el mecer de una cuna.

Amarro las riendas en el pomo de la montura para dejar que la yegua vaya más tranquila y me tomo unos instantes para alzar la mirada hacia nuestro alrededor, disfrutando de la naturaleza que nos rodea.

Suspiro profundamente, aunque un latigazo en las costillas me quita el sueño que estaba naciendo en mi, recordándome todo lo que ha pasado hace unas horas.

Las imágenes vuelven a mi mente: la oscuridad envolvente, el peligro inminente, el sonido de mi propia respiración agitada mientras luchaba por mi vida.

Anoche estuvimos a punto de morir.

Todo parecía surreal, como un mal sueño más de los que ya estoy acostumbrada a vivir. La amenaza del guardián y su Sylvana, los árboles retorcidos y sus sombras siniestras bañados del aterrador silencio, los latidos frenéticos de mi corazón. Ahora, con el sol asomándose en el horizonte y el río fluyendo serenamente, es difícil creer que eso fuera real, pero el dolor en mis costillas es una prueba irrefutable. Cada vez que mi yegua da un paso, una punzada me atraviesa, recordándome que sobrevivimos, que luchamos y que estamos aquí, en la calma después de la tormenta. Me inclino hacia adelante, acariciando el cuello de mi yegua. Ojalá que pudiera entender lo muy agradecida que le estoy.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora