Capítulo 42

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"La muerte es preferible a la traición del vínculo." —Primer mandamiento del código de jinetes de la antigua academia de jinetes.

Me despierto lentamente, sintiendo el suave roce de las sábanas contra mi piel, un calor acogedor que me envuelve por completo

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Me despierto lentamente, sintiendo el suave roce de las sábanas contra mi piel, un calor acogedor que me envuelve por completo. Este lugar, esta cama... no debería sentirme tan cómoda aquí, tan pronto, pero lo estoy. Es como si la casa me hubiese aceptado, como si sus paredes me abrazaran, protegiéndome de todo lo que hay fuera.

Mi mano, aún adormecida, se desliza por la cama hasta encontrar el cuerpo cálido de Neyvelan. Está tumbado a mi lado, respirando profundamente, tan relajado como siempre. Está agotado, lo sé. Incluso anoche, apenas comió, algo terriblemente poco usual en él. Mi pequeño dragón siempre ha sido un glotón, pero ayer... se rindió al sueño antes de saciarse.

Lo observo desperezarse lentamente, estirando sus pequeñas patas y moviendo su cuerpo de un lado a otro, sus alas sacudiéndose de manera perezosa antes de abrir sus ojos azules solo por un segundo para mirarme. Bosteza, tan tierno que me hace sonreír, y luego se arrastra con torpeza hasta mi regazo, volviendo a acurrucarse para seguir durmiendo.

—No seas vago —murmuro, mi voz rasposa por los gritos de anoche, todavía sintiendo el dolor en mi garganta—. Vamos, te prepararé el desayuno.

Pero él simplemente se acomoda mejor, emitiendo un pequeño ronquido. Me quedo mirándolo, acariciando su suave piel. Seguro que no ha dormido nada por mi culpa, he estado toda la noche huyendo de las sombras de esa pesadilla me engullían, arrastrándome a ese lugar oscuro del que siempre me parecía imposible despertar.

Ojalá... Ojalá Daelion hubiera estado allí. Ojalá, después de llevarme a casa tras los bailes con esos chicos—y sí, con mi tío también—, le hubiera pedido que se quedase conmigo. Ojalá... Pero no fui lo suficientemente valiente.

Un golpe suave en la puerta interrumpe mis pensamientos. Frunzo el ceño y me levanto, llevando a Neyvelan conmigo, todavía dormido en mis brazos. Su cuerpo es pequeño y cálido contra el mío, y no quiero despertarlo. No quiero que pierda su calor.

Abro la puerta con cuidado, dejando que el rugido de las visagras resuene en las pequeñas paredes, escondiendo a Neyvelan tras ella, por si acaso. Pero apenas mis ojos se posan en quien está al otro lado, una sonrisa se dibuja en mi rostro sin que pueda evitarlo.

—¡Tarec! —exclamo, la risa burbujeando en mi garganta al ver su aspecto.

Está ahí, sonriendo como un niño travieso, con una cesta llena de frutas frescas en una mano y flores entrelazadas en su cabello y barba. Son de colores tan brillantes, tan vivos, que contrastan con su apariencia robusta, pero en él, de alguna manera, se ven... perfectas. Como si fuera lo más natural del mundo, ver a un hombre de dos metros lleno de flores.

—¿Pero dónde te has metido? —pregunto, riendo mientras me hago a un lado para dejarle entrar.

El sonido de los abalorios de sus trenzas tintinea cuando pasa junto a mí, pero antes de que pueda cerrar la puerta, algo me llama la atención. Un cuervo negro se ha posado en la valla de madera frente a la casa, observándome con sus ojos oscuros. Me quedo mirándolo por un momento, sintiendo una ligera incomodidad.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora