"Nunca conoces tu poder hasta que la vida te pone a prueba." - Aubrey.
Cuatro días.
Cuatro largos e interminables días desde que Evander se fue. La incertidumbre ha calado hondo en mí, como una sombra que no se aparta de mi lado. No se nada de él, ni de su pelotón, ni de su situación. Cada día, una pequeña parte de mí espera ver su figura, su cabello castaño, cruzar la puerta de la base, pero esa esperanza se desvanece con el caer de la noche y ver que el único que se aleja por la puerta es Daelion, con su lámpara de aceite.
Mi corazón late con la certeza de que la guerra no entiende de anhelos ni deseos.
Los soldados entran y salen constantemente, como un río incesante de cuerpos armados, pero ninguno de ellos es Evander. Mis ojos se han vuelto adictos a ese movimiento, siguiendo a cada persona que atraviesa la puerta, buscando su rostro entre la multitud, pero nunca tengo suerte. El vacío que deja su ausencia se convierte en una herida que se abre de nuevo con cada amanecer.
Mientras tanto, los entrenamientos con Daelion son lo único que me aleja de la realidad. Se han convertido en un tormento diario. Mucho peores que el primer día. Desde el momento en que despertamos hasta casi el atardecer, él me exige más de lo que pensaba que tenía para dar. Su voz es un látigo que me empuja a seguir, a no rendirme, pero también es la chispa que enciende mi rabia. Cada palabra suya, cada orden, me saca de quicio, como si supiera exactamente qué hilos tirar para desestabilizarme.
Me exprime al máximo, llevándome a un punto en el que ya no sé si es la fatiga o la frustración lo que pesa más. No hay respiro, no hay tregua. Daelion se asegura de que cada músculo en mi cuerpo esté al límite, de que cada pensamiento en mi mente se enfoque en sobrevivir, pero, a veces, me pregunto si lo que busca es algo más, si está intentando moldearme de alguna forma, llevarme a un punto de quiebre para ver si me reconstruyo de nuevo o si simplemente me rompo y me quedo hecha trizas.
El sol está en su punto más bajo, bañando la sala de entrenamiento con una luz anaranjada que se filtra a través de los grandes ventanales. El aire está denso por el calor y el sonido constante del acero de las armas de entrenamiento, que chocan unas con otras, resonando por todo el espacio.
Gibson es joven, pero su cuerpo está tan desarrollado que me hace dudar de su edad. Es alto y fuerte, con músculos que parecen esculpidos en piedra bajo su uniforme. Su rostro es tan severo como sus golpes, con una mandíbula cuadrada y ojos oscuros que no muestran ni un atisbo de piedad. No es un hombre que tome su entrenamiento a la ligera, y se nota con cada movimiento que hace.
Sujeto la espada corta de madera con una mano, sintiendo el peso en mi agarre. Este entrenamiento está siendo especialmente brutal, y cada vez que nuestras espadas se encuentran, siento que estoy peleando por mi vida. Nos movemos en círculos, midiendo nuestras distancias, esperando que el otro dé el primer paso. No tengo tiempo para dudar; apenas estoy procesando su último ataque cuando ya está lanzando otro.
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Balada de sangre y fuego
FantasyEn las profundidades de los sueños de Elira, un dragón la visita noche tras noche, un presagio de un destino desconocido. Intrigada por este vínculo, se aventura en busca de respuestas para estas insistentes visitas, pero tan solo logra descubrir un...