Capítulo 30

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"Las caricias de Elira en mi cabeza son tan inesperadas que me desarma por completo. No debería estar dejándola hacer esto, no debería estar permitiendo que alguien como ella, que ya me desafía de tantas maneras, vea esta parte de mí, pero cuando sus dedos se hunden en mi cabello, siento un alivio que no puedo negar, un alivio que, maldita sea, necesito más de lo que quiero admitir."  —Pensamientos del Teniente del ejército sureño, Daelion Knight.

Estoy acostada en mi habitación, con Neyvelan profundamente dormido a mi lado

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Estoy acostada en mi habitación, con Neyvelan profundamente dormido a mi lado. Su aliento cálido y rítmico debería bastar para tranquilizarme, pero no es suficiente para acallar la tormenta de pensamientos que retumban en mi mente. No puedo dejar de pensar en Daelion, en la forma en que lo vi hoy, tan roto y vulnerable, como nunca antes lo había visto. Es como si la imagen de sus lágrimas cayendo silenciosamente, su cabeza apoyada en mi vientre, estuviera grabada a fuego en mi memoria.

Me revuelvo en la cama, incapaz de encontrar paz en el techo que cada vez parece más lejano.

Finalmente, me levanto, la inquietud empujándome a moverme. Me acerco a la ventana, con la esperanza de que la brisa fresca de la noche despeje mi mente. Mis ojos se dirigen automáticamente hacia los terrenos de la base, y allí lo veo, como todas las noches.

Montado en su caballo, avanzando hacia la enorme puerta que da al exterior. La luna ilumina su figura con un resplandor pálido, y mi corazón se encoge al verlo tan decidido, tan solitario.

¿A dónde irá todas las noches?

La necesidad de saber me invade con una fuerza que no puedo ignorar. No pienso, solo actúo.
Me alejo de la ventana y me visto con el uniforme negro una vez más.

Elira, estás loca. Loca de verdad. Con tantos soldados que hay aquí, ¿crees que vas a poder siquiera seguirle? Y si llegas a él. ¿Crees que te recibirá con los brazos abiertos después de escaparte?

Zarandeo la cabeza para eliminar todos los pensamientos y, cuando termino de ponerme las botas y de darle un beso en la cabeza a Ney, voy directa hacia la puerta de la habitación.

Al abrirla, me encuentro con el soldado que custodia mi puerta. Su mirada severa se fija en mí, y puedo ver la duda en sus ojos.

Vale. Definitivamente soy estúpida.

—Señorita Harlow—me llama, su voz grave cortando el silencio de la noche—. ¿Va a algún sitio?

Me quedo quieta, mi mente corriendo en busca de una excusa creíble. No puedo decirle que quiero seguir a Daelion, que necesito saber a dónde va y por qué. Eso sería... imposible de justificar. El soldado me observa, esperando una respuesta, y siento que el tiempo se estira dolorosamente.

—Yo... sí. Tengo que salir un momento.

—Las normas de la base son claras, no se puede andar por ahí a deshora.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora