Capítulo 15

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La muerte solo es amarga para aquellos que han cerrado los ojos ante su sombra, creyendo en la eternidad. —Eos, Dios de la muerte.

Mis ojos están perdidos en la puerta de la habitación la cual está abierta de par en par ante mí, revelando la tenue luz del pasillo exterior

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Mis ojos están perdidos en la puerta de la habitación la cual está abierta de par en par ante mí, revelando la tenue luz del pasillo exterior.

Miro hacia mi dragón, que ya ha dejado de hacer esos extraños sonidos mientras que me mira como si supiera qué voy a hacer.

La decisión me sacude como un rayo. No vacilo. Necesito saber qué está pasando fuera de estas cuatro paredes. Con un último vistazo hacia Ney, me acerco rápidamente a la puerta y, de un movimiento firme, la cierro detrás de mí.

El pasillo está envuelto en una penumbra inquietante, solo interrumpida por las luces parpadeantes que vienen desde la bodega. Los sonidos de gritos y el eco de pasos apresurados me llegan desde todos lados. La cubierta sobre mí parece un auténtico caos.

Mis pies descalzos tocan la madera fría del suelo mientras salgo, y el contraste con el ambiente cálido de la habitación me hace estremecer.

A medida que avanzo por el pasillo, los gritos se hacen más claros, más desesperados y me hacen vibrar con terror. Las imágenes de los recuerdos que se reproducen en mi mente me hacen hiperventilar.

El aire está cargado con una extraña energía, algo que me deja aturdida y ligeramente mareada. Es como si una neblina invisible se hubiera apoderado del navío, haciéndome sentir como si estuviera en medio de un sueño, o más bien, una de mis pesadillas.

Al llegar a la bodega, me detengo de repente. La vista que se despliega ante mis ojos me deja sin aliento. Muchas personas están allí, en medio del espacioso lugar. 

¿Ellos son los sureños? Pensaba que estarían en cubierta, aun con la cabeza tapada y esperando el momento en el que Daelion los llevase a la muerte como lo harían los cuervos de Eos...
¿Qué está pasando aquí?

Mis pensamientos son interrumpidos por un grito agudo. Un niño, no mayor de ocho años, está tratando de sujetar a un hombre mucho más grande que él. Algo en su apariencia me congela la respiración. Tiene los ojos completamente en blanco, como si estuviera atrapado en un trance profundo.

El niño grita de nuevo devolviéndome a la realidad, su voz se quiebra por el miedo.

—¡Papá, no! ¡Para, por favor!

Sin pensarlo dos veces, corro hacia ellos. Cada paso me parece una eternidad mientras me abro camino entre la multitud. Chocando entre los cuerpos, me doy cuenta de que ese hombre no es el único. Hay algunas mujeres sujetando a otros hombres de ojos blancos y mirada perdida.

El padre se mueve de manera errática, intentando dirigirse hacia la escotilla que da al mar. Sus movimientos son torpes y desesperados, como si estuviera siguiendo una llamada que solo él puede escuchar.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora