Capítulo 34

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Nemertes, conocida por su tinaja sagrada de la cual fluye el agua del destino, vertía su contenido para revelar y guiar el camino de mortales y dioses por igual. A través de estas aguas, Nemertes poseía un conocimiento absoluto del devenir de todo ser. Sin embargo, había un destino que permanecía oculto incluso para ella: el suyo propio.[...]

Aetherius, por su parte, era la personificación de la suerte, un dios caprichoso y encantador que se deleitaba en el caos y en la imprevisibilidad. Sus dones, eran tan cambiantes como el viento. Donde él iba, la fortuna fluctuaba, haciendo que el destino mismo pareciera doblegarse ante su voluntad. Arrogante y seductor, Aetherius no tenía interés en el control ni en la responsabilidad; prefería dejarse llevar por los caprichos del azar, confiando en que la suerte siempre lo favorecería.[...]

Aetherius, intrigado por el misterio que rodeaba a Nemertes, comenzó a pasar más tiempo con ella. Se complacía en desafiar su omnisciencia, disfrutando del hecho de que, a diferencia de todos los demás, Nemertes no podía prever sus acciones ni controlar el flujo caprichoso de la suerte que él manejaba.

Al principio, Nemertes lo observaba con curiosidad y cautela, fascinada por la naturaleza indomable de Aetherius. Mientras vertía el agua de su tinaja, intentaba ver en su superficie el reflejo del futuro de Aetherius, pero solo veía confusión y misterio. A medida que pasaba más tiempo con él, lo que empezó como una mera curiosidad fue transformándose en algo más profundo. La diosa del destino, encontró que su propio corazón era un enigma, algo que nunca había experimentado. Sin saber cómo ni cuándo, Nemertes se enamoró de Aetherius. [...]

Este amor, sin embargo, no estaba destinado a ser correspondido. Aetherius, fiel a su naturaleza, veía el amor como un juego, una serie de posibilidades y riesgos, sin ataduras ni promesas. Mientras Nemertes, sufría por la incapacidad de prever su propia desdicha, Aetherius continuaba su vida sin compromisos, ignorante del dolor que causaba. El amor de Nemertes no encontraba eco en el corazón de Aetherius.

[...]La ironía del destino quiso que fuera precisamente el dios de la suerte quien le causara tal sufrimiento, recordándole que, a veces, ni siquiera los más poderosos pueden escapar de los caprichos del amor y del azar. —Sagrado libro de los Nueve.

(Fragmento extraído del libro "Sagrado libro de los Nueve".)

La Venganza de la diosa Gaiana se alza ante nosotros como una sombra más en la noche, su madera de ébano oscura reflejando la luz pálida de la luna

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La Venganza de la diosa Gaiana se alza ante nosotros como una sombra más en la noche, su madera de ébano oscura reflejando la luz pálida de la luna. Las banderas blancas ondean en lo alto, un contraste fantasmal contra el cielo oscuro, y aunque la nave parece imponente y majestuosa, todo lo que siento es una opresión en el pecho que apenas me deja respirar. Algunos hombres sureños, con sus rostros serios y sus miradas cansadas, esperan en la tabla de madera que conecta el muelle con el barco. Alzo ligeramente la mirada hacia la figura que se mueve nerviosa por encima de nosotros y me calmo al ver que es Tarec, que nos observa desde la cubierta.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora