Capítulo 12

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Naluse.

En el alba del Magna, cuando los primeros rayos del sol acariciaban con ternura la superficie de las flores rosadas de un almendro, Gaiana, la madre del universo, con un suspiro que emanaba desde el más profundo rincón de su corazón, dio vida a Naluse, nombrándola diosa del amor.
Su belleza es incomparable. La piel de un tono irisado, reflejando los matices del cielo al amanecer, mientras sus ojos son dos esferas del mismo color del océano.

Gaiana, le concedió el poder capaz de tocar el corazón de hasta los seres más complicados, pensando en Eos, el segundo en nacer, ya que estaba sucumbiendo todo bajo su poder lleno de un odio incrompendible. Tan solo su mera presencia traía oscuridad, y sus poderes eran tan vastos que incluso la propia creadora temía sus pensamientos.

Naluse decidió enfrentarse directamente a Eos, confiando ciegamente en su poder. Entonces descubrió que bajo su furia y odio, existía un ser lleno de dolor y sufrimiento. Se dedicó a sanar sus heridas, intentando desentrañar la oscuridad que lo consumía.

A medida que pasaba el tiempo, ambos compartieron momentos de vulnerabilidad y cercanía. Ella comenzó a enamorarse perdidamente de Eos, creyendo que su amor podría ser la clave para redimirlo. Eos, en algunos momentos de lucidez, parecía corresponder a sus sentimientos, mostrándole una faceta más tierna. La esperanza de que su amor pudiera salvarlo creció en su inocente corazón. Sin embargo, el odio y el rencor de Eos eran profundos y arraigados.
Un día, en un acto de desesperación y furia, Eos traicionó a Naluse, rompiendo su corazón en mil pedazos. La oscuridad de Eos lo consumió completamente, y en su arrebato, deshizo todo el trabajo de Naluse, sumiendo el universo en un caos aún mayor. Naluse, devastada por la traición, se dio cuenta de que su amor, por más puro y fuerte que fuera, no podía salvar a alguien que no deseaba ser salvado. —Sagrado libro de los Nueve.

(Fragmento extraído del libro "Sagrado libro de los Nueve".)

Sus ojos, fríos y calculadores, no se apartan de los míos, y aunque su postura es aparentemente relajada, hay una intensidad en su mirada que me hace sentir como un ratón atrapado ante los bigotes de un gato

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Sus ojos, fríos y calculadores, no se apartan de los míos, y aunque su postura es aparentemente relajada, hay una intensidad en su mirada que me hace sentir como un ratón atrapado ante los bigotes de un gato. Observo cada detalle de él, intentando encontrar algún indicio que me indique que debo salir corriendo o usar mi honda en su contra.

Apoya su brazo en el respaldo de la silla, vacilante, y la camisa de lino se abre un poco más. Mis ojos recorren su figura y noto una ligera tensión en sus dedos, como si en cualquier momento pudiera saltar hacia mí. Mi estómago se retuerce de nervios al pensar en esa posibilidad.

De repente, sus labios se curvan en una sonrisa que no llega a sus ojos. Inclina la cabeza ligeramente, su expresión es como la de un depredador curioso por el comportamiento de su presa.

Trago saliva, intentando que mis manos no tiemblen demasiado. Mantengo el dragón, todavía oculto en mi bolsa, apretado contra mi abdomen, como si pudiera protegerlo de la mirada penetrante de él.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora