Capítulo 37

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En los tiempos más antiguos, había una joven cazadora llamada Althaia, famosa por su destreza en la caza. Era una devota seguidora de Froyla y pasaba sus días en los bosques, siempre en busca de presas para ofrecerlas en los altares sagrados de la diosa.

Un día, mientras Althaia se adentraba en los densos bosques sagrados de Nerra, vio algo que nadie había visto antes: una criatura mística de una belleza inimaginable, un ciervo con astas doradas que brillaban como el sol al amanecer. Fascinada por la criatura, Althaia decidió cazarla para ofrecerla a Froyla, creyendo que este regalo ganaría el favor eterno de la diosa.

Sin embargo, lo que Althaia no sabía era que aquel ciervo era una criatura sagrada, una manifestación directa de Nerra. Althaia, acechó y cazó al ciervo, y cuando lo abatió, la tierra tembló y los árboles se inclinaron, llorando por la pérdida.

Nerra, al sentir la muerte de su criatura sagrada, se llenó de furia. Desatando su ira sobre Althaia, la diosa apareció ante ella, rodeada de un aura de furia verde.

Como castigo, Nerra convirtió a Althaia en una criatura horrible: su cabello se transformó en ramas retorcidas, y su piel se cubrió de corteza dura como la de los árboles más antiguos. Sus ojos, una vez llenos de vida, ahora brillaban con una luz fría, y cualquier ser vivo que la mirara directamente se convertiría instantáneamente en piedra, petrificado por la tristeza y el dolor que Althaia había causado.

Froyla, al enterarse de la transformación de su devota cazadora, sintió una profunda pena. Aunque no podía deshacer la maldición de Nerra, Froyla le ofreció un refugio en los rincones más oscuros del bosque, donde Althaia podría vivir en soledad, lejos de aquellos que pudiera dañar. Allí, Althaia se convirtió en una guardiana solitaria del bosque, temida por todos los que conocían su historia. —Sagrado libro de los Nueve.

(Fragmento extraído del libro "Sagrado libro de los Nueve".)


Elira Harlow

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Elira Harlow

—¡Tierra a la vista! —la voz de Tarec resuena como un trueno que me arranca de mi pesadilla.

Mis ojos se abren de golpe, parpadeando para adaptarse a la poca luz y tratando de comprender lo que acaba de decir. ¿Tierra? ¿Ya hemos llegado? Mi corazón late con fuerza, la adrenalina me inunda incluso antes de procesar completamente el momento. Y entonces lo veo: Neyvelan, de pie a mi lado de la cama, sus ojos brillando bajo la penumbra. Se pone en pie de un salto, como si las palabras de Tarec hubieran encendido algo en su interior. Sus alas se agitan con nerviosismo mientras corre hacia los pies de la cama.

Salto de la cama, mi cuerpo moviéndose antes de que mi mente lo haga. Ni siquiera pienso en nada, solo corro. Cruzo el pasillo tan rápido que los latidos de mi corazón resuenan en mis oídos, y puedo sentir cómo el pequeño dragón corre tras de mí, sus garras repiqueteando en la madera. Apenas siento el suelo bajo mis pies mientras me precipito hacia la cubierta, hacia la luz de la luna, hacia el aire libre.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora