Capítulo 11

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En lo más alto del universo, más allá incluso que el Magna, donde la luz se fusiona con la eternidad, se encuentra el Empyrea, un reino celestial reservado para las almas más puras. Se despliega como un jardín eterno, lleno de fuentes cristalinas que lanzan arcos de agua resplandeciente bajo la luz dorada del sol. Los caminos de piedra, flanqueados por flores de colores vibrantes y arbustos llenos de vida, invitan a las almas a pasear en paz bajo el delicioso olor que desprenden. En el horizonte, majestuosas montañas se alzan, brillando con un resplandor perlado y cambiando de color con la luz del día, como si reflejaran el alma misma del Empyrea.

[...]Aquí, las almas encuentran consuelo y paz, no sufren, no lloran.—Sagrado libro de los Nueve.

(Fragmento extraído del libro "Sagrado libro de los Nueve".)

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El tiempo pasa lentamente en este pozo tan oscuro. Cada segundo estirándose como una eternidad y amenazándome con volverme loca poco a poco. La bodega aun persiste en su mundo de sombras y murmullos, pero ahora, no se escuchan más que algunos crujidos en la cubierta superior. Las conversaciones inaudibles cesaron hace ya mucho.

El vaivén del barco, el cual no se cuánto tiempo lleva zarpando, se vuelve una melodía hipnótica y siento un mareo punzante amenazarme el estómago.

Beso la cabeza de mi pequeño dragón mientras que una de mis manos acaricia la extrema suavidad de su ala. Algún día esta misma ala romperá el viento en lo más alto de los cielos, cerca del Magna, como una promesa a los dioses de lo que les está por venir.

Con el susurro distante del océano, lo observo en silencio mientras duerme, su aliento rítmico emitiendo suaves resoplidos. Las escamas de su espalda brillan ligeramente bajo los leves destellos anaranjados que se filtra desde las rendijas de la cubierta superior. Mis dedos rozan su piel y, mientras lo miro, se me escapa una pequeña sonrisa.

No es solo una criatura que me acompaña, ni un ser al que debo simplemente proteger. Es más que eso. Es una chispa de vida, una chispa de luz que ha iluminado la oscuridad que me concomía. Ha encontrado un reflejo en mí, aprovechando los trozos rotos de mi alma. Esto que siento cuando le veo, es algo profundo, algo que apenas puedo comenzar a explicar pero el calor que emana me abraza el corazón con una tranquilidad aterradora. Es como si su misma existencia hubiera encendido una llama en mi interior, una que me empuja a luchar contra la oscuridad y la tristeza que me abruma.

Lo abrazo con más fuerza, pero con cuidado de no despertarlo. Apoyo mi mejilla ligeramente sobre su cabeza y siento su característico calor que se extiende a través de mi pecho, llenándome de... amor. Sus pequeñas garras se cierran suavemente de nuevo sobre mi ropa, como si incluso en sueños, él supiera que estamos juntos.

Te protegeré como no pude hacer con ellos, mi pequeño. Nunca voy a dejarte solo.

Intento deshacer el nudo que acaba de formarse en mi garganta tragando saliva pero es un completo reto.

Balada de sangre y fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora