El pequeño pétalo que fue separado...

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El pequeño pétalo que fue separado...

Mi cuerpo adolorido solo había empeorado tras esa noche de sueño, dormir entre un montón de herramientas en un almacén invadido por la humedad no era precisamente cómodo.

Tras limpiar un poco de polvo que había caído sobre mi armadura, me levanté y luego abrí la puerta del almacén. Nada más verme, el personal de la posada me llevó a la salida con una sonrisa fingida y salí a las calles sin siquiera una sola pieza de plata en la monedera.

Por alguna razón no podía ver los rostros de los transeúntes, se me hacía incomodo y hasta estresante hacerlo. Caminé un rato mientras trataba de evitar hacer contacto con la multitud, mi prioridad era llegar hasta el gremio y ganar un par de piezas de oro, así, al menos podría pagar una habitación de posada decente y descansar.

Mientras exploraba las calles del pueblo para encontrar el gremio, podía sentir las miradas de aquellos que pasaban a mi lado, era difícil ocultar el parche y no tenía un lugar para lavar la sangre seca que impregnaba mi traje. Seguramente apestaba igual que aquella maldita mazmorra.

Apestaba a muerte...

Al final terminé perdiéndome en las calles de aquel pueblo. No era grande, ni tampoco pequeño, simplemente no estaba acostumbrado a él, no conocía atajos, ni siquiera podía llegar a su centro sin perderme en el proceso.

El hecho de que las miradas de sus habitantes me daban asco tampoco cooperaba. No tenía ganas de pedirles ayuda, estaba bien solo. Ya lo había estado en la montaña. ¿Qué era diferente ahora?

Imágenes de fuego, sangre y muerte pasaron por mi mente. Recuerdos de lo que había sido dejado atrás, de lo que había sido destruido, de lo que nunca volverá.

Rostros de seres queridos, tumbas, cenizas, ¿qué era lo que quedaba de todo eso? ¿Una medalla de diamante ensangrentada y otra de bronce que se había achatado ligeramente por una colisión? ¿o quizá la sonrisa de mis amigos de los que fui separado por aquel miasma? Ya no había una aldea, no había un hogar, ni siquiera podría visitar la tumba de mi madre o darle un entierro a mi tío.

«Cierto... ya no tengo a donde regresar».

Contuve la tristeza mientras continuaba caminando. No tenía pistas sobre el paradero del gremio del nuevo pueblo,

«Solo necesito un par de monedas, entonces podré salir de este lugar y tratar de buscarlos, de...».

—Hola, ¿estás perdido?

Una voz gruesa y algo ronca se alzó a mis espaldas, mis instintos me obligaron a sacar una de las dagas que sobrevivieron para apuntarla al cuello de aquella voz. Cuando pude verlo completamente me sorprendí, era un caballero bastante alto, acorazado hasta los dientes y cuya figura imponente tapaba la luz del sol.

—Me gustaría que apartes esa daga, no me gusta pelear a menos que sea necesario.

Una sed asesina inundó el ambiente, lo suficientemente fuerte como para alertarme del peligro y obligarme a guardar la daga.

—¿Qué quieres de mí?

Su casco evitaba notar si hacía alguna expresión, tras eso llevó su mano hasta una bolsa de cuero que colgaba de una parte de su armadura y me entregó un pedazo de papel con un mapa improvisado de aquel pueblo.

—No quiero nada de ti, eres bastante engreído para verte tan joven. Es mi trabajo guiar a los aventureros forasteros hasta el gremio, siempre terminan perdiéndose, embriagándose o en el distrito rojo. Son todo un desastre.

Guardé el mapa con cautela y luego miré hacia el casco del caballero, todavía no podía confiarme de él. Mucho menos tras sentir semejante sed de sangre proveniente de él.

Cronos: Tale of the dark adventurerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora