Un día normal para aquel cobarde

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Un día normal para aquel cobarde

Tomé rumbo a la ciudad en cuanto cayó la noche, conforme iba acercándome, la luz de las linternas de los guardias brillaba con más intensidad. Como era de noche, me detuvieron colocando la luz sobre mi rostro, al mostrar la medalla del gremio suspiraron y la inspección terminó poco después.

Mientras recorría las calles, me aseguré de mantenerme alerta por si acaso, era imposible saber si el gremio me tendría rencor o no, una máscara no engañaría del todo a los aventureros más expertos.

«Me pregunto... ¿Qué será peor? ¿Ser perseguido por la máscara o temido por mi rostro? Hasta el Jilk se exaltó cuando me quité la máscara, mejor me arriesgo con la primera opción».

Por suerte, todo parecía estar en orden o al menos de momento. Logré regresar a la posada, la cual recién había rotado al personal nocturno y entré a descansar en mi habitación, dejando todo el equipamiento en una esquina para acostarme en la colchoneta del suelo.

Cerré los ojos por un momento, el cual se sintió eterno. En cuanto la luz del día alcanzó mi rostro, salté fuera de la cama para ir a bañarme, si recordaba bien, la cita sería al pasar el medio día, con suerte tendría el tiempo suficiente como para comprarle algo a un costurero.

Tras terminar de bañarme, secarme y tomar prestado uno de esos hanbok de la posada, salí corriendo por los alrededores del gremio. No me importaban tanto los peligros en ese momento, me limité a preguntarle a los aventureros y otros transeúntes sobre costureras cercanas, gracias a sus indicaciones pude dar con una, algo apartada, por el distrito noreste de la ciudad.

Para no llamar la atención, me limité a correr, evitando a cada persona que se cruzase en mi camino. Tras correr a toda velocidad por unos veinte minutos, finalmente llegué hasta la costurera.

Con solo verla, con solo estar cerca; se podía notar la fina decoración de la tienda, cuyas paredes y suelo eran pulcros, esencias aromáticas recorrían el aire, acariciando las narices de todo transeúnte cercano.

La tienda estaba ubicada en un lugar de calles concluidas, de concreto sólido y tenía una losa de mármol personalizada, también un letrero elegante y ostentoso que lucía el nombre del recinto: "El jardín de los mil rocíos" Y tal como se decía, fragancias refrescantes provenientes de inciensos y perfumes de distintos aromas que se combinaban de maravilla rodeaban todo el lugar.

«¿Podré comprar algo en este lugar? Debo dejar algo para el viaje... no quiero terminar comiendo pan durante todo el trayecto».

Dudoso, entré al elegante recinto, tuve que despojarme de las sandalias que tomé prestadas y pasar sobre una especie de fuente en la que mis pies se lavaron. Por dentro, la tienda lujosa que cubría más o menos una manzana de largo, tenía varias secciones divididas por cortinas de seda, me perdí buscando la de ropa, pero con suerte y un par de minutos, logré llegar hasta el lugar, donde varios empleados usando máscaras del gremio de comerciantes, pero con una telaraña en forma de orquídea de decorado, se encargaban de brindar asistencia a la clientela.

Uno de ellos, bajo, llegándome por los hombros y con una figura femenina apareció de la nada, me analizó de pies a cabeza y haciendo una reverencia seguida por un gesto de sus manos, ordenándome seguir sus pasos, me llevó hasta un cambiador y luego hizo otra seña ordenándome esperar.

«Estoy nervioso, nunca he comprado en una tienda elegante antes, es mucho más fácil comprar algo que se vea cómodo y decente en el mercado... Ni siquiera sé que debería ponerme».

El empleado no tardó en volver, sin mediar palabra, colocó una muda de ropa sobre una repisa de cristal pulido, máscara incluida. Un pantalón negro de seda, una camisa blanca de lino que se ataba con cuerdas del mismo material y un saco de seda negro.

Cronos: Tale of the dark adventurerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora