Espadachín solitario

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Espadachín solitario

Continuamos por el camino a pie, llevando a los corceles de sus correas y procurando ocultar al Jilk. Los muros de granito del puesto fronterizo estaban corroídos, había marcas de quemadura y flechas de acero de dos metros clavadas en sus muros de granito.

«Esas flechas... ¿Ya llegaron hasta aquí? Pensé que el baluarte sería seguro».

Conforme íbamos avanzando pude contemplar los campamentos de grupos aventureros, algunos habían sido abandonados y los que no lo estaban tenían a gente de vista apagada, heridos y muertos cubiertos por telas, sobre las cuales lloraba uno que otro de sus compañeros.

«Este lugar... huele a muerte. Si mis instintos no fallan, estoy mordiendo más de lo que puedo masticar, pero, ya no me importa llegados a este punto».

Apreté los puños mientras continuamos avanzando, no podía permitirme volver a ser un cobarde. Incluso si era un esfuerzo inútil, no me había mentalizado para nada, en ese momento, mientras contemplaba los cuerpos y la muerte, decidí que asesinaría mi cobardía.

Claro, eso no sería una tarea sencilla.

Tras un rato caminando, llegamos hasta lo que alguna vez fue la entrada de la frontera, estaba destrozada y había cientos de flechas clavadas, incluso con cadáveres colgando de ellas en alguno que otro muro.

Me asomé un poco, solo para ser sorprendido por un proyectil que esquivé a duras penas.

«¿Tan cerca están? No, con la fuerza que tienen una distancia como esa... Tienen una buena visión».

Los guardias que originalmente resguardaban el lugar se veían cansados y los aventureros indispuestos. Parecían prepararse para defenderse, más no para atacar. Suspiré rascándome la cabeza, mientras veía a mi compañero tratando de conseguir un par de aliados, puesto que nuestra intención era seguir avanzando hasta el conflicto principal.

Me acerqué a él en cuanto terminó de proponer una alianza con otro grupo, solo para ser rechazado brutalmente.

—¿Cómo van las cosas? ¿Algo de suerte? —pregunté al verlo deprimido.

—No —respondió pesadamente. —Como mucho, lo que saben que la espada carmesí pasó por estos lares y la mayoría perdió su espíritu de lucha, solo quieren quedarse aquí para defender esta pocilga —explicó con molestia.

—¿Ya has hablado con todos? —pregunté mientras observaba los alrededores.

—No, falta un grupo, pero no parece prometedor —replicó señalándolos.

No muy lejos, cerca de la pared y ocultos tras uno de los grupos más grandes, se encontraban dos aventureros, uno de rango plata y otro de rango bronce, de aspecto demacrado. A simple vista, nadie los querría en su grupo, pero, había algo en ellos, algo que de alguna forma despertó algo de interés por mi parte.

—Perfecto —pensé en voz alta.

—¿De qué hablas? —dijo Kai, desconcertado al verme considerar invitarlos a la misión.

—Sus ojos —respondí instintivamente. —Hay fuego en sus ojos.

El aventurero de rango plata era un hombre que se veía un poco mayor que nosotros, llevaba un corte de cabello extraño con una coleta, acompañado de una espada vieja que parecía estar a punto de desmoronarse y una armadura ligera de silverina con una grieta en el pecho.

Su compañera, era una chica algo baja, de cabello blanco y ojos extraños que diferían en color el uno del otro. El izquierdo era escarlata y el derecho cerúleo, llevaba un vestido de harapos y una marca de cadenas en su pierna izquierda. En cuanto clavamos nuestra mirada sobre ellos, trataron de cubrirse agachándose, no parecían querer llamar la atención.

Cronos: Tale of the dark adventurerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora